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Frances adoraba corretear y pintar. Era una niña bien portada, solo se sentaba al lado de los hombres mientras trabajaban y ella hacía algunos dibujos. John solía enseñarle nuevas cosas a diario y, entre ellas a leer e intentar escribir.

Después de tanto tiempo, todos ya estaban acostumbrados a ella. —Laurens— dijo Lafayette asomándose a la habitación. —Hay una carta de tu padre. Nos ha dicho que pronto tomará un barco para regresar.

—Eso es fantástico— aseguró el rubio que corría detrás de su hija. —Frances, es hora de acostarse— dijo el hombre tomando a la pequeña y alzándola. —No me vuelvas loco.

—¡Papá!— Gritó cogiendo la mano de su John. —¡Dormir no!

—Pero es muy tarde y mañana tenemos que trabajar— añadió Lafayette. —Hasta que no llegue Alexander no podremos terminar todo esto.

—Tallmadge no se ve tan preocupado— afirmó John. Aquel hombre fue a acostarse hace un buen rato y roncaba como ningún otro hombre —Sigamos sus pasos. Ser padre es agotador.

—¿Y no has pensado en dejarla con tu padre cuando regrese? Lo vas a hacer, ¿no?— Dijo Lafayette convencido y John asintió no tanto. Sabía que una vez su padre llegase, Frances no tendría porque quedarse allí, una casa sería mejor para él.

Aquello fue algo que perturbó a John toda la noche y no le dejó dormir durante semanas. Cada vez se acercaba más aquella fecha, incluso Hamilton había notado a Laurens algo nervioso y distinto desde su llegada. —¿Qué te tiene así? Pensaba que lo habíamos arreglado todo— dijo Alexander.

—No eres tú, no es nada— respondió sentándose en la cama. —Solo estoy impaciente por ver a mi padre.

—Descansa ahora. No podrás descansar en tu casa sin mí a tu lado— bromeó el pelirrojo recogiendo su cabello y se acostó. —Me echarás de menos.

—Ya lo veremos— contestó siguiendo con su broma. —La verdad es que llevo dos semanas durmiendo sin salirme de la cama.

—Venga, no será que ocupo mucho espacio. Ocupas mi mitad de la cama— afirmó Hamilton viendo a John que plegaba algunas cosas antes de acostarse.

—No necesitas tanto espacio— dijo antes de apagar la vela con un tono bromista. —Fuera de bromas, estoy preocupado por Frances. No quiero dejarla sola.

—Estará tu padre— aseguró Hamilton.

—Es un hombre muy ocupado, siempre lo ha sido, Alexander. Ella no tiene hermanos con los que divertirse y jugar. ¿Qué hará allí tantas horas con algunas damas que la cuiden?— Se preguntó algo impaciente. —Me gustaría que se quedase conmigo.

—No sé si eso sea lo más correcto...— murmuró Alexander. —Si te alejas de ella tampoco será muy bueno.

—Lo sé— murmuró. —Debería descansar y dejar de pensar en esas cosas.

—Sí, Jack, deberías descansar un rato— afirmó Hamilton dispuesto a dormir. —Te ves agotado y tenemos aún mucho trabajo por delante.

—No lo estoy tanto. Estoy preocupado por todo. Hoy he escuchado algunos cañones a la distancia mientras paseaba con Frances— aseguró el rubio. —Será un inicio de algo más grande.

—Esperemos que no sea así. No se nos ha informado de nada— el caribeño intentó pasar aquello por alto, pensó que ya se encargaría de investigar sobre eso más tarde.

—Le dan mucho miedo esos ruidos. Ha llorado hasta dormirse.

—Pero ya está dormida. Mañana será un nuevo día.

Alexander era un hombre que intentaba ver algo de positividad en aquel mar de desgracias que solía sucumbir al ejército. También intentaba mantener su relación con John y que no volviese a decaer como unos meses atrás. Le dejó un pequeño besos en los labios y se acomodó en su pecho para dormir. —Gracias— dijo Laurens abrazando al hombre.

Cuando amaneció, Laurens fue el primero en despertarse del cuartel, debía hacerse cargo de la niña y que tomase algo de desayuno. Estaba apoyado en la mesa observando como empezaba a comer sola con algo de torpeza con los cubiertos cuando un susto casi le hizo caer de la silla. —No es gracioso— le dijo a Lafayette.

—Te llevo diciendo un rato si quieres café— dijo dejándole la taza. —Deberías dormir— el francés se sentó junto a ellos.y John le ayudó a la pequeña a pinchar la comida con el tenedor. —Cuando te des cuenta tendrá doce años y estará casada con algún rico hombre.

—¿Doce? No pienso casar a mi hija tan pronto. Faltan nueve años y medio para eso. Prácticamente nació ayer— aseguró Laurens convencido.

—Sí... Eso dicen todos los padres. Te estás convirtiendo en un... Padre, supongo— aseguró Lafayette y apareció por la puerta un Hamilton descabellado que tomó su sombrero. —¿Dónde vas?

—A ver qué fueron los cañones de ayer— dijo endormiscado aún.

—Ni siquiera te has peinado— afirmó Laurens y Hamilton intentó convencerlo que si lo había hecho. —No me hagas tener que peinarte, ya tengo suficiente con mi cabello y el de Frances. Deberías trenzarlo.

—Vale, papá— dijo dejando el sombrero y volviendo a entrar a la habitación a lo que Laurens se asomó.

—¿Puedo ir contigo?— Preguntó curioso y Alexander levantó una ceja. —Hace mucho no monto a caballo y hoy no es un día peligroso en el que pueda dejar sin padre a mi hija.

—¿Con quien se quedará?

—¡Conmigo!— Gritó Lafayette. —Llevate a Laurens un rato a ver si me deja en paz. Su presencia me provoca sueño.

Al final John salió con Alexander  montados cada uno en su corcel y se adentraron hacia un bosque, esperando encontrar un campamento cercano. —No parece haber nada— dijo John. —Lo escuché por esta zona— bajó del caballo y siguió a pie por una zona algo oculta.

—Hacia aquí hay un riachuelo. No es un buen sitio para un campamento, la tierra es muy húmeda— dijo Hamilton siguiendo a Laurens que se había acercado a por algo de agua.

—Sí, tienes razón. Deberíamos regresar—  afirmó el rubio levantándose con la cantimplora llena.

—No tan pronto. Se supone que hemos salido toda la mañana. No le hacemos falta ahora mismo a nadie— aseguró sentándose a la orilla del río y se quitó las botas

—Tus piernas son bonitas— aseguró sentándose a su lado y viendo cómo las calzas aún lo cubrían.

—Siempre me lo dices— recordó Hamilton.

—Por algo debe ser...—John suspiró y se entretuvo un tiempo mirando al pequeño río y apoyó su cabeza en Alexander.  Últimamente le sorprendían los gestos del mayor, y se preguntaba donde habría quedado el John irresponsable y bruto que conoció.

—Desde que Frances está aquí, te veo más feliz— dijo el pelirrojo mirando al hombre.—No has hecho ninguna locura.

—Mi vida ha estado llena de locuras. Ya han sido suficientes, nadie tiene por qué soportarlas— dijo mirando las manos de Alexander que estaban posadas sobre su muslo.

—Ahora es tranquila, dentro de lo que cabe, ¿no?

—Puedo decir que sí...

Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora