Regreso

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—Buenos días— dijo Alexander algo nervioso. No estaba seguro si creer a Henry, sospechaba algo de él. Era extraño que, repentinamente John estuviese extremadamente enfermo. Parecía un chico sano dentro de lo que cabía. —¿Quieres que salgamos hoy al jardín?— Por otro lado, aunque John no le caía extremadamente bien temía perderlo de cierto modo. Tampoco le deseaba el mal, le daría lástima si es cierto que algo malo le sucede.

—Oh... Claro— afirmó el rubio con una pequeña sonrisa. Alexander supuso que John no era tan tonto como para notar que algo estaba siendo diferente.

—Tu padre ha suprimido algunas de sus normas. Dice que pronto regresaremos a Londres.

—¿Tan pronto? Pensaba que podría quedarme toda la campaña— dijo el rubio viendo como Alexander le sacaba algo de ropa del armario.

—Sí... Tengo que resolver cosas de la universidad— afirmó el pelirrojo y no hablaron mucho más hasta el desayuno. Aquel día, Henry no se encontraba con ellos desayunando, era un hombre ocupado por lo que no extrañó a ninguno de los dos. Lo que Alexander si notó fue la mirada de John clavada en él cuando preparaba los medicamentos. Se daba cuenta de que no eran los de siempre, pero tampoco preguntó. Alexander prefirió hacer una mentira piadosa. —Dicen que los otros son muy fuertes para lo bien que estás. Pronto no tendrás que tomarte nada— afirmó y John asintió un poco contento.

Desayunaron con tranquilidad y Alexander estaba dispuesto a salir al jardín o a las afueras de aquella hermosa casa. —¿No estás emocionado por salir y ver a tus vacas?

—Por supuesto que sí. Sólo tengo aún un poco de sueño— murmuró frotándose los ojos. —Debo haber dormido un poco mal esta noche. No es nada.

—¿Por qué te gustan más estas vacas que las Londres? Con las otras no hablas y son iguales— dijo Alexander y John sonrió.

—No seas tonto. No son iguales. Estás son lecheras— afirmó viendo como estaban muy tranquilas en su corral.

—¿Y los caballos? ¿No hay ninguno como Brutus?

—Imposible— dijo John. —Él me conocía. De todos modos, mi padre dice que es muy peligroso que monte. Tiene razón.

Tras un largo rato acabando la lista de cosas para el jardín de Londres, Alexander le propuso regresar a la habitación a hacer la maleta. John claramente estaba triste según lo que Alexander percibía. No podía decirle la causa real de tener que marcharse tan repentinamente. ¿Cómo iba a explicarle que su padre no quería verlo sabiendo de su estado? Sería demasiado cruel.

A pesar de todo, John entendió que los estudios de Alexander eran en Londres y por ello debían volver. Seguro que tenía mucho trabajo acumulado, pero... ¿no que Henry juró que podría hacerlo desde Estados Unidos? Aquello le chirrió un poco a John y se lo hizo saber al pelirrojo que consiguió salvar la situación sin darle mucha importancia y se encargó de que John no estuviese preocupado de ello.

—De todos modos, si tu padre gana las elecciones nos vendremos aquí— dijo Alexander y John hizo una pequeña sonrisa. Desde que estaba en Carolina del Sur sonreía con más frecuencia.

Alexander seguía hablando con John mientras empacaban las cosas, o eso pensaba, porque cuando se dió la vuelta John estaba dormido sobre la cama donde antes estaba sentado plegando ropa. No tenía por qué plegar él la ropa, eso era trabajo de Alexander, pero de todos modos quiso ayudar.

El pelirrojo observó al mayor, estaba profundo, como si fuese media noche. Tan solo habían pasado unos minutos. Recogió lass cosas que quedaban en la cama y las dejó sobre una silla para meterlas en la maleta. Observó a John que, iba descalzo como de costumbre por su habitación. Lo dejó hacer la siesta, incluso lo acomodó un poco y le tapó con una manta.

La siesta de John se extendió tanto que Alexander pudo empaquetar dos de las maletas y ya estaba terminando la última. Prácticamente era hora de comer. —Hombre, buenos días— dijo Alexander con una sonrisa. —¿Ha estado bien la siesta?

—Oh...— dijo levantándose algo endormiscado. —¿Qué hora es?

—Hora de comer. Prepárate que bajamos ya mismo.

Ambos bajaron a comer y se sorprendieron de que Henry tampoco estaba presente a la hora de la comida. Eso puso un poco triste a John, igual que puso triste que no pudo despedirse de su padre antes de marcharse porque supuestamente estaba ocupado. Alexander pensaba que era parte de la idea de Henry de evitar a su hijo.

Cuando llegaron a Londres no hicieron mucho más que descansar para arreglar el desfase horario y, cuando Alexander encendió el teléfono vio las notificaciones de mensajes de Eliza y de Francis. No tenía muchas ganas de ver a Elizabeth pero debía hablar con ella.

Alexander pensó que sería buena idea contactar con la amiga de John, de la cual nunca recuerda el nombre. Pensó en Eliza, seguro ella la conocía y muy bien. Podrían programar una visita para John, incluso Francis podría ir. Henry quería que John pasase unos buenos meses, años o lo que sea que seguramente le quedaba por delante. ¿Qué mejor que ver a sus amigos?

Sin embargo, John se nuevo le hizo saber a Alexander que notaba raro el ambiente. El personal de la casa lo miraba y eran agradables con él, como siempre, pero tal vez John detectó esa mirada de pena que le hacía todo el mundo sin entender muy bien por qué. —¿Por qué eres diferente conmigo desde que nos fuimos a Carolina del Sur?— Preguntó John y Alexander levantó los hombros.

—Tú me lo dijiste. Sólo intento no perder mi trabajo. ¿Lo hago bien?

—Sí.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora