—Ya estoy aquí— dijo John. Había estado dejando a su esposa reposar una semana completa. —¿Cómo te sientes?— Aún no le había dicho lo que sabía.
—Un poco cansada, pero mucho mejor— aseguró enderezandose a la par que John se sentaba en la cama y le dio un beso en los labios. —Ya no tengo ninguna molestia. ¿Regresarás a descansar conmigo? Ya me habías acostumbrado— afirmó la mujer con una sonrisa. —Frances llega esta tarde, ¿cierto?
—Debería.
—Tienes una hija tan exitosa...— aseguró con una sonrisa dulce. —Me siento como nueva. ¿No te gustaría volver a intentarlo antes de que llegue tu hija?
—Beth, acabamos de perder un hijo hace una semana. No estás lista. No es el momento— aseguró. ¿Era el único que aún estaba de luto por aquella perdida? Encima no era ni hijo suyo probablemente.
—Yo me siento lista.
—Bien— dijo levantándose y se fue hacia la puerta.
—¿Dónde vas?
—A llamar a Alexander— aseguró de brazos cruzados.
—¿Qué?
—No era mío el hijo, ¿verdad? Ya lo sé todo. ¿Cuándo empezasteis a veros? Será mejor que seas sincera.
—Cuando venimos a vivir aquí— aseguró. De eso havia mucho tiempo.
—¿Todos los días?
—Casi todos.
—Increíble... pensaba que no podía decepcionarme aún más— aseguró abriendo la puerta y se fue a su despacho. Ahora debía explicarle a su hija que cuando llegó cargada de buenas noticias en su casa sólo le esperaban cosas terribles.
De lo primero que se enteró fue de que no iba a tener un hermano. Le dolió como no imaginaba. Ella también tenía ilusión. Después, su padre le confesó "el asunto". La infidelidad de su mujer y desde luego Frances no quería quedarse callada. —Papá, déjame que le grite unas cosas a esa zorra— dijo mientras su padre la tomaba del brazo para que no fuese a ningún lado.
—Cariño, la violencia no es una solución.
—¿Quién me lo dice?
—Tu padre— aseguró y la joven se sentó de brazos cruzados.
—Son horribles. Yo no quiero casarme nunca— dijo y John estuvo de acuerdo con esa decisión. —¿Y qué harás? ¿Vas a divorciarte?
—¿Divorciarme? No haré eso, eso no se hace. Supongo que la perdonaré, pero en un tiempo.
—Yo no quisiera verla jamás— aseguró. —A ninguno de los dos.
—Eso no es posible. ¿Hablamos de otros temas?
—Mejor será. Entre los dos batallones solo han habido cinco bajas y tengo muchas voluntarias más. ¿Puedo decir ya que soy la autora de la idea?
—Por supuesto— aseguró John. —¿Y ahora como quieres que sigamos?
—Me gustaría estar aquí un tiempo, deberíamos tener un general allí. O una general.
—¿Habrá alguna mujer suficientemente formada para eso que no seas tú?
—Podemos formar a una.
—¿A quién?
—Eliza.
—No, Frances. No. Alexander me asesina y ella tiene familia. Piensa en otra— aseguró John. —Nunca te prohíbo nada, pero esto es lo único que no te voy a permitir.
Frances suspiró y aceptó aquella condición. Eliza siempre tenía grandes ideas y un amor incondicional. —Pensaré en alguna de las chicas del batallón... Después te tengo otra propuesta— aseguró sacando un taco de hojas.
—¿Qué es esto? ¿Otro panfleto que me va a arruinar la carrera?— Bromeó y su hija le dio un codazo.
—Un partido. Preséntate a presidente ahora que Alexander no es tu rival.
—Frances, ¿para que quiero yo ser presidente?
—Porque yo quiero ser presidenta en un futuro y tú me lo vas a conceder. Yo quiero votar, quiero que los esclavos sean libres y que las mujeres cumplan sus sueños. Así que...
—Lo leo y si las ideas son buenas... puede que las defienda.
—Y te presentes a las elecciones.
—No las ganaré con toda esta polémica.
—Papá... intenta. Por mí, porfiiiiiii.
—Frances, esto no es una decisión pequeña— aseguró de brazos cruzados.
—Ya te lo planteaste alguna vez.
—Antes de este escándalo— aseguró.
—Vuelve a pensarlo—. Lo único que John pensaba era lo furioso que Alexander podría estar si John se postulase para presidente. —Estados Unidos necesita de nuevo a un militar, como cuando estuvo Washington... ahora tú. Por la patria.
—¿Y todo mi trabajo en el ejército?— Frances se señaló y John hizo una sonrisa de ternura. Desde luego nadie dudaría que es hija suya.
—Gracias por considerarlo, papá. Me voy a dormir— aseguró dándole un beso en la mejilla y salió por la puerta. John se sentó y empezó a leer un par de páginas hasta que apareció su mujer. Llevaba suplicando perdón todo el día, pero ahora parecía molesta porque John le había contado a Frances.
—¿Tenías que contárselo a la niña? No son asuntos de una niña.
—Ya no es una niña.
—Es tu hija. Eso son cosas de nuestro matrimonio.
—No le oculto secretos. Confío en ella más que en nadie y más que en nuestro matrimonio.
—¿No le has contado que has besado a Eliza?
—Si quieres cuéntaselo. No tengo nada que esconder. Déjame, Elizabeth. No estoy de humor para verte y debo descansar. Mañana se gradúan mis oficiales de infanteria de la escuela militar.
—¡Estoy harta! ¿Ves? Siempre te han importado más tus militares, los soldados y los reclutas que tu familia.
—No es cierto.
—Prefieres perder el tiempo en el campamento que estar con la familia.
—Eso no es cierto. Estoy siempre con Frances. ¿Por qué no te interesan los temas militares?
—Porque soy una mujer, John.
—A mi otra esposa le interesaba, aunque no estaba tan involucrada al menos lo escuchaba.
—Yo no soy tu otra esposa.
—Ya me he dado cuenta. Retírate.
—Yo no soy un cabo para que me digas que me vaya. Soy tu mujer.
—Y yo soy tu marido y te pido amablemente que salgas por la puerta, por favor, porque estoy ocupado leyendo lo que me ha dado mi hija, una Teniente Coronel que si no recuerdas acaba de llegar de una misión en Francia. Fuera, ves con Alexander.
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Donde el viento no susurra | Lams
Historical FictionJohn y Alexander se encuentran muy apegados hasta que un bebé se interpone en su camino en el ejército de Washington. Ambos pasarán el suceso por alto e intentarán mantener su relación con normalidad