—Dime que sabes— la voz del hombre se hizo escuchar bajo la capucha que cubría gran parte de su cara, dejando ver sólo unos labios con expresión molesta.
El interpelado se veía nervioso, girando la cabeza observo a su alrededor, como temiendo que el mismo rey se apareciera en esa taberna de mala muerte a esas horas de la noche. La ropa desgastada y el sobrero de ala ancha calado hasta las orejas, esperaba que fuera suficiente disfraz. —Ya el Clan de los Hechiceros llego a entregarle el obsequio al rey— hablo bajo, tratando de que su voz se confundiera con el ruido del local.
Una mujer regordeta se acercó a la mesa, un delantal ceniciento de suciedad atado a su cintura rellena, se acercó hasta ellos dejando un gran pichel de cerveza y dos vasos de dudosa salubridad—. ¿Quieren algo de comer? — hablo sin mucho interés. Ambos hombres negaron con un simple movimiento de cabeza. La mujer les dio la espalda y se alejó para atender otras mesas.
—La venganza es un plato que se come frio— hablo el hombre enfundado en la capucha— es hora de que el rey pague en carne propia.
—Todo esto es muy peligroso— se quejó el otro hombre, olvidando la suciedad del vaso, se sirvió una gran ración del líquido
amarillento del pichel— si su majestad nos descubre no habrá lugar en el infierno donde podamos escondernos.
—Cuando el rey se entere— sonrió el otro— será demasiado tarde.
¿Qué tengo que hacer? — Se tocó el sombrero acomodándolo en su lugar, temiendo que alguien lo pudiera reconocer en las sombras de ese agujero de mala vida y pésima muerte.
El hombre de la capucha le dedico una mirada larga a los otros ocupantes de la taberna, allí habían humanos, duendes, un viejo ogro y como si fuera poco, logro visualizar al hechicero que había estado buscando desde hacía un buen tiempo— Sigue vigilando— hablo esbozando una sonrisa cruel— te avisaré cuando sea tiempo de volvernos a encontrar.
El hombre del sombrero se puso de pie demasiado nervioso para disimular su deseo de salir de allí lo más pronto posible— Nos veremos pronto— se despidió.
En lugares como esos caen y se construyen reinos, pensó el hombre que se quedó sentado allí rumiando sus recuerdos, matar al rey era ser demasiado piadoso, él lo haría arrastrase por el suelo suplicando por que dieran fin a su miserable existencia. Poniéndose de pie camino por entre las mesas hasta llegar a la puerta de salida, allí le recibió la noche, cómplice de unos, enemiga de otros. Los pasos se perdieron entre las callejuelas angostas, el hedor de la basura acumulada en los rincones, el chillido de gatos y el aullar de perros
callejeros era la banda sonora de ese paraíso. Nada bueno sale de Gygoria, eso era tan verdad como que el día sigue a la noche.El ruido de gruñidos y golpes llenaba el callejón, el encapuchado paso de largo, que la sangre corriera no era asunto suyo. Dos calles más allá llego a su destino, un viejo edificio de apariencia oscura, techos bajos y la miseria escurriéndose entre las piedras. Con una sonrisa de antelación empujo la puerta, sabiéndose esperado no se dignó a llamar.
El lugar era oscuro, una vela amarillenta era toda la luz que había en ese lugar, las ventanas estaban tapadas con andrajosas telas raídas. La silueta de un hombre encorvado se dibujaba en las sombras— ¿Has llegado?
El hombre de la capucha se dejó caer en uno de los bancos que había alrededor de la mesa hecha con tablones puestos allí sin el menor cuidado—. Solo espero que el viaje no fuera en vano.
La risa despectiva, carente de alegría, reboto contra las paredes desnudas— Dije que por un buen precio podría conseguir cualquier cosa— el ruido de una cadena arrastrase por el suelo hizo saber de otra presencia en ese lugar— y no te he fallado. He conseguido justo lo que querías. Tengo para ti un alma sin futuro, la desesperación es
todo lo que tiene. Tírale a un perro hambriento un hueso y matara por ti si es necesito.
El hombre de la capucha movió la cabeza de manera afirmativa
—. Si me fallas te juro que la muerte será la menor de tus preocupaciones— cada palabra inyectada con lo justo de veneno.La otra silueta oscura dio un golpe en la mesa— Nadie me amenaza en mi propia casa— gruño, no estaba dispuesta a que esa escoria viniera a hablar de más en su presencia.
—Me conoces lo suficiente como para saber que esto es una advertencia amistosa— se puso de pie lentamente— ahora que si no quieres hacer tratos conmigo, hay muchos como tú en esta ciudad perdida de la vista de los dioses.
La risa rasposa como el canto de un sapo, se escuchó baja— pero nadie tiene lo que yo. He conseguido para ti lo que has pedido y en la justa medida, tengo que agregar—. El ruido de una cadena que se arrastraba por el suelo se dejó escuchar en respuestas de las voces exaltadas.
—Antes de cerrar el trato quiero verlo— pidió el comprador, sabía las referencias, pero solo un idiota compraba un caballo solo por lo que decían de él.
—Me parece justo— dijo el mercader. Tomando la vela acerco la débil luz al montón que se empujaba contra la pared deseando hacerse uno con la argamasa— ¿Qué te parece? — pregunto sabiendo la respuesta.
—Es perfecto— agrego el comprador— Ahora es tiempo de hablar de precios. —Sabes que soy un hombre de gustos conservadores— dejo salir una sonrisa viciosa, mientras devolvía la vela a su lugar sobre la mesa.
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El destino que tenía la luna | Mattwoong
FanfictionEl rey y el hijo de la luna son pareja, uno es un lobo de carácter fuerte y el otro un lindo gatito de apariencia pero es en realidad un rebelde