Camino por los pasillos de la residencia buscando mi nueva habitación y cuando llego a la puerta me tomo unos segundos antes de abrir. Tengo los ojos hinchados, la respiración entrecortada y el corazón en el suelo. Nunca había sido partidaria de los nuevos comienzos para olvidar el pasado pero en este momento no había una sola cosa que quisiera recordar.
¿Por qué no puedo moverme? Pienso después de darme cuenta que mis pies están pegados al suelo y la mano que sostiene el juego de llaves se queda congelada a la altura de la cerradura.
Cierro los ojos y me obligo a tranquilizarme. Ya es el segundo día seguido en el que no hago otra cosa más que llorar y decepcionarme constantemente de la vida. Pero tengo que seguir adelante. Aunque me cueste. Aunque me duela. Aunque tarde en sanar. Sé que eventualmente voy a volver a abrir mi corazón para que las personas correctas me demuestren que la amistad significa algo y no es solamente un título superficial del cual uno se puede deshacer cuando quiera.
-¿Me estás acosando?
La puerta que se encuentra a mis espaldas se abre y escucho una voz familiar. Cuando me doy la vuelta veo a Leo con una camiseta blanca de manga corta y unos bóxers negros holgados. Lleva un cigarrillo detrás de la oreja y no parece tener ni un poco de pudor al mostrarse en ropa interior en el medio del pasillo residencial.
-¿Por qué te acosaría? -pregunto con la voz dañada y la mirada vacía-. Apenas te conozco.
-Bueno… -comenta con aburrimiento y se quita el cigarrillo de la oreja para encenderlo-. Para ser un extraño sé bastante sobre ti.
Termina de decir aquello y abre uno de los ventanales del pasillo para tirar la primer bocanada de humo hacia el patio, evitando de esa manera que suene la alarma contra incendios.
-No puedes fumar aquí.
El joven no me presta atención. Simplemente se queda unos segundos absorto en el cigarrillo y en las formas que hace el humo cuando sale de su boca.
-¿Qué te ocurrió en la mano?
Me sorprendo con su pregunta. ¿Cómo logró ver el detalle de mi venda en medio de la oscuridad del pasillo? Me observo los nudillos y no puedo evitar recordar una seguidilla de imágenes mentales que quiero borrar para siempre de mi memoria.
-¿Recuerdas la amiga de la que te hablé el otro día? -comento con cansancio y le muestro mi puño-. Hice lo que me dijiste… La mandé… La mandé a volar…
Leo levanta las cejas y apaga rápidamente su cigarrillo. Luego se acerca a mí y me toma la mano para estudiarla mejor.
-Tienes los nudillos cortados -murmura perdido en los detalles de mi venda ensangrentada-. Dime que al menos le has dejado un moretón.
Sonrío con burla.
-Le he roto la nariz.
Sus ojos brillan con malicia al escuchar aquello y me mira como si hubiera descubierto el misterio del universo.
-Tienes que ser mi amiga.
-No seas ridículo -comento con tranquilidad, en otro momento eso me hubiera hecho reír pero estaba tan triste que ya no podía expresar ningún tipo de emoción.
-Hablo enserio, Charlotte. Necesito a alguien a mi lado que sepa defenderse.
-¿Entonces quieres ser mi amigo por eso? ¿Para que salga en tu defensa cuando las cosas se compliquen?
-Por supuesto -responde y sonríe-. ¿Los amigos no están para eso?
Aquella pregunta retórica me moviliza por dentro y me sacude como si la verdad me tomara de los brazos a la fuerza. Eso era exactamente lo que me había faltado toda la vida. Amigos que estuvieran a mi lado cuando me tocara vivir los malos momentos de mi juventud.
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La Siguiente Lección
RomantizmCharlotte es una joven que vive una vida universitaria tranquila junto a sus mejores amigas y compañeras de habitación. Su día se divide entre los estudios y un trabajo de medio tiempo como tutora de literatura inglesa en su universidad. Sin embarg...