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Taerae fue tratado mejor de lo que él se pudo imaginar. Los soldados le miraban con curiosidad dejando se limpiar su armas o callando las conversaciones y las risas, para dedicarle miradas de admiración. Sin saber por qué, el joven cortesano se sonrojo, una voz dentro suyo le decía que ya tenía dueño y que esos hombres no debían estarlo observando de esa manera. Alguien debería explicarles que babear ante un hombre comprometido no estaba bien.

Con la cabeza en alto se movió entre los soldados mientras era llevado ante el rey. Una tienda que no se distinguía de las otras fue el final de su camino, el polvo y las manchas de la guerra se notaban en las viejas telas.

—El rey lo espera— hablo el soldado que le guiaba. Taerae entro temiendo que fuera una especie de trampa, un rey no podía acampar en una tienda tan simple.

Dentro de la tienda estaba el rey vestido con ropa sencilla de soldado. La armadura acomodada en una esquina, algunas pieles gruesas conformaban donde Taerae supuso que el hombre dormía, una mesa grande indicaba el lugar donde los generales de seguro discutían los pormenores de la batalla.

¿A qué has venido? — Fue la pregunta directa del soberano.

Un temblor recorrió el cuerpo del joven cortesano, el rostro del rey era algo difícil de leer, los ojos eran dos témpanos de hielo que le miraban como si quisieran hacerlo desaparecer en el acto—. Es sobre Matthew— una vena en la frente del rey se dilato, pero eso no hizo callar a Taerae— tiene que regresar lo antes posible— Al menos si moría, ya había dicho lo importante.

El rey sonrió al ver al joven, en ese momento se acordó de Gunwook, y la manera en que siempre este había cuidado su espalda. El muñequito era pequeño, no llegaba al metro setenta, el cabello negro lustroso ahora estaba enredado, la piel inmaculada estaba manchada con el polvo del camino. Pero la mirada de los ojos verde agua era decidida, como si estuviera dispuesto a morir para decirle que él tenía que regresar al castillo.

El espíritu guardián del rey, el lobo, invoco en su mente las imágenes de cuando conoció a uno de sus mejores amigos, Gunwook. Ya que Minho era más bien una patada en el culo que un amigo. En esa época él era joven y bastante idiota, Gunwook era un león, hijo de una de las casas que siempre habían sido guerreros más que políticos. Unos buenos golpes en la cocina, olvidando el puesto que en la corte tenía cada quién, unas tantas maldiciones dignas de un marinero mercante y el castigo que cumplieron juntos en las barracas. Esa era la mejor manera de hacer un amigo de verdad, según la opinión de Jiwoong.

¿Así que hiciste todo el camino para darle órdenes a tu rey?— El tono de voz era serio, aunque el Lobo de Kim intentaba con todas sus fuerzas no reírse al ver el desconcierto en la carita furiosa del chico.

—No me atrevería a tal cosa—, las palabras decían una historia, la mirada hablaba de franco disgusto— pero el hombre que usted llama su pareja, sin que públicamente lo haya dado a conocer como tal, está encerrado en una torre languideciendo por usted.

Eso sí que hizo que el rey regresara a su estado original de preocupación— Dejé ordenes de que le cuidaran bien.

—Él no come—, bajo la mirada Taerae, no quería que el hombre más grande adivinara su frustración— destruyo las habitaciones, amenazó con descuartizar a cualquiera que traspase el umbral de la puerta— dejando salir un triste suspiro, agrego— Creo que está enfermo, muy grave... No sé si la tristeza pueda matarlo, pero al menos así pareciera.

El rey tenía algunas dudas acerca de cómo ese mocoso sabía tanto de lo que pasaba en sus dependencias privadas, pero una segunda mirada a ese pequeño intrigante le dijo que podía ser delicado, no débil.

¿Quién te envió? — Pregunto el rey, quería saber que terreno pisaba— ¿Alguien más sabe que estas aquí?

—Sólo Gunwook—, se sentó en la silla que le señalaba el rey—. Él me dio esta carta para usted— saco un pergamino enrollado que llevaba escondido bajo su ropa.

El rey levanto una de sus negras cejas, el muchacho sin notarlo, había llamado por su nombre al hijo de puta guerrero más duro de todo el reino, como si hablara de un manso corderito. El tonito bobalicón con que había dicho "Gunwook", casi lo hace reír, lástima que el pensar en el sufrimiento de su minino le hubiera robado el deseo de hacerlo.

¿Estás seguro de lo que hablas? — tomo la carta el rey.

—Temo que sí, señor—, se puso de pie sin pensar que necesitaba para ello el permiso del rey— Sé que lo que le voy a decir me costara la cabeza, pero usted debe de saber esto. Muchas cosas en su vida personal y la del reino han sido causadas por un enemigo que tiene usted en su casa. Escuche lo que tengo que decirle, solo le pido que deje mi ejecución en manos de Gunwook.

—Habla, muchacho— de pronto el rey se sintió muy viejo al ver como el chico temblaba, pero sin apartar la vista. Era la mirada de un guerrero a punto de tirarse de cabeza en una batalla que de antemano estaba perdida—.Yo decidiré cual será tu castigo— sentenció el rey.

Jiwoong escucho pacientemente la confesión del joven, sin interrumpirlo pasó de la furia, al dolor hasta llegar a la fría aceptación. Necesito de cada gramo de autocontrol para no ser aplastado por cada palabra salida de esa boquita pecadora.

—Soy una puta, mi señor— continuo Taerae, extrañamente nada sería más difícil que confesarle todo a Gunwook. Ni la muerte se comparaba con el miedo que sintió al mirar a los ojos del viejo guerrero ante el riesgo ver asco o repulsión reflejados en esos iris dorados— Sé que es mi palabra contra la de Choi, pero puedo jurarle por mi vida, que todo lo que le he dicho es verdad.

—Siéntate— ordeno el rey. Desenrollando el pergamino, reconoció la letra de su mejor amigo. Leyendo atentamente, en más de una ocasión levanto la mirada para ver al asustado chico revolverse en la dura silla de campamento que tenía frente suyo.

—Según esto—, se explicó Jiwoong— Gunwook compromete su vida y su honor dando fe de que todo lo que dices es la más leal verdad. Además, por supuesto, de reclamarte bajo tu protección y amparo— Endureciendo la mirada, agrego— La casa de los leones es leal hasta la muerte, te has ganado a un buen amigo, no lo decepciones.

Las mejillas de Taerae se tiñeron de un fuerte color carmín al recordar el beso que ese hombre le había dado en la cabaña antes de partir, el gesto no tenía nada que ver con los castos sentimientos de un amigo.

El rey estaba por hacer un comentario al ver la turbación del cortesano, cuando uno de los soldados entro sin llamar. El pobre tipo se veía blanco como la cal y temblaba como una hoja, cosa ridícula si se tomaba en cuenta que era una montaña de cuando menos dos metros de alto.

—Mi señor— no espero ser increpado— hay una bestia terrible que amenaza devorarse a medio campamento.

¿De qué demonios hablas? — Grito el rey tratando que el hombre entrara en razón. Como si su respuesta fuera respondida, el rugido de un tigre hizo que todos los presentes se encogieran en su propia piel, todos menos Jiwoong, que reconoció enseguida quién andaba por allí causando problemas.

Empujando a las dos asustadas figuras, el soberano salió de la tienda en busca de su pareja. Sólo ese mocoso podía hacer semejante entrada. Ladrando unas cuantas ordenes logró que sus bien entrenados soldados lo dejaran acercarse a la feroz bestia que al verlo llegar, comenzó a maullar como un tierno gatito.

La cara de los duros hombres acostumbrados a largas y tortuosas batallas, no tenía paralelo, al ver como la bestia rallada restregaba la enorme cabeza contra las piernas del rey, mientras ronroneaba mansamente.

Sin dejar que alguien hiciera el menor comentario, Jiwoong tomo al tigre por la piel tras el cuello y lo haló hasta adentrarse con él a la tienda. Taerae quedó allí de pie con el soldado que había llevado primeramente la noticia.

—Es la pareja del rey— se encogió de hombros Taerae bajo la pesada capa de viaje que aún lo cubría— es el Hijo de la Luna.

Al parecer hasta allí había llegado la reputación de Matthew, porque todos los hombres asintieron como si fuera algo de esperarse si se trataba de ese famoso regalo del Clan de los Hechiceros. En cuestión de minutos cada quién se dirigió a atender sus propios asuntos. Sin saber muy bien cómo, Taerae estaba sentado alrededor de una fogata, mientras comía un enorme trozo de carne que apenas si terminaba de asarse al fuego.

El destino que tenía la luna | MattwoongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora