Prólogo

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—Entonces... ¿hay algo más que deba saber?— Preguntó Alexander Hamilton viendo al imponente hombre frente a él.

—Nada de teléfonos móviles— contestó Henry extendiendo su mano para que Alexander le diese el suyo. El pelirrojo con una pequeña mueca, hurgó en el bolsillo de su pantalón vaquero y se lo entregó. —Y nada de fotos con los chicos.

—Sí, señor— dijo habiendo entendido bien el motivo de su trabajo.

Estaba realmente nervioso, aquel día iba a empezar y no tenía nada. Henry le proporcionó una habitación, ropa y un hueco en la universidad, en la carrera de sus sueños a cambio de una fácil tarea: ser el ayudante de cámara de uno de sus hijos.

Henry le pidió que se cambiase su ropa a algo más elegante y modesto a ser posible. Alexander pensó que ese comentario vino por sus pantalones tejanos con algunos agujeros en las rodillas, pero no tenía ningún problema con ponerse otro tipo de ropa.

Aún no había conocido a John, debía estar en su habitación. Por lo que Henry le había contado, John no era hablador en lo absoluto, un chico muy reservado de aproximadamente su edad. —No le fuerces a hablar ni le molestes. Ayúdale en sus cosas y... Será suficiente. Por las mañanas elige algo de ropa y quedaré por ahí por si necesita algo. Por las tardes, después de la comida, prepárale otra muda de ropa cómoda para montar a caballo y pasear por el jardín. Después, se dará un baño y solo necesitará el pijama. Eso será todo en cuanto a la ropa. También debes revisar todas las mañanas su agenda semanal y avisarle si tiene algún evento. Lo tendrás que acompañar a los lugares y encargarte de que se vea bien y de guardar sus cosas. También de que cumpla los protocolos y que todos los sigan con él. Si ves algún sirviente que no hace bien su trabajo, notifícame.

—¿C-cual es el protocolo?— Preguntó Hamilton algo confuso. Al parecer era más complicado que elegir ropa.

—Te he dejado un libro con instrucciones sobre la cama— dijo Henry abriendo la puerta de la habitación. —También coge las llamadas que sean a su nombre en el teléfono fijo y si tiene visitas, ponlas en su horario. Tienes otra lista de personas que no pueden entrar a la finca.

—Cuando te cambies visita a John. Estará en su habitación, arriba la segunda a la derecha.

Hamilton se quedó pensativo. No entendía por qué ese muchacho necesitaba alguien que llevase esas tareas tan sencillas para alguien adinerado. Igualmente, iba a poder estudiar en Harvard derecho y ese era su sueño. Henry le había contado que la plaza llevaba años reservada para John, pero que por circunstancias personales no iba a estudiarla.

También estaba emocionado porque en dos días iba a ser su primer día de universidad y esperaba que realmente le gustase. Acababa de firmar un contrato para vivir así durante tres años.

Se cambió y se miró al espejo. Se veía extraño, pero le gustaba ese atuendo. Se había puesto un jersey precioso y había vuelto a peinar sus cabellos. Volvió a mirar su reflejo y se limpió las gafas para poder decir que iba perfecto de pies a cabeza.

Cuando salió de su habitación no podía negar que tenía un poco de miedo. Era la incertidumbre de no saber quién le esperaba al otro lado de la puerta. Sabía que tenía veinte años y que en poco tiempo cumpliría uno más, que era callado y tímido... Eso le relajaba un poco, seguro podía tener el control de la conversación pero temía no gustarle. ¿Qué pasaría si se llevasen mal? ¿Podría soportarlo tres años?

Llamó a la puerta y no recibió ninguna respuesta, pero entró haciéndose el valiente. Sabía que antes habían dos chicos que fueron despedidos y, eso aterrorizaba al joven Alexander. 

Cuando abrió la puerta encontró a un joven de ojos claros que miraba hacia la puerta y le echó un ojo rápidamente. Sus cabellos rubios eran largos, eso se le hizo peculiar a Hamilton. —Buenos días— dijo el pelirrojo viendo como el hombre tomaba un bastón y se incorporaba. —Soy Alexander Hamilton.

El rubio le extendió la mano y susurró su nombre en voz baja. Alexander se quedó impactado por la altura del joven y se fijó en su hermoso atuendo. El primer día que lo vió, llevaba una camiseta negra de cuello tortuga, un abrigo negro y un pantalón de pequeños cuadros grises. Tenía un reloj precioso y algunas mechas se habían soltado de su coleta.

—¿Necesitas algo?— Preguntó sin recibir contestación. —Sé que no eres mu mu hablador— se rió nerviosamente. —Supongo que no necesitas nada... ¿Dónde está la agenda? Debo revisarla— John miró la mesa frente a él y Hamilton vio el evidente tamaño del cuaderno. —Ah, sí... Cómo no— revisó la hoja y miró a John. —¿Hay una cena familiar mañana?

Hamilton suspiró, si ese rubio no abría la boca iba a ser difícil. Sus hermanos eran todo lo contrario, durante la comida no guardaron silencio. Le preparó la ropa de la tarde y, aunque a Alexander le daba un poco de vergüenza, le ayudó a arreglarse. Era su trabajo y debía ser profesional.

Buscó en el inmenso armario y saco algo de tonos menos oscuros. John se veía bien con cualquiera de esos colores. Le ayudó a ponerse los gemelos en la camisa y ya dió por finalizado su trabajo.

Alexander observó como el chico tomaba su bastón y se marchaba dispuesto a bajar las escaleras para ir al jardín. El pelirrojo fue a su habitación, que daba al jardín, para espiar un poco lo que hacía el muchacho. Para que nadie le juzgase, diría que no tenía teléfono u otras cosas que hacer

No pudo seguir espiando cuando se marchó a galope de un bonito caballo blanco fuera de su campo de visión, pero le esperó preparándole el pijama y un baño. No sabía si le gustaba el agua fría o caliente, con o sin espuma... No tenía idea, ¿no era más fácil que lo hiciese el mismo John?

Mientras llegaba, leyó los protocolos y se dió cuenta que había metido la pata desde el primer momento. Esperaba que John no lo viese como un hablador maleducado. También leyó los nombres de la lista negra de la casa. Habían algunos que pertenecían a familias ricachonas de la zona.

Estaba entretenido cuando John entró, se preguntaba el por qué de aquél bastón si hace a penas unos minutos estaba montando a caballo, subiendo escaleras... Se fijó en la expresión de su rostro, muy cansado, como si todo el día hubiese sido agotador y horrible. Su rostro era muy pálido y tenía algunos hermosos lunares. Vió a John como un chico misterioso y a ratos desesperante

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora