20

306 42 0
                                    

Como se estaba haciendo costumbre, Matthew fue dulcemente devorado por el temible lobo, y disfruto cada maldito segundo de eso. Con un rugido animal se vino tan fuerte que el mundo se volvió una mancha borrosa, el rey lleno las entrañas de su pareja. El mordisco en el cuello termino de sellar la unión.

Matthew amaba a su soberano, lo amaba de todas las maneras en que eso era posible, dejando salir un suspiro observo al hombre dormir. Los largos cabellos negros como la noche estaban extendidos en la almohada, el dorso desnudo estaba surcado por viejas cicatrices que le daban un aire feroz, la cadera cubierta por la manta, las piernas largas y musculosas dibujándose bajo la tela, pero de todo el conjunto, era la relajación de su rostro después de una noche de amor lo que le había terminado por robar el corazón.

El sol entraba tímidamente por la ventana, a pesar de que su tigre quería salir a jugar, decidió quedarse quieto para no despertar a su rey, el hombre después de hacerle el amor, se había ido al salón del trono llegando muy tarde en la noche. Con una sonrisa Matthew recordó lo que había hecho su majestad apenas meterse bajo las sábanas calientitas. La sonrisa que se dibujaba en su rostro lo decía todo. En ocasiones no entendía como había logrado sobrevivir sin ese hombre durante más de dos años.

¿Despierto, bebé? — Matthew ronroneo y se escondió entre las mantas, amaba la manera en que Jiwoong solía despertarlo.

—Estoy dormido— gimió al sentir una mano callosa que acariciaba los globos de su firme trasero.

—Gatito mentiroso— pellizco la apetitosa carne, haciendo que Matthew diera un salto fuera de las telas donde se escondía.

—Su majestad es malo— chillo intentando escapar de las manos grandes que lo tomaban por el tobillo y lo hicieron caer de panza contra el colchón de la cama.

—No soy malo—, se defendió Jiwoong— solo estoy tratando de conseguir mi desayuno—. El rey tenía a Matthew justo donde lo quería, debajo suyo, sonriente y apetitoso con todo ese cabello largo plata revuelto sobre la cama.

Matthew por mucho que se quejara y gruñera, disfrutaba de ese lado juguetón de su rey que solo él conocía. Una vez más estaba intentando escapar de las manos grandes del hombre que insistían en pellizcarle el culo, cuando sintió como su estómago se revolvía, después de todo la cena del día anterior estaba más viva de lo que suponía, porque ahora la sentía subir por su garganta.

Sin darle tiempo al rey de decir nada, en un ágil movimiento rodo sobre su estómago, teniendo que escapar a toda carrera al baño. Jiwoong le vio correr, extrañado por la palidez del chico le siguió temiendo que se desmayara. Una vez allí, encontró a su gatito doblado en el retrete, la vista hizo que su corazón se contrajera.

—No volveré a comer algo que no pueda identificar en mi plato— lloriqueo Matthew mientras su pareja le limpiaba el rostro con un paño húmedo.

—No llores bebé—. Llevo al chico hasta el lavado ayudándolo a lavarse la boca— ya se te pasará... ¿Quieres que llame al médico real?

¡Noooo! — fue la categórica respuesta. El felino se apartó del cuerpo grande de su rey, caminando como si nada hasta la cama, se hundió en ella hasta las orejas— Si lo haces venir, ¡Me lo comeré!

Jiwoong, desnudo como estaba, se cruzó de brazos sobre su amplio pecho— No puedo creer que seas tan malcriado— se quejó sin poder evitar que se le escapara una sonrisa.

—Pero me quieres así— se escuchó la voz ahogada por las mantas.

El rey cada día estaba más confundido, era increíble cómo era posible que existiera un ser con tantas contradicciones, en un momento lloraba como un niño chiquito, luego feroz amenazaba con comerse al médico, y ahora era una cosita mona enrollado en las telas de su cama, eso sin contar cuando demostraba que era casi una enciclopedia ambulante.

El destino que tenía la luna | MattwoongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora