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Una persona no deja de ser lo que es simplemente porque sí, todo es parte de una triste caída o de un largo camino de ascenso. Cuando durante mucho tiempo tu cuerpo y tu corazón han estado separados, se siente raro que se encuentre en una decisión común.

Para Taerae esa decisión tenía nombre y apellido, Park Gunwook. El punto final en su recorrido fue el ver que ese hombre le creyera, como si él fuera un noble que acusaba a otro, no una puta escapada de las más insalubres calles que traicionaba a su protector.

Si tuviera que nombrar a quién lo empujo en ese recorrido, haciéndole pensar que entre tanta mentira había un ser humano, era Matthew, el feroz tigre capaz de amar con la misma intensidad que podía enfurecerse. El pensar que estaba encerrado y solo, le partía el corazón. Había visto demasiada injusticia como soportar una más.

Después del beso que le había dado Gunwook, salió de sus habitaciones determinado a hacer algo antes de marcharse a hablar con Choi, y eso era visitar a Matthew.

La orden del rey había sido tajante, nadie a excepción de la mujer que le llevaba la comida al tigre, podía entrar en sus dependencias privadas. Así que el atrevido cortesano, pensaba matar dos pájaros de un solo tiro con su visita, dibujo un plan bastante arriesgado. Los beneficios valían la pena el riesgo, uno era darle una excusa a Gunwook de

aumentar la seguridad sin exponer que tanto sabía, y el otro punto a favor sería poder consolar a su único amigo.

Sabiendo que era la hora de la cena, la vieja mujer caminaba lentamente con la charola de la comida de Matthew, sin saber que era vigilada por una figura vestida con una capa negra de los pies a la cabeza.

Apenas doblo la esquina, la figura negra halo a la mujer y con gran destreza sostuvo la charola para que no hiciera un estropicio contra el suelo, con el consiguiente escándalo que alertaría a los guardias. En ese momento bendijo a ese cliente suyo que pertenecía al Sagas Clan de los Ladrones de Gygoria, gente muy versada en los suyo. Usando una vieja pócima roseada en un pañuelo, logro dormir a la buena mujer sin causarle ningún daño. La primera parte del plan marchaba de maravilla.

Desnudando a su víctima, se vistió luego con las prendas. Una suerte que la sirvienta fuera de la antigua escuela, ya que usaban ropa muy holgada y un pañuelo en la cabeza, si mantenía mirando hacia abajo, los guardias no notarían al impostor. En cuestión de media hora se daría el cambio de guardia, los guerreros ya debían estar hartos de estar allí y no se molestarían demasiado en ocuparse de una vieja sirvienta.

Caminando con el paso arrastrado, como vio que lo hacía la mujer, llego frente a los guardias. Estos ni le dieron tiempo de hablar, simplemente abrieron las puertas, cerrándolas inmediatamente después de que él entro.

Una vez se sintió seguro en la oscura habitación, se dirigió hasta donde la luna le mostraba un cuerpo blanco tirado frente al ventanal del balcón—. ¿Matthew? — susurro dejando la bandeja con la comida sobre una pequeña mesa cercana, y se dirigió de inmediato hasta donde estaba el cuerpo inconsciente.

Matthew lo había sentido llegar, podía oler ese aroma a especias dulces y a sol de la mañana, no podía ser otro más que su amigo Taerae. Tratando de levantarse sobre sus patas quiso advertirle que era peligroso que estuviera allí, que el rey podía matarlo solo de imaginar que se habían visto en la clandestinidad.

Lamentablemente el cuerpo del tigre se negó a moverse, estaba demasiado débil hasta para intentar devolver la sonrisa al rostro preocupado de su amigo.

—No te muevas—, rogo el otro chico— ¡Dioses del Olvido, estas casi en los huesos!

Matthew quiso gruñirle, morderlo o algo, pero la verdad es que el pelinegro le estaba rascando justo en ese delicioso lugar tras la oreja. Solo por eso no se lo comería hoy, aunque fuera un tanto grosero.

—Voy a alimentarte—, beso entre las orejas peludas— tú rey no debe verte así.

Un lastimero suspiro emanó del pecho del tigre, solo el pensar en el hombre cruel le partía el corazón. Había sido abandonado de la manera más miserable. Estaba enlazado a su amo, la muerte en manos del verdugo sería más caritativa que dejarlo allí.

—Su majestad no te ha abandonado— hablo Taerae después de haber ido por la charola con la cena, dejándola en el suelo. Levantando las tapas, sonrió al ver que era una sopa de verduras y algo de carne, esto le caería de maravillas al estómago vacío de su amigo. Acercando una cuchara cargada del líquido espeso, se la dio en el hocico al tigre. Este quito la cara, solo el aroma le revolvía el estómago.

—Si te digo que el Lobo de Kim tenía planeado regresar al día siguiente, ¿me creerías? — De inmediato la cabeza peluda que descansaba sobre el muslo de Taerae, se levantó de golpe en un claro gesto de interés— Los culpables de que tu señor no haya regresado son esos testarudos de la frontera, que se niegan a quedarse en sus tierras y dejar estas en paz.

Taerae cargo la cuchara nuevamente, el tigre estaba tan interesado en la charla sobre su pareja, que abrió el hocico y comió casi sin deparar en el hecho de que estaba siendo alimentado como si fuera un bebé.

—A más tardar mañana iré a buscarlo con un recado de Gunwook, el jefe de la guardia de tu pareja— explico el cortesano— si comes todo lo que te traigan y eres bueno, tu rey pronto estará aquí contigo.

Lo que hizo el enorme tigre lo dejó boquiabierto, parándose sobre sus cuatro patas, camino hasta el ventanal. Observando el paso de la luna por el cielo, el tigre blanco parecía brillar al ser tocado por la luz del frio astro. De alguna manera Taerae supo que todo estaría mejor y que podría irse tranquilo, sabiendo que su amigo estaría bien.

Sin hacer ningún ruido ni caer en melodramáticas despedidas, el joven salió de allí sin mirar atrás. Mañana sería un día largo, solo esperaba que las cosas salieran según lo planeado.

Estaba llegando a sus habitaciones cuando escucho la voz de alarma siendo dada por los soldados que custodiaban los pasillos, la mujer encargada de alimentar a Matthew, había sido encontrada inconsciente bajo la escalera. Sin perder tiempo se adentró en su habitación, cambiándose la ropa por una más acorde con la hora de dormir, sonrió al pensar en que todo iba según lo planeado. El mismo Choi se había creído la historia de que se llevaría por unos días al feroz guerrero que era el Jefe de la Guardia, para que su amo pudiera tener más libertad de movimiento en el castillo.

Matthew escucho como su amigo se marchaba cerrando la puerta, si otro hubiera sido su humor, se habría reído de lo ridícula que se le veía la ropa de la sirvienta a Taerae. Sin mucho ánimo de reír, siguió allí sentado, disfrutando de la luz de la luna que acariciaba su pelaje blanco. La comida que le había dado el pelinegro no pudo haber llegado en un mejor momento. Eso y la luz de la luna le regresaron algo de las fuerzas perdidas. Solo esperaba resistir hasta que el hombre cruel regresara y pudiera leer en esa mirada cuál sería su destino de ahora en adelante.

Una lágrima, seguida por un rugido que llego hasta las mismas cocinas del castillo, Matthew quiso purgar tanto dolor que le apuñalaba el corazón. La Diosa Luna le había susurrado al oído cual era la causa de su mal. Tomando una decisión, asumió que ya no era cosa de quedarse allí y llorar, tenía que tomar al león por la cola. Si realmente quería saber que estaba pasando, el tigre tendría que averiguarlo el mismo.

El destino que tenía la luna | MattwoongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora