Capítulo 30.

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Sentía la mirada de Darren sobre mí, le pedía a Dios que mantuviera el silencio y simplemente me dejase marchar. Mis ojos se inundaban poco a poco de lágrimas que pedían a gritos fluir, pero como soy egoísta se los prohibí. Apreté mis puños al costado de mi cuerpo rígido, veía como la zorra rubia se alejaba con la batalla ganada, pero aún quedaba la guerra entera y no pretendía dejarle el camino libre, para nada. Me sequé una lágrima rebelde que corría por mis mejillas y me volteé.

—No digas nada—Bajé la mirada.

—Perdón, nunca creí que ella fuese a venir—Su voz se escuchaba tan a lo lejos que parecía de fantasía.

—Ella... ella es una víbora maldita—Apreté la mandíbula— ¡Ella no merece nada en éste maldito mundo!—La desesperación se apoderaba de mi cuerpo, mi alma quería gritar a los cuatro vientos que la angustia se la estaba comenzando a comer.

—Hey Damm, tranquilo...—Colocó su mano derecha sobre mi hombro izquierdo, el calor que esta transmitía no significó nada para mi frío interior.

—Por favor... déjame solo—Tragué el nudo que se estaba comenzando a formar en mi garganta—Si no te molesta, intenta no decirle a nadie donde estoy, te lo agradecería.

Asintió, sé que en su interior estaba tan preocupado como lo estarían mis amigos.

Me acerqué hasta un fardo y comencé a llorar, las lágrimas finalmente podían salir con libertad, mis antiguos recuerdos comenzaban a hacerse presente poco a poco, los insultos y los golpes los sentía nuevamente, las ganas de querer desaparecer por el simple hecho de buscar tranquilidad se albergaba en mi mente. Mi pasado fue doloroso, lleno de sufrimiento del cual logré salir adelante con dificultad pero, por alguna razón, aún mi mente no se encontraba estable. Me recosté en posición fetal y cerré los ojos, intentando ahuyentar los malos pensamientos.

¡Miren, ahí viene el maricón!—Caminaba con la cabeza gacha sin prestar atención alguna a los gritos.

— ¿Acaso no vendrás por nosotros?—Me provocaban— ¿O se te puede romper una uña?

Seguí caminando pero se hacía más difícil, ellos me comenzaron a rodear hasta que me acorralaron.

—Te quedas sin escapatoria, asqueroso—Mi ser se encogía entre las risas de los demás, yo no era nadie...

—Por favor... déjenme ir—Susurré con miedo.

— ¿Qué dijiste?—Se reían al unísono— ¿Te quieres marchar?

Asentí.

—Pues estás equivocado—Dijo el de gorra roja, el que mandaba al grupo de matones.

Un gran puñetazo se adueñó de mi ojo derecho, y caí como un saco de patatas. Todo se tornó tan borroso, lo único que atiné a hacer fue cubrirme de las patadas hasta que alguien llegó a mi auxilio, siempre llegaban a ayudarme pero ésta vez fue distinta, él golpeó a cada uno de los matones que me habían acorralado, él me tomó entre sus brazos y me llevó hasta la enfermería de la escuela.

—Chico...—Sus brazos me movían con delicadeza— ¿Estás vivo?

Abrí mi ojo izquierdo manteniendo el derecho cerrado debido a la hinchazón

—Ho—hola...—Dije con debilidad.

—Vaya paliza que recibiste allá afuera—Sonrió y luego recordó que no era un chiste. Esbocé media sonrisa y deje escapar un suspiro.

—Ya estoy acostumbrado, ¿quién eres?—Con dificultad intenté apreciar su rostro, tenía el cabello negro y los ojos marrones, tenía la piel algo bronceada, cosa que lo hacía lucir bastante atractivo.

Limerence.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora