Adiós

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—¡Alex!— Gritó Francis. —Ya he llegado—  se acercó al pelirrojo y lo abrazó. Con él llegaba también Gabriel. Martha se uniría más tarde y Henry ya había sido avisado del suceso. —¿Qué sucede?

—No se despierta— dijo tratando de quitarse las lágrimas. Ya hacía cuatro horas y no tenía ninguna noticia. Henry había tomado un vuelo y llegaría al día siguiente, por el momento Alexander solo esperaba. —Anoche estaba bien.

—¿Respiraba? ¿Estaba bien?— Dijo Francis y Alexander asintió. —Venga, seguro que pueden hacer algo.

Alexander estuvo algunas horas más allí con sus amigos en común. Finalmente salió un doctor; debían operarlo con urgencia del tumor y con suerte, todo saldría bien tras la anestesia. Tuvieron que esperar hasta la llegada de Henry para firmar los papeles, al fin y al cabo seguía siendo su tutor legal.

Firmó y estuvieron en silencio las ocho horas que duró la operación. Sabían que era riesgoso, lo más seguro es que no iba a despertar. Nunca quisieron someterlo a ninguna operación por el peligro que conllevaba la anestesia en su caso. De paso, le hicieron el cambio de prótesis y lo dejaron descansar esperando que se recuperase.

Alexander estaba sentado a su lado, lo miraba descansando conectado a varios aparatos, había perdido bastante sangre durante la operación y no sabían si había salido todo correcto. Intuían cierto daño cerebral y algo en la médula, suficiente como para estar aún preocupados.

Pasaron dos días, cada día las esperanzas de Alexander iban a menos. Henry había vuelto a Estados Unidos, había convertido a Alexander en tutor de John. Solo por si había que firmar algún procedimiento más. —Él estaba alegre porque le dijeron que no era cancerígeno como el de su madre— aseguró Alexander. —Tenía muchas esperanzas y ganas de vivir.

—Lo sé— contestó Francis. —Esto me pone triste— murmuró sentado al lado de Alexander y le extendió un café.

—Estos años nos hemos hecho cercanos. Creo que he hecho mal en olvidar que yo estaba aquí porque él no estaba bien. Lo he camuflado todo— murmuró el pecoso y Francis negó.

—Lo has hecho bien. La última vez que hablé con él me dijo que estaba extremadamente feliz— añadió. —Dijo que tú le hacías feliz.

—Le quiero demasiado...— murmuró.

Al día siguiente salieron los resultados de las elecciones. Dese el hospital Alexander y Martha vieron en directo en la televisión como Henry se convertía en el presidente de América mientras su hijo se estaba muriendo. A las cinco horas, llamó para preguntar por el estado de John: no había ninguna novedad.

Le hicieron más pruebas y tuvieron que esperar aún más. Alexander estaba angustiado de tanto esperar. Ahora resultaba que Henry debía hacer un tour por todos los estados y pasar los últimos días con John no era una opción. —Jack— dijo Alexander. —Echo de menos preguntarte que jersey prefieres, despierta ya. Estoy aburrido— murmuró en una de sus locuras. Tantas horas en aquella sala le afectaban solo hablaba con John (mejor dicho solo) y estudiaba un poco.

—Verde— contestó y Alexander se dió la vuelta.

—¡JACK!— Dijo el pelirrojo corriendo hacia él. Aún estaba exactamente igual, con los ojos cerrados. Debió haber sido imaginación suya. —¿Qué has dicho?

—El verde— dijo con la voz afónica y la boca seca.

—¡Me escuchas! ¡Oh, como te quiero!

Tanto grito alarmó a las enfermeras. Se acercaron a él y le bajaron la cantidad de anestésicos, tal vez estaba más despierto. Alexander llamó a todo el mundo para dar la buena noticia. John no era consciente de que había estado prácticamente muerto cuatro días, seguía postrado en la cama, esta vez con los ojos abiertos.

Alexander estaba extremadamente feliz, a diferencia de John.  Había quedado hemipléjico y con disfagia. No era capaz de entender la alegría de Alexander. —Estás vivo— dijo dándole besos en la mejilla. —Sabes, vamos a regresar a América. Tú padre es presidente.

—¿Sí? ¿Qué día es?

—28, Jack— dijo con una sonrisa. —¿No estás contento por regresar?

—Tengo hambre— aseguró. Al menos, allí no podía sentir ningún dolor con todo el medicamento. —Tengo sed.

—Estás hidratado, sabes que no te pueden dar agua— dijo apartando el cabello de John. Lo había estado peinando, limpiando y arreglando todos aquellos días. —Te van a poner una sonda y no tendrás tanta hambre.

—No puedo moverme, Alex— dijo moviendo una sola mano para acomodarse.

—Pero estás vivo— dijo con una sonrisa y John empezó a toser. —¿Estás bien? Te has atragantado con tu saliva. Debes estar tranquilo. —¿Quieres ver a los chicos?

—Alex, no me satures. No me siento bien— dijo cerrando los ojos.

—Lo lamento, estoy muy feliz de no haberte perdido.

Pasaron unos días más y con ello diferentes exámenes. Ya tenía una sonda de alimentación y le habían prometido iniciar próximamente con la rehabilitación: primero logopeda y más tarde algo de movilidad.

De ánimos no estaba muy bien, pero tampoco le prestaban mucha atención. Alexander era el único que lo escuchaba: estaba frustrado, agotado y mal. Tenía un dolor de cabeza persistente y seguía hambriento.

Henry se mostró contento por la noticia y, mientras tanto John pensaba en sus proyectos. —Alex, la pasarela no se puede cancelar. Preséntala tú, es el momento adecuado— dijo John. —Es ahora o nunca.

—Si esperas un mes puedes hacerlo tú mismo. Sé que te da ilusión hacerlo.

—Es ahora mi momento— afirmó John. —Habla con mi agente. Seguid con normalidad.

Alexander no le desobedeció. John quería que ese desfile se hiciese y eso hizo. Sirvió de catapulta para la marca, sobretodo con la nueva presidencia de su padre. Tuvo que rechazar entrevistas que, aunque eran oportunas para su fama no lo eran por su estado.

—Amor— dijo Alexander dándole un beso en la mejilla cuando llegó de nuevo a la habitación de hospital. —¿Como ha ido?

—No hago ningún avance con el logopeda. Lo ven muy difícil. Me mandarán a casa, no hay nada que hacer.

—Lo entiendo. Nos acostumbraremos s esta nueva vida. Estoy para ayudarte, Jack. Tal vez el fisio si puede hacer algo.

—Confiaré, porque no puedo dibujar.

—Tendrás que practicar con la otra mano.

—Pero nos iremos antes a Carolina del Sur... ¿verdad?— Preguntó John. —Ya no puedo empeorar. Quiero vivir allí tranquilo.

—¿Quieres decirle adiós a toda tu vida en Londres?

—Quiero recuperarme tranquilo. Esto es muy duro.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora