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Cinco años después...

—¡Su majestad! —La voz respetuosa del líder del Consejo hizo que el rey levantara la mirada del escritorio plagado de papeles por revisar.

—¡Habla! —Ordenó el soberano haciendo un ademán para que el anciano se sentara en la pesada silla frente a él.

El viejo hombre le dedicó una mirada evaluadora a su majestad.

—Pido permiso para hablar con honestidad —juntó las manos rugosas sobre su regazo. El rey, había sido educado como guerrero, la espada antes que la pluma, muchos se confiaban en eso cometiendo el grave error de menospreciar las capacidades sutiles del hombre de mirada dura. El miembro del consejo era uno de los pocos que sabía quién realmente era Jiwoong de la Casa de Kim.

El rey conocía lo suficiente a la vieja serpiente como para saber que no era de los que llegan a interrumpirlo por cualquier estupidez. Los ojos color plata del guerrero miraban fijamente el semblante del mayor, mientras su mente de estadista esperaba juiciosamente.

—Habla, que mi permiso no es más que un mero trámite cuando se trata de tus "honestas" palabras.
El anciano sonrío.

—Me complace que valore mis facultades —no pudo evitar el tono vanidoso—, pero no es de eso de lo que vengo a hablar.

Jiwoong se puso de pie, su metro noventa y cinco de estatura, su espalda ancha, su cintura estrecha, su musculatura endurecida por el uso de la espada, caminó lentamente hasta llegar al amplio ventanal desde donde se podían observar los altos muros que protegían al castillo, iluminados por la luz de la luna. El cabello negro largo le caía hasta media espalda.

—Imagino que tiene que ver con la falta de quién ocupe el trono que la antigua reina dejó vacío.

—No exactamente —reconoció el anciano, sabía que con Jiwoong debía irse al punto—, lo que se pide es que usted tome una amante estable... alguien que le ayude con...

El golpe del puño del rey sobre la pulida madera del escritorio hizo que el anciano diera un respingo.

—Ningún consorte se sentará en el trono de Soyeon —cada palabra pronunciada con tanto veneno que hizo que la sangre de Minho se helara en sus venas.

El anciano se puso de pie lentamente, su cabello cano atado a la altura de la nuca, el peso de su cuerpo sostenido por un bastón de madera retorcida.

—Nadie le está pidiendo a su majestad que tome otra compañera, es del conocimiento de todos que la sangre de lobo hace que los Kim se emparejen de por vida.

—¿Entonces? —Regresó nuevamente junto al ventanal, dándole la espalda al anciano que meditaba sobre cuáles serían sus próximas palabras— Dime que te traes entre manos. Te conozco lo suficiente como para saber que solo estas dando vueltas sin que lleguemos a nada en claro.

—El consejo quiere conseguirle a su majestad un amante... —reconoció el viejo a regañadientes.

—Cualquier noble que escoja para ese menester tendrá demasiado poder sobre los otros, aunque trate de evitarlo acabará convirtiéndose en un problema más grande que el que tengo ahora —las palabras del rey solo le confirmaban a Minho que el hombre era más reflexivo de lo que muchos pensaban—. Si tomo un plebeyo puede acabar fácilmente tentado por los juegos de poder de la corte y lo peor de todo es que no podría culparlo ya que sería yo el único culpable por ponerlo en esa posición.

—Todo eso ha sido puesto sobre la mesa —habló el viejo sin permitir que las palabras del soberano lo desanimaran—. Por eso, si usted lo permite, le conseguiremos un amante hecho a la medida.
Las palabras de Minho hicieron que el rey se volviera de golpe.

—¿De qué estás hablando?

El anciano sonrió mostrando su carta ganadora.
—Hablo de cobrar una vieja deuda al Clan de los Hechiceros —notando como su soberano se mostraba francamente sorprendido, continuó—: una gota de su sangre será suficiente para que le sea entregado un amante que solo vivirá para complacerlo.

El rey regresó su atención al paisaje más allá de su ventana. La Diosa Luna alumbraba con su luz blanquecina las altas paredes de roca, su sangre de lobo le susurro que era la noche de tomar decisiones.

—¡Bien! —Era lo único que podía decir por el momento.

Complacido el Líder del Consejo salió del estudio privado del rey, tan concentrado estaba en sus propios planes que no notó la sombra que se deslizaba escondiéndose tras una esquina. Sin detenerse Minho llegó hasta sus habitaciones privadas, dirigiéndose hasta su desgastado escritorio escribió una breve nota:
«Mañana la luna estará en la posición perfecta para pedirle el regalo para nuestro señor»

Un águila de plumas blancas salió volando por la ventana en busca del receptor de la nota que tenía atada en una de las patas. Ahora todo estaba en manos del Clan de los Hechiceros.

El destino que tenía la luna | MattwoongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora