Capitulo 27

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El viernes llegó de forma paulatina, y tras pasar seis horas en el instituto deseando que llegasen las 5 de la tarde, terminaron. Comí con Marc y mis padres y tras arreglarme a las cuatro salimos en dirección al Aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona - El Prat, con puntualidad británica el vuelo despegó y durante las casi dos horas que duro el vuelo sentía mariposas en el estómago, pero no de las buenas sino de las malas, las que molestan.

Al salir por la puerta, no tarde en ver a un hombre con un cartel con mi nombre "Nia García Ferrer", me dirigí a él. Era un hombre de unos cincuenta años, de pelo canoso, ojos claros y complexión ancha.

-Mi nombre es Jules Martin, seré su chófer hoy. -dijo el hombre cuando me planté frente a él.

-Hola señor Martin.

-Acompáñeme nos queda una hora de viaje hasta la casa de los señores.

Asentí y dejé que cogiese mi maleta, le seguí hasta que llegamos al auto negro, me subí a la parte trasera del coche.

Tal y como Jules había dicho una hora más tarde el automóvil se paraba frente a un gran portalón verde oscuro que empezó a abrirse lentamente al darle a un botón del coche, tras ese portalón había otro portal esta vez de metal y también se abrió, pero esta vez Jules tuvo que sacar su brazo fuera de la ventana y darle a un botón incrustado en la pared de piedra. Cuando se abrió mis ojos pudieron ver la enorme vivienda de color blanco con una gran cantidad de ventanas en color azul marino. Estacionó el coche en el garaje subterráneo que se encontraba a la derecha de los portales.

-Yo le subiré la maleta a su cuarto. -me dijo Jules cuando intenté coger la maleta del maletero. -Ahora le presentó a Margaux, ella le llevará a la habitación y le enseñará la casa.

-Vale. -respondí.

Subimos en un ascensor que se abrió directamente en la entrada de la gran casa. La puerta era blanca con detalles dorados y frente al ascensor había una mesa redonda de madera con flores y varias sillas de aspecto antiguo decoraban esta estancia.

-Buenas tardes, señorita García. Soy Margaux, pero puede llamarme Mar.

-Buenas tardes, Mar, yo prefiero que me llames Nia.

-Como desees, ¿la llevo a su habitación?

-Sí, por favor.

-Acompáñame. -dijo a la vez que me indicaba con la mano que la siguiese. Unas puertas francesas blancas se abrieron recibiéndome en un gran salón con dos sofás, uno largo en beis y otro de solo dos plazas, ambos decorados con cojines de aspecto vintage. A la derecha de esta estancia había otras puertas francesas abiertas, desde donde yo estaba vi que era el comedor. Seguí a Mar por la izquierda, donde solo había un largo pasillo con dos puertas a la izquierda y de nuevo a la derecha otras puertas francesa, pero esta vez estaban cerradas. Al fondo del pasillo se encontraban las escaleras por las que subí y me sentí como una princesa en esa impresionante clase de estilo francés.

Solo subimos una planta y una estancia de forma semicircular nos recibió. -En esta planta está su habitación y la del señor Enzo.

-¿La mía cuál es?

-La de la izquierda, sígueme.

Fui tras ella y abrió la puerta haciendo que una luz cegadora me asaltase, cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, puede apreciar que a mi izquierda se encontraba una cama de matrimonio con dos mesitas de noche, a los lados, justo enfrente estaban dos grandes ventanales desde donde se podía ver el jardín trasero, al fondo de la habitación estaba el cuarto de baño y en la pared derecha de la habitación se encontraba el armario con tiradores dorados.

-Te dejo que te instales. ¿Necesitas algo antes que de me vaya?

-Sí, me gustaría saber si Enzo está en casa.

-Ahora mismo no, ha salido a pasear con el señor Villeneuve y Simone, el perro.

-Ah entiendo, vale, gracias.

-De nada. Buenas tardes.

Cerro la puerta al salir y yo me senté sobre la cama cubierta por una colcha de pequeñas flores azules y moradas. Miré la maleta apoyada bajo la ventana y tras estar cinco minutos mirándola fijamente decidí levantarme y deshacerla, puse en el armario las tres mudas, el pijama y los zapatos, y en el baño dejé el neceser. También cogí el libro que había metido a última hora en la maleta, y después de abrir un poco la puerta para oír si venía, me senté en el sillón que se encontraba en al lado de la ventana.

Una hora más tarde, cuando me había aburrido de leer Racer de Katy Evans, lo dejé en la pequeña mesa de café y me tumbe en la cama con la vista en el techo blanco adornado con una enorme lámpara de araña, no sé cuando, pero al final el sueño me venció.

-... Nia... Nia -hoy como susurraba una voz masculino.

Giré mi cuerpo adormecido hacia donde procedía esa voz.

-Nia, despierta...

Abrí los ojos de repente al reconocer la voz de Enzo y tan rápido con pude me erguí de la cama y me dejé caer en los cintos de cojines.

-Hola... -dije somnolienta.

-¿Qué haces aquí?

-Venir a verte, y a hablar.

-¿Te ha enviado mi madre?

-Sí.

-¿Cuándo te vas? -pregunto a la vez que se levantaba de la cama.

-Casi aún ni he llegado y ya preguntas cuando me voy.

-Nia, necesito estar aquí. Solo. Con mi abuelo.

-Enzo... -me levanté y coloqué mi mano sobre su mejilla. - He venido a verte, que me cuentes todo eso que me decías, que algún día me dirías. Enzo te quiero y he venido aquí por ti.

-Nia... ya te he dicho que quiero estar solo... -susurró mientras dejaba mi mano caer de su mejilla.

-Enzo no es bueno encerrarte en ti mismo y la soledad.

-Nia, no me encierro en ningún lado, solo en la habitación de mi abuelo que se muere de cáncer y se niega a tomar tratamiento porque quiere irse con mi abuela, y yo ya no sé como convencerlo para que se trate porque es la única persona que me entiende en el mundo, es mi ídolo a seguir y no sé como podría vivir sin él y... -jamás había visto a Enzo llorar, ni siquiera cuando a los siete años se había roto la muñeca jugando al fútbol, por eso no supe que hacer y solo pude abrazarlo hasta que se calmó un rato más tarde.

-¿Estás mejor? -pregunté.

-Te he echado de menos, princesa... -dijo antes de darme un cariñoso beso en los labios.

-Y yo, rubio.

-Siento mucho como me comporte el otro día, me sobrepaso todo, todo lo que te decía no estar seguro, se me confirmo y después te vi entrar con él a tu casa y... Lo siento mucho, Nia.

Otro recuerdo me vino a la mente, recordé lo ocurrido con Killian aquella noche donde no supe controlar mi cabreo.

-No pasa nada... -respondí, pero me odié por perdonarle cuando él solo no supo asimilar todo lo que descubrió y yo sin razón ninguna no me lo pensé al besar a Killian.




No basta con decir, Te quiero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora