Prologo

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—¡Te juro que todo fue un error! —gritó la joven reina tratando de cubrir su turgente busto con una de las mantas de seda— ¡Él me obligo! — insistió una vez más señalando con un delicado dedo a su joven amante.
El chico, que apenas si pasaba de los veinte años abrió tanto los ojos que parecían salir de sus orbitas.

—Ella dijo que me amaba —se defendió el muchacho—. Yo no la obligué a nada —Una cosa era morir por acostarse con una amante dispuesta y otra cosa totalmente diferente era ser acusado de violación a una reina.

El soberano no le dedicó una segunda mirada al muchacho de cabello negro y llorosos ojos azules, toda su atención estaba sobre la traidora.
—¡Por favor, mi señor! —gritó la reina— ¡Yo jamás le traicionaría a propósito!... él se aprovechó de mi soledad...

La respuesta del rey fue un golpe que la hizo volver el rostro, aunque no tan fuerte como para quebrarle el pómulo. El silencio en la habitación era sepulcral, el padre de la ahora ex reina no pudo más que bajar la mirada avergonzado, el tío del rey, de pie junto al hombre más anciano del consejo fueron testigos directos de la afrenta cometida al soberano.
Alta traición fue el veredicto del consejo días después.

La más hermosa reina de la que pueblo alguno hubiera tenido noticia, murió por el hacha aun gritando su inocencia y declarando amor a su furioso esposo. El soberano observó desde lo alto del púlpito como la cabellera larga y negra de su esposa rodaba hasta caer sobre la plataforma de madera manchada con sus fluidos.

La noticia de lo ocurrido en la Casa Real de Soremto viajó como el fuego en una bodega llena de pólvora. Aún los enemigos declarados del rey supieron guardar un respetuoso silencio. El joven amante fue muerto de igual manera, en una ceremonia donde solo estuvo el verdugo y dos testigos que luego le llevaron la noticia al rey.

El destino que tenía la luna | MattwoongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora