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Matthew estaba tan feliz, su compañero lo abrazaba, la tierna luz de la mañana acariciaba su rostro y lo mejor, estaba acostado entre suaves pieles que le calentaban el cuerpo. Era un gatito feliz, solo para demostrarlo comenzó a ronronear haciendo sonreír a su rey que observaba atentamente su despertar.

¿Estás listo para comenzar el viaje? — La voz queda de Jiwoong termino de despertarlo.

Sentándose de golpe, Matthew descubrió que estaban acompañados por apenas una veintena de soldados— ¿Y los demás?
pregunto mientras veía como los guerreros terminaban de preparar los caballos para la marcha.

—Digamos que Gunwook y Minho están haciendo su tarea— hablo el rey dándole un toque de misterio que hizo que Matthew achinara los ojos.

Sin dejar que el chico hiciera más preguntas, el soberano se puso de pie, tomándolo de la mano lo hizo levantarse de golpe. El rápido movimiento causo que el mundo del gatito girara tan rápido que tuvo que sostenerse del brazo que le envolvía por la cintura. La cena que había ingerido se rebeló dentro de su estómago buscando salir. Doblándose vomito hasta que sintió que el alma le había quedado sobre la hierba.

Taerae fue el primero en llegar junto a la pareja, tomando un trozo de tela se la alcanzo al rey que había vuelto a acomodar a su descompuesta pareja sobre las pieles aún tibias.

¿Qué le paso? — Susurro el joven cuidador del tigre humedeciendo la tela con un poco de agua cuando el rey se la regreso.

Jiwoong se veía pálido, los soldados, ya alertados por el general, se mantenían a distancia junto a sus caballos. Todos ellos eran de la total confianza del soberano.

—Él no se siente bien — comento lo obvio el rey.

Taerae se arrodillo junto a su amigo, el soberano dio el espacio con la esperanza de que el otro chico supiera que estaba pasando. El cuidador saco de su bolsa de viaje unas galletitas secas saladas y se las entregó al joven gatito, que para sorpresa de todos, se las comió vorazmente. Sentándose como si nada, tomo el vaso de agua que le alcanzo Jiwoong y se lo bebió.

Cuando Matthew termino su rápido desayuno, levanto la vista hacia toda la concurrencia que le observaba sin el más mínimo disimulo.

¿Qué pasa? — Pregunto mientras limpiaba las migas de galleta que le ensuciaban las mejillas.

Los soldados, hombres rudos que mudaron de dientes en el campo de batalla, se veían casi al punto del derretimiento. La pareja del rey era una mezcla de contrastes que eran para volver loco a cualquiera, mientras no amenazaba con destrozar medio campamento, se comportaba tan mimoso que era irresistible.

Jiwoong, que no era idiota, les lanzo una mirada de advertencia a los hombres, el chico tenía dueño y no era otro más que él. Los soldados sabían cuando el lobo del rey era el que daba el aviso, así que como ninguno tenía un especial interés por morir ese día, decidieron dedicarse a sus asuntos.

—No les hagas caso— hablo Taerae dedicándole un guiño travieso a su amigo—, a estos les gusta ver quién mea más lejos...

Ambos chicos sonrieron por la broma, solo el rey permanecía de pie con los brazos cruzados. Las palabras del viejo general daban vueltas en su cabeza, temía ilusionarse y descubrir que aquello no era posible. Matthew era un regalo de la Diosa Luna, el simple hecho de haberlo salvado de la locura y darle una nueva oportunidad de amar era suficiente milagro, ya el pensar en hijos era ir más allá de lo posible.

Jiwoong no pudo evitar sonreír, el cabello negro de Taerae contrastaba con el plateado de su pareja, ambos delgados y tan jóvenes que por un momento olvido que ese par era una fuente inagotable de problemas.

El destino que tenía la luna | MattwoongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora