Los jardines bonitos

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—Me ha dicho tu padre que cancele todos los eventos de tu agenda... menos la fiesta del viernes— aseguró Alexander y John desde su cama resopló. —¿No te apetece?

—No. Ni siquiera puedo levantarme para salir al jardín y debo hacerlo para una fiesta— farfulló el rubio. Hacía un par de noches ya desde que tuvieron que atenderlo por fuertes dolores nocturnos en la pierna. Aún le dolía, sobretodo cuando los efectos de los calmantes iban pasando.

—Si quieres podemos probar mañana de ir al jardín— aseguró Alexander.

—No, no quiero bajar escaleras, pero estoy aburrido de estar aquí— al parecer John si se aburría de no hacer absolutamente nada, eso sorprendido a Alexander. Al parecer aquel rubio era más persona de lo que creía.

—Encontraré la manera y, pasearemos un poco por el jardín— prometió Alexander. —¿Quieres que leamos algo?— dijo viendo caer algunas gotas de un gotero con medicamento que colgaba. —O podemos ver otro documental. Nunca ves documentales ni pelis, ¿no te gustan?

—A veces— murmuró. —Depende el día.

Alexander pasó un largo rato, hasta la hora de la cena que ya se despidió de John. Poco a poco conseguía sus metas y algunas palabras más. A la mañana siguiente fue a verlo antes de ir a la universidad, pero estaba profundamente dormido.

Aquellos días estuvo relativamente desaparecido de las quedadas de sus amigos. Ocupar y entretener a John podía ser una tarea de varias horas. Aún no tenía claro cómo iba a cumplir su promesa de pasear con él por el jardín, pero pensaba martillar su cabeza hasta conseguir una solución para la tarde. —Alex— dijo Elizabeth. —¿Te pillo mal?

—¿Qué? No. Dime.

—Últimamente no nos estamos viendo mucho.

—Lo sé, lo lamento Eliza. Últimamente John no se ha sentido muy bien y ya sabes que mi trabajo...

—¿Tu trabajo? Tu trabajo es prepararle la ropa y mirar su agenda. El resto lo haces por gusto— aseguró la joven de ojos negros con los brazos cruzados.

—Su padre me lo ha pedido.

—Hace días que no hablas conmigo. Ni siquiera me llamas por el teléfono de Fran— aseguró Eliza. —¿Cómo se va a mantener una relación si solo nos vemos cuando vamos de fiesta? ¿Vienes esta tarde a mi casa?

—Yo... tengo la tarde ocupada— afirmó Alexander y se retractó de inmediato: John podría esperar un día más para ver el jardín. —Allí estaré.

Cuando llegó de la universidad, entró a su habitación a dejar las cosas y después se asomó a la de John para hablar con él. Aquel día se veía de mejor humor, las enfermeras le habían estado ayudando a levantarse y rondar por la habitación. —Yo... no voy a poder ir contigo al jardín esta tarde. He quedado con Eliza.

—Vale— respondió John regresando a su lectura.

—Sé que te molesta, te lo había prometido.

—No me molesta.

Alexander pasó toda la tarde con Elizabeth: coqueteando y subiéndose un poco el ego. Regresó muy tarde, más de lo esperado. En verdad no quería ser él quien lo decía pero, Dios mío, era realmente bueno con las mujeres. —John te está preocupando demasiado— aseguró la chica. —A veces me siento molesta. Si no fuese por su culpa podría llamarte, tendrías tu teléfono y...

—Sé que sería fantástico. Yo quisiera de verdad.

—A veces creo que le pones demasiado interés. Francis dice que es un niño mimado y un engreído. Seguro quiere que estés ahí para todo, deberías ajustarte a tu trabajo— aseguró la de ojos oscuros.

—No lo sé, él es muy callado, pero me limitaré a hacer mi trabajo. No quiero que se apegue mucho a mí.

—No debe tener la cabeza muy sana para haberse tirado por la ventana, ¿no?

Pasó el resto de tiempo con Elizabeth. La verdad es que le pareció una tarde increíble. —Buenas noches— dijo Alexander llegando a la casa y Henry le saludó de vuelta.  —¿John no ha salido de su habitación?

—No, no se encuentra bien. Está un poco decaído— afirmó Henry y Alexander asintió rezando que no fuese por haberle roto la ilusión de ir al jardín. Por la noche intentó hablar con él, pero no tenía muchas ganas de decir una simple palabra y parecía entretenido viendo algo en un libro. Por la mañana volvió a intentarlo y sintió su orgullo dañado al pedirle perdón por haber roto su promesa de ir con él.

—John, me frustras— dijo Alexander después de haber intentado cientos de veces escuchar alguna palabra salir de su boca. —No me has hablado desde ayer a medio día. Si estás tan enfadado grítame, llama a tu padre o cualquier cosa, pero me frustras tanto.

—...

Alexander dejó la ropa un poco de mala gana y luego regresó a ver a John que estaba sentado en su cama mirándolo atentamente. —Estoy aquí con la promesa de que iba a tener tiempo libre, y la verdad es que ayer quería de verdad tener mi rato de tiempo libre para ir con Elizabeth. No puedo estar todo el día detrás de ti, suficiente que hoy no puedo salir porque tengo que cuidarte en esa estúpida fiesta de tu padre. Tantas ganas tenías de ir al jardín, salta por la ventana ya que se te da tan bien, ¿no?

—Yo... Vete— murmuró John y Alexander de repente pensó lo que acababa de decir y como aquello ponía en riesgo su trabajo.

—Yo no quería decirte eso, de verdad. Lo siento— dijo muy arrepentido pero no le hizo nada de caso y le indicó con la mirada que se marchase.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora