Confesión

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Alexander llevaba un buen rato buscando a John por la casa. No estaba en la habitación, eso era un poco extraño. Él y su padre parecían haber desaparecido. Al final solo resultó que estaban hablando en una sala.

Al pelirrojo se le hacía ciertamente extraño que John pasase tanto tiempo con su padre y, se veía contento cuando lo hacía. —Hola, Alexander, siéntate— dijo Henry. —Estábamos hablando de la operación de Jack. Hemos pensado que lo mejor es quedarse aquí para la recuperación, ¿sí?

—Claro, por supuesto— dijo el pelirrojo viendo al hombre y a John a su lado.

—En cuanto a la universidad, sé que te preocupa. Pediré un translado que por supuesto van a concederte. Sería para el segundo año. De momento, volveréis a Londres— dijo el hombre. —Jack insiste que... Quiere quedarse en esta casa— dijo su padre.  —Ya sabes que tienes que hacer.

Efectivamente, ahora Alexander debía animar a John a volver a Londres, pero... Ni siquiera el propio Alexander tenía ganas. —A John le gusta mucho salir al jardín como a su madre, pero estoy seguro que nuestro jardín en Londres es igual de fantástico. ¿Verdad, Alexander?

—Por supuesto— contestó el caribeño. ¡Lo había vuelto a hacer! ¡Había vuelto a comparar a John con su madre!

—¿Por qué no ayudas a John a hacer una lista de cosas que le gustan de este jardín para ponerlas también en el otro?

Tuvieron la tarde entretenida con aquella tarea. John miraba algunas plantas y algunos árboles que le gustaban. Le decía que los apuntase en la hoja y después seguía mirando otras cosas. —¿Pero no crees que ese árbol debe tener como cincuenta años para ser así?— Preguntó Alexander. —No creo que podamos tener uno igual en Londres para la semana que viene.

—Por supuesto que lo voy a tener— dijo John mirando a Alexander. —Mi padre me lo conseguirá.

—No crees que tu padre, tal vez... Te está... comparando mucho con tu madre.

—¿A qué viene eso ahora— Dijo John deteniendo su paseo por el jardín. —Es porque soy similar a ella. Soy su hijo.

—Sí, por supuesto, no dudo de eso— dijo Alexander pensando en que tan correcto sería decir lo que estaba a punto de soltar. —Creo que tu padre quiere que seas ella. Quiere que te parezcas aún más.

—¿Por qué? No tiene ningún sentido.

—¿Por qué tu padre controla toda tu vida? Ya eres un adulto— dijo Alexander. —Me hizo firmar unos papeles para autorizarte medicamentos. Te tiene encerrado en casa y los doctores dicen que estás perfecto. ¿Por qué no vas a rehabilitación? ¿No le agrada a tu padre? He visto que ese bastón era de tu madre.

—No me compares con ella de ese modo— respondió John. —Ella estaba muy enferma. Mi padre solo quiere ayudarme.

—¿Ayudarte? ¿De qué modo?

—Soy muy influenciable— contestó mirando al suelo y tomando rumbo hacia el salón. —Prefiero que él tome las decisiones por mí y las medidas necesarias para protegerme.

—¿Y tu padre no te influencia?

—No. Él ha estado conmigo siempre, incluso para rescatarme de mis chapuzas. A veces hago las cosas mal, lo admito.

—¿Sí? No tienes pinta de equivocarte en muchas cosas— murmuró el pelirrojo.

—Antes no era igual. Qué te lo diga Francis— respondió el de ojos azules mirando al más bajo por unos instantes. —Yo hice cosas de las que me arrepiento.

—Como todos.

—No creo que esté a mi nivel— afirmó entrando al salón y suspiró viendo hacia las escaleras hasta su habitación. Su padre le había propuesto una habitación en la planta de abajo, pero John no era de cambios tan abruptos.

—¿A caso robaste un banco? ¿Mataste a alguien?

—Casi me mato— murmuró subiendo las escaleras junto al caribeño.

—Fue un accidente, no digas eso— respondió Alexander. La verdad es que sí pensaba que John era un estúpido, pero no podía decirlo si quería conservar el trabajo. —No es tu culpa.

—Me metí en una comunidad religiosa y perdí la cabeza— afirmó y el pelirrojo le miró con intensidad y muy sorprendido.

—Oh...

—¿Te sorprende?

—Bueno, no sé... No es lo común. Imaginaba algo más como suspender exámenes y salir de fiesta— afirmó Alexander. —Pero ya no estás ahí, de todos modos no soy nadie para meterme con tu religiosidad.

—Se dice fe más correctamente— dijo John.

—Nunca había escuchado nada como lo tuyo. ¿Qué hacías allí? ¿Por qué te metiste?

—¿Por qué tienes tanta curiosidad?— dijo el carolino.

—Creo que es mi naturaleza. Además, tengo que saber de ti para cuidarte mejor— afirmó Alexander llegando al final de la escalera mientras John subía el último peldaño.

—No recuerdo las cosas muy bien o no quiero recordarlas. No lo sé. Siempre hemos sido muy católicos en casa hasta que caí en esa cosa cuando murió mi madre. Conocí a unos chicos en la iglesia y me llevaron hasta allá. Ya te imaginas. Mi padre no estaba muy presente en aquellos tiempos y no me importó.

—¿Y qué hacían en ese lugar?

—Había una especie de eclesiástico que nos decía que hacer. Algunos decían que era un monasterio, otros un retiro espiritual... No lo sé. No estoy seguro que hacían, supongo que todo era una tapadera de algo más.

—Bueno, lo importante es que estás aquí, ¿no?

—Gracias a mi padre.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora