Problemas con el corazón

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Alex:

―¿Problemas cardiacos?―preguntó Benja, mi hermano.

Benja y yo estábamos sentados en la mesa de la cocina, escuchando lo que papá nos estaba diciendo.

―Sí, así es. Pero no es nada de lo que se tengan que preocupar, voy a estar bien―añadió papá al ver la cara de preocupación de Benja.

Yo lo miré fijamente, quería saber si lo que nos estaba contando era una verdad completa y no una a medias donde omitía datos para que nosotros no nos preocupáramos. Él se dio cuenta y con una sonrisa dijo:

―Estoy bien, Alex―yo levanté una ceja―. Y si no me crees puedes acompañarme a la siguiente cita médica.

―¿Cuándo?―pregunté.

―Mañana...

―Dale, voy―dije con una pequeña sonrisa.

―En Miami―terminó papá y ahora el que sonreía era él.

―Juegas sucio―dije con el ceño fruncido.

Papá soltó una carcajada y se levantó.

―Dejen de preocuparse, voy a estar bien.

Papá iba saliendo de la cocina victorioso cuando Benja habló de nuevo:

―Pa, ¿vas a poder volver a jugar?

Benja había dado en el clavo, eso era lo que papá estaba omitiendo decirnos.

―Por ahora no... ―respondió, pero parecía no querer hablar del tema así que dijo―: Me voy hoy a la tarde por si alguno de ustedes quiere acompañarme―nos dirigió una mirada con las cejas levantadas―. Alex, ya sé que vos no. ¿Benja vas?

Benja negó con la cabeza.

―No puedo, tengo entrenamiento.

―Ah lo olvidaba―dijo papá, se sacó las llaves del auto del bolsillo y me las lanzó―. Si me voy, lo vas a llevar vos.

―Esta bien―dije mientras las atrapaba―. ¿Cuánto me vas a pagar por hacer de chofer?―pregunté para molestarlo.

―Pago tu escuela, tu ropa, tu comida, tus viajes, tus tarjetas... ¿Querés que siga?―dijo papá tomando una libreta de la mesada y comenzando a anotar―. Me parece que vamos a tener que comenzar a calcular cuanto es lo que me debes...

Volteé los ojos.

―Bueno, bueno―dije bajándome de la mesada―. Me parece que lo llevo y con eso pago mi deuda.

―Ay hijita, ni aunque lo llevaras todos los días de tu vida lograrías pagarme―dijo papá con una sonrisa mientras me despeinaba y también a Benja a manera de despedida―. ¡No quiero fiestas en mi ausencia!―gritó antes de desaparecer.

Benja y yo soltamos una risa.

―Bueno enano, ¿a qué hora es tu entrenamiento?―le pregunté.

Benja era mi hermano menor, tenía casi trece años y yo acababa de cumplir los 18, sin importar la edad, éramos casi de la misma altura, pero aún así lo llamaba enano de cariño.

―A las tres de la tarde.

Miré mi reloj, marcaban las once de la mañana.

―Genial, me da tiempo de dormir una siesta―dije mientras salía de la cocina.

―¡Son las once de la mañana y te acabas de despertar!―gritó Benja.

―¡Nunca está demás una siesta!―respondí yo.












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