soledad

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—Te he dicho que no quiero hoy visitas— dijo John de brazos cruzados en la cama mientras Alexander estaba sentado a los pies.

—Bueno, pero podemos hacer algo juntos— dijo el pelirrojo.

—Quiero estar solo.

—Sé que esto es difícil, llevas así dos semanas... Lo entiendo, pero solo trato de ayudarte. Además, esta tarde traerán las primeras pruebas de vestuario del desfile y...

—No quiero verlos ahora mismo— aseguró John. —Ni esta tarde. De hecho, si ves a mi agente, dale la carpeta de la mesa— murmuró volviendo a acostarse. —¿Y Martha?

—Ella está algo ocupada con los ensayos de navidad.

—¿Tan pronto? A penas está empezando septiembre— dijo sorprendido. —Quería que ella viniese y animarla a modelar.

—Puedo preguntarle— no pensaba en decirle que su amiga no quería ir. Ver a John así era horrible, era insoportable, no estaba en un buen momento y además tenía mala cara. Aquellas semanas estuvo bastante enfermo, eso hacia que algunas visitas no tuviesen ganas de verlo tampoco. Al menos era mutuo.

—¿Y Francis? Quiero su opinión— dijo el rubio y Alexander negó.

—Me ha dicho que está muy ocupado. Acaba de empezar el curso.

—Por eso, no tiene examenes. No le llevará más de veinte minutos ayudarme— contestó.

—No todo el mundo puede estar siempre a nuestra disposición, John— dijo Alexander y al parecer aquel comentario medio inofensivo hirió a John más de lo esperado. —Yo porque me dedico a eso.

—¿Y no han tenido tiempo en dos semanas sabiendo cómo estoy? Supongo que son como mi padre. Todos estáis rogando tener que dejar de verme la cara. No te preocupes, puedes largarte— murmuró y Alexander se acercó a él.

—Nunca he dudado ni he pensado en marcharme— mintió esperando hacer sentir algo mejor al mayor. —Eres un amigo, es mi obligación también como amigo hacerte feliz.

—No lo vas a conseguir nunca— respondió. —Yo sé lo que quiero, y yo tomo mis decisiones. Quiero estar solo.

Alexander intentó dejarlo algunos días solo. Lo veía pero hablaba con él lo mínimo posible. Estaba muy irritable y ni siquiera quería tomarse los medicamentos. Intentó convencer a Martha para ir a verlo, a John para ir al teatro y a Francis para hablar con él. —Si ha pasado tanto tiempo sin verme puede hacerlo ahora— fue lo único que dijo. El único consuelo que tuvo John fue a Alexander a su lado. Menos mal que era cabezota y no hacía caso a las palabras de John, rogando que se marchase.

—Alexander— dijo John mirando de frente el vestido. —¿No crees que deberían haber más flores a la derecha?— Preguntó centrado y el pelirrojo le dió la razón sin saber muy bien de que hablaba. Al menos se veía entretenido. La moda fue lo único que lo hizo pasar los días con un humor no tan pésimo al habitual.

—Creo que haré algunos cambios antes de que salga la colección. ¿Podrías llamar a mi coordinador? He pensado algunas ideas, dale esto— dijo entregándole la carpeta.

—Con lo que te gusta la moda... ¿prefieres que yo elija tu ropa todos los días?— Dijo Alexander y John levantó los hombros.

—Me gusta hacerlo, pero es tu trabajo. Además, toda mi ropa me gusta y... Eliges bien— afirmó el rubio. Eso es lo más bonito que le dijo casi en un mes. Había regresado el seco, aburrido y arrogante que era. Alexander ya no entendía que pasaba en su cabeza. Estaba a ratos cerca de la locura, pero no pida reprochar nada dada su situación.

Después de la cena, se acercó para darle los medicamentos. Ahora le preguntaba por cada pastilla, cada cosa que Alexander le proporcionaba. Se había hecho desconfiado y eso es lo que menos le gustaba a Alexander. Eso y los días de médico con John, solía estar enfadado esos días.

—¿¡No entiendes lo que te he dicho!?— Dijo John molesto. —¡Es blanco! ¡Blanco! ¡No puede ser de otro color!— los asuntos del jardín se los tomaba muy enserio. —¡Si son rojas no son como las flores de mi madre!

—John— dijo Alexander tomándole del brazo. —Encontraremos unas blancas antes del viernes y estarán aquí plantadas de buena mañana, te lo prometo. Solo entra y cálmate.

—¡¿Qué me calme?! ¿¡A caso crees que estoy loco?! ¡Todos son unos inútiles! ¡Hasta el perro de mi hermana sabe distinguir los colores!

—Bien, vayamos dentro— aseguró Alexander haciendo que vaya hacia el salón. —Me ha dicho Martha que el sábado estrenan una ópera y que debes ir a verla.

—¿Yo? ¿Para qué voy a ir?— dijo dejándose caer en el sofá y tiró el bastón sin mucho cuidado al suelo.

—Porque es tu amiga— dijo Alexander. —Estoy harto, estás siendo una persona horrible— dijo cansado. —¿Dónde estás?

—¡¿Dónde estoy?! Protegiéndome de la gente que me miente— dijo John. —¡De los que me engañáis!

—¡Es voluntad de tu padre!— Gritó Alexander ya harto. Dos meses llevaba de los nervios con John. Sus hermanos se habían marchado a América, desde entonces si que estaban solos.—¡Yo no te mentiría en nada! ¡Deberías estar feliz y todo, tener un poco de esperanza en tu vida!

—¿Por qué? Porque me dicen que funciona el tratamiento. ¿¡Cómo sé yo que no es otra de vuestras absurdas mentiras!? ¡Cada día estoy peor!

—Estás de peor humor, que no es lo mismo.

—¿Cómo quieres que esté? Me ha abandonado toda mi familia, mis amigos... Nadie quiere saber nada de mí.

—Yo no lo he hecho. Estoy aquí todos los días— afirmó Alexander. —Soportando tus gritos, tu malhumor y que digas esas cosas tan horribles. Tú Padre pregunta cada semana por ti, ¿qué quieres que le diga? ¿Le digo lo que eres? ¿Lo que estás haciendo? ¿A caso crees que alguien va a querer volver si no cambias?

—Me estoy muriendo, Alexander.

—Pues no te mueras como un idiota—  dijo el pelirrojo molesto.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora