Universitario novato

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Alexander se despertó gracias a un despertador algo anticuado para lo que acostumbraba. Él siempre se había puesto la alarma de su teléfono, así que no le gustaba tener que andar dándole golpes a ese maldito objeto metálico para que se callase.

Tenía que ir a despertar a John a las seis y media de la mañana, una vez la ropa estuviese lista. Alexander iba ya arreglado de pies a cabeza cuando fue a hacerlo y el rubio no protestó en lo absoluto. Ambos bajaron a desayunar, a penas había ruido en la casa pues todos estaban dormidos. -¿Vas a la universidad?- Preguntó Alexander y John le miró para luego agachar la mirada. -¿No? ¿Entonces para que se levanta tan temprano? ¿Estudias en casa?- Preguntó pues en la agenda de John, las mañanas estaban marcadas como ocupadas en sus estudios. Consiguió que el rubio le confirmase la información y se sintió algo feliz de ir descubriendo cosas.

Fue a la universidad feliz, aunque algo mal por estar ocupando la plaza de John. Tal vez él hubiese disfrutado de aquel lugar. Le extrañó saber que John no iba allí, suponía que Henry quería que estudiaste tanto como él y manajese sus negocios. Tenía una de las más importantes empresas aeroespaciales y eso sonaba muy complicado.

En la clase conoció a algunos muchachos que se presentaban y ninguno le llamó especialmente la atención, a excepción de un nombre: Francis Kinloch...

Lo recordaba de algún lado, no su apellido, su nombre. La familia Kinloch era conocida, al menos uno de ellos (el que Alexander supuso que era su padre). Tenía una gran empresa de vehículos marítimos con su apellido, era normal. En mitad de la primera clase le dió el chispazo: había visto su nombre en la lista.

Alexander era demasiado curioso como para callarse la boca por más de dos minutos, por lo que al final de la clase se acercó a él y le preguntó si conocía a Laurens. De inmediato, las mejillas del joven desconocido se tornaron rojas. -¿De qué lo conoce?- Preguntó Francis.

-Estoy trabajando allí, solo era una pregunta.

-Mejor pregúntale a él.

-No es muy hablador- afirmó Alexander haciendo reír al otro.

-Mejor no me menciones por esa casa- aseguró el de ojos verdes. -¿Qué hay de su vida? ¿Está bien?

-No sé, lo conocí ayer- admitió el pelirrojo.

-¿Y ya andas chismeando?- Bromeó el otro joven.

-Solo quiero saber cómo hacer que me hable. ¿Por qué tienes prohibido ir?- Alexander era muy directo. Cuando se empeñaba en conseguir algo lo lograba y al parecer, Kinloch iba a ser la respuesta a todas sus dudas.

-Su padre nos descubrió in fraganti hace dos años. Creo que no le agradó nuestra relación- aseguró Francis. -No lo he vuelto a ver desde entonces.

-Vaya- tal vez eso explicaba la actitud de John y su poca efusividad por las cosas. Hamilton no preguntó mucho más, pero ya sabía que tenía una fuente de información de primera mano. Se alegró de haber conocido a Kinloch, ninguno tenía amigos en aquel lugar y, al menos podían hacerse compañía.

Regresó de la universidad bastante emocionado y ya era hora de comer. -¿Cómo ha ido? ¿Está bien la universidad?- Preguntó Henry y Alexander le habló de lo increíble que era y toda la motivación que tenía.

Durante la media hora de descanso después de comer, Alexander hizo algo de deberes y preparó la muda de ropa para John. Le encantaba ver toda esa ropa que tenía. Miró al rubio, que estaba entretenido viendo el tablero de ajedrez. Iba a preguntarle cuál era su color favorito, pero se veía tranquilo y muy centrado.

Alexander se dirigió a él y se sentó al otro lado del tablero e iniciaron una partida en silencio, aunque para Alexander era difícil mantener su boca callada por más de cuatro segundos. Le sonrió de manera tierna y le felicitó por sus jugadas. Podía notar algo de felicidad en su interior, aunque no en su rostro que era... Apagado.

Sus días fueron así, a veces bombardeaba a John a preguntas que nunca le eran respondidas por él mismo. Tuvieron la cena familiar y vinieron un tío de John y una de sus primas. La misión de Alexander era echarle un ojo a John, de verdad se preguntaba cual era la necesidad de aquello. John ya era mayorcito y sabía lo que tenía que hacer, de hecho, cumplía los protocolos a la perfección y su comportamiento era lo que viene siendo excelente.

Durante toda la cena, John estuvo en silencio, centrado en sus cosas y Alexander también lo hizo. Esperaba a que su ayuda fuese requerida, pero no lo fue en toda la noche. -Debo retirarme- dijo John. -Son las diez y media, hora de acostarme.

-Bien- respondió Henry dejando que su hijo se marchase y le indicó a Alexander que fuese con él.

-¿No sueles quedarte despierto más tiempo?- Preguntó Alexander y consiguió una breve respuesta.

-Sí, acostado- murmuró subiendo las escaleras. Hamilton iba detrás casi sin aliento, sus piernas debían ser la mitad de cortas que las de John, menos mal que llevaba ese extraño bastón, supuso que por moda y no sabría que tan maleducado sería preguntarlo, pero como dicen: la curiosidad mató al Alexander.

-¿Por qué llevas bastón? Es curioso- preguntó el pelirrojo y sintió el rostro de John que se preguntaba si a caso callaría bajo el agua.

-Un accidente- esperaba saciar su curiosidad y tener un poco de silencio, pero no iba a ser fácil.

-¿Cómo? ¿De tráfico? ¿Te caíste de un caballo? ¿Haciendo deporte de rompiste la tibia? Yo me rompí el tobillo una vez cuando tenía seis años- dijo Alexander dirigiéndose al armario para tomar un pijama. -Tienes muchos pijamas, yo no usaba uno diferente cada noche.

John susurró algo que Alexander no entendió y se negó a repetirlo. -Venga, John, no puedes dejarme así- dijo el pelirrojo intentando convencerlo de hablar más. -Eres muy misterioso. La gente misteriosa da miedo- explicó el joven. -Vamos a ser muy amigos, te lo prometo.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora