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Amaba mi trabajo, pero en momentos como este se volvía el último lugar en el que quería estar.

—Entonces, ¿está diciéndome que por un postre de canela que compre me obsequiaran uno extra?

Asentí por quinta vez.

—Pero, yo solo quiero uno, no dos, solo uno.

Paciencia, paciencia, paciencia.

Siempre había sido una persona calmada y amable, pero mi paciencia tenía un límite y este cliente estaba haciéndome cruzar ese límite. Lo peor de todo es que era por algo muy estúpido.

—La promoción de esta semana es que si se lleva un producto que contenga canela puede llevarse otro gratis.

El joven al frente de mí frunció el ceño en desacuerdo.

—Y yo le estoy diciendo, Señorita, que quiero solo uno, no dos.

Suspiré sonoramente y discretamente miré a mi compañera buscando ayuda.

Sarah sabía leer a las personas, así que no tuve que decirle nada cuando ella ya se encontraba ocupando mi lugar y atendiendo al pobre chico que parecía tener la realidad alterada.

Y se suponía que era la generación que seguía.

Solo pude pensar en algo positivo, fingir una sonrisa y seguir con mi trabajo como si nada, aunque el cliente en la mesa que estaba atendiendo me dio una mirada de compasión.

El café era una locura últimamente, los clientes habían vuelto a aumentar considerablemente y yo no paraba de trabajar tanto como podía, tenía que seguir reuniendo dinero para pagar mis estudios. Cosa que me había tenido un poco angustiada.

Aún faltaba alrededor de un mes para poder iniciar el primer semestre de mi carrera, así que deseaba aprovechar todo el tiempo que fuera necesario para después no estar preocupada.

Mi padre se había ofrecido a ayudarme a pagar mis estudios. Sin embargo, por más que insistió, le pedí que guardará el dinero para los estudios de Amaia. Le faltaba poco para terminar la escuela, así que iba a necesitar ese dinero muy pronto.

Ella lo necesitaba mucho más que yo.

Ahora, solo tenía que intentar no sobre estresarme mucho.

Aunque era muy difícil en situaciones específicas, justo como la de hace un par de minutos.

Después de eso, el resto del turno lo terminé sin algún tipo de dificultades y agradecí mentalmente por ello. Porque no me creía capaz de ser lo suficientemente paciente para dejar que un cliente me insultara sin hacer mucho más que decirle un feliz día o en su defecto, lidiar con jovencitos que no parecían saber como funcionaba el mundo.

Al salir del café, solté un sonoro suspiro y emprendí mi camino hasta el apartamento. Las calles estaban alumbradas, y aunque no había muchas personas, no me sentía incómoda.

No había tardado mucho en llegar a mi lugar seguro.

Al pasar por el Lobby, saludé al portero e ingresé al ascensor. El viaje en la caja metálica era corto, así que cuando menos los esperaba ya me encontraba en el pasillo de camino a mi apartamento.

Al abrir la puerta, un olor a comida casera ingresó por mis fosas nasales. Era ese pollo que me encantaba.

Cuando miré a la cocina, mi mirada recorrió esa figura alta que me era muy conocida y casi de inmediato mi ceño se frunció en señal de confusión.

—¿Debería asustarme?

Él se exaltó y rápidamente giró sí cabeza en mi dirección. Arthur hizo contacto visual conmigo y en su boca se formó una sonrisa.

Yo te cuido [#PGP2023]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora