Capítulo 9.

3 0 0
                                    



Giro la mirada y me pasma verlo al volante con el cabello empapado y los cachetes rojos.  

—Jules ¿qué...?

—Luego te lo explico, ¿sí? —suplica colocando la llave en el contacto—. Ahora por favor, quédate aquí conmigo, Michael está fuera ayudando a los gemelos. 

—¿Que...? —gorjeo en medio del aturdimiento. 

Jules no tiene tiempo de responderme. Solo se dedica a encender el auto cuando un chico con ropa negra se sube al asiento del copiloto. Me quedo en silencio absoluto al ver el arma en su mano, lista para ser usada. 

Giro mi cuerpo y veo que el Jeep se ha llenado de chicos con todas las formas del terror en sus rostros, pero ninguno de ellos es Andreé, Annie, Owen o Michael. Pero Jules está aquí y mi primer instinto es pegarme lo más que puedo contra el asiento del conductor. 

Gotas de lluvia bajan por mi cabello como navajas y el corazón me martillea en el pecho, la cabeza, todo el cuerpo. 

 Hace menos de cinco minutos me desperté y no he podido procesar lo que ha sucedido, el estómago me da vueltas y siento los ojos pesados. 

Veo los demás autos mientras nos alejamos, los niños huyendo y los soldados tirados en el suelo anegado. Me llevo las manos al pecho. 

¿Qué ha sucedido? ¿Qué está sucediendo en este país? 


El Jeep en el que nos sacaron de ese lugar es de los antiguos, de esos de estilo militar que en la parte trasera solo van cubiertos por una carpa de plástico; y eso, y que voy justo en la división con la cabina me hacen la víctima perfecta de las garras del frío. 

Ni siquiera poner las manos en mi cuello y torso es suficiente para calentarlas, siento la cabeza darme vueltas y me pregunto a qué lugar piensan llevarnos y porqué los estamos dejando.

A pesar de no ser más que un susurro contra la fuerza del viento, el ruido de la carpa al chocar contra la estructura del Jeep es suficiente para mantenerme despierta por lo que parecen ser horas. 

Mientras veo el paisaje del centro de Tréveris alejarse hasta convertirse en un solo punto amarillento a nuestra espalda, estiro una mano hacia el asiento del conductor. 


En la fila de autos que recorren un camino estrecho y pedregoso, somos los antepenúltimos. Por el cristal delantero puedo ver a Annie y Michael en una camioneta delante de nosotros, un alivio me recorrió al saber, que por lo menos, ellos están bien. 

Los matices de la mañana comienzan a teñir el paisaje de tonos rosados y anaranjados a medida que pasa el tiempo y seguimos andando, cada vez más lejos de aquel lugar.  Al recordar las imágenes de los soldados tirados en el suelo, un escalofrío me recorría el cuerpo por completo.

De vez en cuando volteo sobre el hombro para ver el camino por delante y me parece que nunca vamos a llegar, también para ver a Jules que maneja sin quitar la vista del camino con los hombros tensos bajo la tela de su camisa. 

El chico que está a su lado sostiene el arma sobre su regazo con expresión inescrutable.

Estoy a punto de preguntar sin piensan darla la vuelta al país cuando siento la velocidad mermar rápidamente. Me estiro para ver lo que ha sucedido y alcanzo a ver a los demás coches aparcar frente a una casona de dos pisos, y a los chicos entrando en apuras. 

—¿Qué sucede? —pregunta uno de los chicos, con la voz notablemente temblorosa.

Me pongo alerta al ver que es nuestro turno. Jules se quita el cinturón de seguridad al dejar morir el motor del auto, pero el sonido del seguro del arma lo obliga a quedarse en su lugar, frustrado. 

A Través de la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora