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Matthew sintió como la luz de su madre reconstituía sus fuerzas, la diosa no le dejaría solo y ahora le necesitaba más que nunca. Tenía claramente definidas cuáles eran sus opciones, morir de amor allí hasta que su majestad dejara de jugar a los soldaditos, o ir a por él y resolver el asunto de una maldita vez. Una sonrisa gatuna se dibujó en aquella esponjada carita peluda, ese tigre iría por lo suyo o moriría en el intento. Ahora no solo tenía que ver por sí mismo, si era cierto lo que su madre le había revelado, había mucho en juego como para dejarle las cosas al Padre Tiempo.

Con su pata empujo el ventanal, haciendo que este se abriera suavemente, una vez en el balcón, decidió hacer su camino hasta el jardín interno. Si antes no había salido de su aislamiento forzado, era porque si el rey lo encerró, el debería ser quién le sacara, así de simple. Saltando a la cornisa se impulsó hasta caer sobre sus cuatro patas en un techo, luego dio otro salto hasta caer el balcón dos pisos abajo. De allí el camino al suelo fue más fácil.

Sintiendo la hierba bajo sus patas, levanto la cara para ver a la luna en su redonda majestad, elevando una oración, le rogo protegiera su camino. Arrastrando la pansa se mantuvo con el perfil bajo, escondiéndose entre los árboles, hasta llegar a la parte más lejana, donde el muro se alzaba hasta casi tocar el sol. El tigre había pasado suficientes horas vagando por ese lugar como para no conocer sus secretos. Invocando su forma humana, la que era más pequeña y delgada, se metió entre las hojas de una frondosa planta trepadora, la que ocultaba un pequeño agujero por donde él podría pasar con relativa dificultad.

La Luna, apoyando las correrías de su hijo, se ocultó tras una nube negra, haciendo que la noche se convirtiera en un gran agujero oscuro como la boca de un lobo. Agradeciendo a su madre el detalle, Matthew corrió lo que le daban sus patas, hasta esconderse entre los árboles. Lo único que tendría que hacer era vigilar la salida del castillo y ver en qué momento Gunwook comenzaba su viaje fuera de allí.

Era ya de madrugada, los rayos del sol apenas se asomaban en el horizonte cuando vio dos figuras salir del castillo. Matthew estaba terminando con el pobre conejo que había atrapado, sin saber por qué, de pronto sentía tantas ganas de comerse uno, que tuvo que levantarse de su lecho de hojas para cazarlo. Estaba tan bueno y tierno, era la mejor comida que había probado en días. Terminando de limpiarse los bigotes con sus patas delanteras, decidió que ese par se veían sospechosos.

Desde la orilla del camino, oculto entre la maleza, siguió a los desconocidos, en el momento en que la brisa cambiara, podría saber si uno de esos hombres era su amigo o no. Ya llevaba unos doscientos metros de acechanza, cuando pudo olfatear la identidad de los encapuchados.

Uno era definitivamente Taerae, pero la identidad del otro lo hizo congelarse en el lugar, el otro hombre era Gunwook, el Jefe de la Guardia de su pareja. Qué hacían esos dos hombres juntos y saliendo del castillo con esos aires de misterio. El ser un felino daba ciertas cualidades, como el ser excesivamente curioso, así que era esa una razón más para seguir a la pareja.

Los caballos trotaban a un paso tranquilo hasta que se alejaron lo suficiente de las miradas de los vigías de las alamedas, una vez superado ese contratiempo, se perdieron entre los árboles del bosque por un estrecho camino, cabalgando a una velocidad no muy prudente.

Matthew por tres veces tuvo que detenerse a descansar, en la última parada había un riachuelo, del que bebió a grandes tragos hasta quedar totalmente satisfecho. Sin poderlo evitar, o al menos ser consciente de ello, se arrastró bajo la sombra de un gran árbol, hasta caer de pansa sobre la hierba. Segundos después se hundió en un profundo sueño.

Al despertar, el sol ya estaba en lo alto del cielo, temiendo haber perdido la pista de los hombres, se levantó de golpe. Dirigiéndose al lugar dónde les había visto por última vez, trato de localizar el olor. No tardó mucho en saber la dirección que los jinetes habían tomado, al parecer se adentraban en lo profundo del bosque.

El destino que tenía la luna | MattwoongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora