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La espalda encorvada, el peso sostenido en el viejo bastón lleno de nudos, el cabello cano atado con una coleta a la altura de la nuca, los ojos negros que aún conservaban esa viveza propia de la juventud, sus pasos hacían un extraño eco que rebotaba en las paredes del salón donde no parecía haber un alma viva. Minho se adentró en el recinto donde sería recibido por la matriarca del Clan de los Hechiceros.

El viejo esperó pacientemente de pie en el centro del inmenso salón, estaba seguro que podría albergar al menos cien personas de ser necesario. El espacio era circular, el techo era una bóveda que simulaba un cielo en un día de verano, hasta los dibujos de las nubes se movían mágicamente. El piso estaba formado por enormes mosaicos de colores que dibujaban extrañan formas, el líder del Consejo sabía perfectamente que nada en ese lugar estaba allí por simple capricho. Los colores predominantes eran los de la tierra, los cortinajes pesados que adornaban las paredes eran de un color rojo amarronado. Una pesada silla de madera, que más parecía un pequeño trono, estaba al fondo de la estancia.

El silencio era total.

Un eco, pasos que se acercaban con un golpe seco sobre el piso de piedra sin que Minho pudiera observar la presencia de otro ser vivo en el salón. De lo único que estaba seguro era que alguien se acercaba por la parte de atrás del trono, el sonido del batir de alas lo hizo levantar la vista, el dibujo de un dragón se había separado del techo y ahora volaba en círculos sobre su cabeza.

—Es hermoso, ¿Verdad? —Habló una voz sedosa desde la pesada silla de madera. El pequeño dragón naranja voló hasta posarse sobre el regazo de la hermosa mujer pelirroja que observaba al anciano con una dulce sonrisa.

La etérea visión que asaltó los ojos de Minho era aún más sublime de lo que recordaba. La bruja sentada sobre el pequeño trono acariciaba descuidadamente las alas recogidas del dragón, el cabello rojo lacio caía por la espalda como si fuera un velo de fuego, los ojos verdes ahora miraban interesados la figura del anciano frente a ella.

Sintiéndose tan estúpido como cuando tenía quince años, Minho logró recoger el valor suficiente para hablar:
—Nada es más hermoso que usted, mi señora.

La risa ronca de la hechicera hizo eco en las paredes de piedra.

—Tu lengua solo se ha endulzado con los años, vieja serpiente.

—Al menos algo ha mejorado con el tiempo —le guiñó un ojo con picardía—, de lo demás solo quedan viejas glorias.

El dragón que estaba acostado sobre el regazo de la pelirroja levantó la cabeza, observó al anciano de espalda encorvada y bufó molesto, regresando luego a su antigua posición.

—Tal vez engañes a otros menos observadores, pero veo en tus ojos los antiguos bríos, tu alma sigue siendo tan afilada y peligrosa como antaño —con un ligero golpecito en la espalda de la bestia sobre sus rodillas, hizo que el pequeño dragón levantara el vuelo. Poniéndose de pie lentamente, agregó—: No podía esperar menos de ti. El tiempo para saldar la deuda está por llegar.

Minho observó cómo la hechicera se ponía de pie, cada movimiento fluido, su caminar sinuoso, los ojos verdes entrecerrados sin perderle detalle a su presa. La mujer era la encarnación de la belleza, el vestido largo de telas suaves dejaba ver las curvas de líneas delicadas, unos pequeños pies desnudos se asomaban por el dobladillo.

El anciano, templado por el paso del tiempo como la espada en el fuego, supo quedarse allí sin retroceder ni un paso.

—La deuda abarca dos favores, ya cobré uno hace cincuenta años, llegó el momento de pedirte el último.
La risa ronca era como una caricia de fuego sobre la piel.

El destino que tenía la luna | MattwoongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora