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Gunwook, el feroz guerrero estaba ladrando órdenes, asegurándose de que todo estuviera bajo control. La armadura que cubría su pecho y espalda estaba manchada con la sangre de sus enemigos, el honor de su rey había sido vengado. Como muestra publica los cadáveres estaban siendo arrojados por las alamedas, dejando que los parientes les recogieran, compartiendo con estos el deshonor.

En un principio, cuando el infierno se desato en la sala del trono, temió que el chico de cabello negro sucumbiera, pero le había demostrado con hechos de que era una mierda difícil de matar. Como voto de confianza de un guerrero a otro, dejo que Taerae hiciera lo suyo sin su intromisión, claro que no pudo evitar echarle un ojo de vez en cuando.

Ahora que por fin el último cadáver, el de Dongwook, era arrojado como la basura que era por el acantilado con que limitaba al este el castillo, supo que era momento de arreglar cuentas con el orgulloso muchacho, porque si de algo estaba seguro, era que tantos años de humillaciones no lograron nada para doblegar ese espíritu libre.

Sin querer perder más tiempo, Gunwook dejo a los hombres en la alameda para ir a buscar a su angelito sanguinario, como le llamaba mentalmente desde que lo vio combatir con todo lo que estaba a la mano para acabar con quienes se le enfrentaban pensándolo una pieza fácil.

Dentro de las paredes del castillo los mozos lavaban a conciencia todas las manchas de sangre que había quedado. Los cuerpos de los guerreros leales al rey eran tratados con todas las consideraciones de héroes que según el caso eran. Todo aquello era un torbellino de movimiento, cosas eran tiradas, otras se acomodaban, valiosos tapices arruinados eran remplazados y otros definitivamente eran imposibles de reponer.

Ni siquiera se había secado la sangre de los enemigos, cuando el rey había hecho pública su intención de enlazarse oficialmente con su pareja gestante. En un mes el reino debía de estar listo para la gran celebración que esto merecía. Si alguien pensó que el rey haría alguna concesión de que uno de los muertos era su tío, estaba muy equivocado. El destino de todos los traidores sería el mismo, el olvido.

Confiado en que su futura pareja estaría junto a Matthew, prefirió dejar para después el encuentro. Un baño sería lo ideal para quitarse toda esa suciedad que lo cubría, luego iría a mostrarle a ese chico como era el amor de un león.

Taerae estaba sobre su caballo, dedicándole una última mirada al castillo, se despidió mentalmente de sus amigos, era hora de enfrentar solo a sus propios demonios. El sol se ocultaba en el ocaso, un rojo intenso pintaba de sangre las nubes lejanas, la noche era el

mejor momento para cabalgar sin llamar la atención de amigos y enemigos. Vestido con las ropas que un joven paje le facilito, cubierto por una pesada capa gris que le cubría de la cabeza a los pies y el cabello cortado hasta apenas tocar su nuca, esperaba que nadie le reconociera.

El camino que bordeaba el bosque era demasiado transitado. A esa hora en que la luz del sol ya era solo un recuerdo, Taerae se topó a varios campesinos que llevaban cargas de leña a sus hogares. Pensando que lo mejor sería evitar a toda costa a cualquier otro ser humano, decidió cortar camino por la trocha que llevaba hasta la vieja cabaña donde se había escondido anteriormente a esperar noticias de Jiwoong.

El claro custodiado por los altos árboles permitía que la redondez de la luna se adivinara por entre las ramas mecidas por la brisa de la noche. Era increíble que apenas hacia unas pocas horas hubiera ayudado al rey a lograr convencer a Matthew de irse a dormir, el furioso chico insistía en que quería la cabeza de Choi como obsequio de boda o él mismo lo iría a buscar. De todo corazón le deseaba suerte al soberano con ese tigre testarudo.

Desmontando del caballo, tomo el pequeño fardo donde llevaba guardada dos mudas de ropa, unas mantas y algo de comida para el viaje. No había querido tomar nada de lo que le había dado Choi cuando trabajaba para él. Su vida de ahora en adelante no prometía ser buena, pero al menos no quería cometer los mismos errores de antes.

El destino que tenía la luna | MattwoongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora