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Taerae estaba acostado en la cama, mirando el blanco techo dibujando caminos imaginarios en él. Con una sonrisa en el rostro recordó como ese molesto del jefe de la guardia real, Park Gunwook, le vigilaba atentamente durante el baile en la noche anterior, como si temiera que fuera a robar la bajilla de plata.

Levantándose de golpe decidió salir a dar una vuelta, desde hacía unos días había descubierto que el tigre se escapaba en las tardes a nadar en el estanque que había en el fondo del jardín mientras su amo iba a supervisar el entrenamiento de su guardia personal. Tenía cierto gusto por patearle el culo a los nuevos cadetes que entraban pensando que eran los mejores en el arte del combate cuerpo a cuerpo.

Con cuidado de no levantar sospechas, se vistió con unos pantalones de algodón holgado, una túnica blanca que le llegaba a medio muslo y un fajón que marcaba su fina cintura. Una vez vestido con ropa adecuada para su inocente paseo por los jardines.

El sol subía perezosamente buscando situarse en lo alto del cielo, una brisa fresca movía las hojas de los árboles, las flores lucían sus mejores galas en esa mañana de primavera. El chapoteo que se escuchaba tras los árboles le indico a Taerae exactamente donde estaba quién buscaba.

Un enorme tigre blanco nadaba en la alberca como si no existiera ninguna razón para preocuparse en el mundo. Taerae no

había sobrevivido tantos años como un niño abandonado sin tener algo de cerebro para usar. Con cuidado de no molestar al tigre, se movió lentamente hasta llegar a la orilla del agua

El tigre levanto la cabeza, olfateando el aire trato de identificar al desconocido que le observaba. Al girarse en el agua pudo observar a ese chico de cabello negro que había visto durante el baile, el mismo que había causado que su rey se molestara por primera vez desde que le había palmeado el trasero. El sexo esa noche fue rudo, pero el felino pudo hacerle frente a los celos del rey y le desgasto con la misma furia.

Nadando hasta la orilla, invoco su forma humana, a la vez que una túnica azul le cubría hasta los pies. — ¿Qué haces aquí? — pregunto Matthew al chico que se había sentado en una banca derruida por las inclemencias del aire libre.

—Me sentí algo asfixiado dentro de las gruesas paredes del castillo— se encogió de hombros Taerae—. Supongo que a ti te paso lo mismo.

Matthew no pudo evitar sonreír, realmente le caía bien este chico, mientras algunos nobles le trataban como si fuera un niño mimado y otros le temieran como si fuera la encarnación del mal, él le trataba con la misma confianza que los hechiceros con los que había crecido.

El agua está algo fría— remendó el príncipe consorte— pero se siente delicioso nadar en ella.

Taerae le devolvió la sonrisa— Nada me hará entrar al agua— se cruzó de brazos— por muy príncipe que seas.

¿Realmente no entiendo cómo puedes ser el sobrino de ese viejo pomposo de Choi? —se quejó más que preguntar.

Esa sí que es una buena pregunta— respondió a Matthew moviéndose a un lado para darle lugar en la banca al joven felino. —

Supongo que en toda familia hay al menos una oveja negra— bromeo Matthew.

Supongo— hablo mientras retiraba un mechón de cabello negro que le había caído sobre el rostro—, al menos me ha dado un techo donde refugiarme.

Matthew miró largamente los ojos verde agua que estaban fijos sobre el estanque. No pudo evitar darse cuenta de que aunque la boca sonreía, la postura del cuerpo fuera relajada y la mirada emulara la alegría, había bajo todo eso una gran tristeza. En ese momento decidió que serían amigos.

El destino que tenía la luna | MattwoongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora