Falsas esperanzas

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—A John le dan miedo los hospitales así que, estará un poco nervioso— dijo Henry. —Dale dos calmantes. Uno para que duerma bien esta noche y otro por la mañana, ¿sí?

—Por supuesto— dijo Alexander y después se fue a la habitación de John, ya estaba casi listo para dormir. Estaba dibujando tirado en su cama. —Hola— murmuró entrando a la habitación y cerró la puerta detrás de él.

—¿Podemos hablar?— Preguntó John y Alexander se sorprendió. ¿John quería hablar? Eso era extraño.

—Por supuesto— dijo Alexander acercándose algo preocupado. Supuso por un instante que serían los nervios por mañana.

—Estoy algo molesto contigo— dijo dejando los materiales de dibujo apartados y Alexander le miró algo extrañado. —Por el beso. No me gustó.

—Oh... Lo siento— dijo avergonzado. —Pensé que no te acordarías.

—¿Por qué? No tomé nada para olvidarlo y no me gusta hacerme el tonto. No soy el juguetito de nadie.

—Ya te pedí perdón, John— dijo Alexander. —He estado haciendo mejor mi trabajo desde nuestra conversación. No entiendo a qué viene eso ahora. Creía que ya lo habíamos hablado todo.

—No creas que tienes mi confianza solo por pedirme perdón— murmuró el rubio.

—De verdad me la estoy intentando ganar. Me estoy esforzando— dijo. —¿En que momento he acabado en Carolina del Sur siguiendo la campaña política de tu padre? Ni siquiera entiendo por qué tenemos que estar aquí, pero igual no me quejo.

—Estamos aquí porque soy el apoyo moral de mi padre. Me necesita— afirmó John.

—Me sorprende, la verdad. No eres muy hablador como para ser el apoyo moral de alguien.

—¿No se supone que tratas de ganarte mi confianza? Lo haces mal, Alexander. Muérdete la lengua de vez en cuando. Créeme que estoy a una semana de echarte.

—Bueno, si me echas habrás perdido una gran oportunidad.

—¿La oportunidad de quedarme calvo del estrés?— Preguntó John.

—Tu padre me ha dado esto— dijo dejando un sobre con las pastillas que había dado Henry. —Estás un poco alterados, ¿no? Es para que te calmes.

—No sé que tratas de hacer y que intenciones tienes pero no me gusta.

—Tómate una y la otra por la mañana. Nos vemos mañana— dijo el pelirrojo saliendo. John le nervaba. A veces el rubio tenía estúpidos cambios de humor a los hijos de Alexander. A veces era tímido y otras un mandón. ¿A qué sacaba lo del beso ahora? Todo había sido aclarado, John parecía buscar excusas para estar molesto.

Cuando amaneció John parecía estar más relajado. Algo menos molesto, aunque desagradable como siempre. Tampoco es que Alexander podría ser mucho más agradable en su situación, pero eso no era excusa de nada. Seguro que John podría hacer alguna cosa por mejorar su aburrida vida.

—Jack— dijo Henry tocando l a espalda de su hijo mientras desayunaban. —No estás nervioso, ¿verdad?

—No. Estoy bien— contestó mirando a su plato.

—Anímate. Sólo es una pequeña revisión— dijo su padre.

—¿Y por qué tengo que ir? Estoy bien— murmuró algo decepcionado. —¿Por qué no puede ser en casa?

—Porque hay que hacerte radiografías. Ya verás que volvemos pronto.

—Cada vez que voy me dan un disgusto. No quiero ir— murmuró y la verdad es que no le sirvió de nada porque terminó yendo igual.

—Te prometo que esta vez no será igual— dijo su padre. En el fondo parecía que ese hombre tenía más corazón del que Alexander imaginaba.

La visita al doctor no fue especialmente rápida. Eran cientos de cosas y a Alexander le molestaba estar allí esperando toda la mañana, todo el mediodía y parte de la tarde. Sobretodo porque estuvo quedándose en la sala de espera muy aburrido y sin batería en el teléfono.

De camino a casa no había mucho que hacer en el coche más que hablar con John. —¿Entonces todo está bien?— Le preguntó John a su padre que asintió en silencio. —¿No tengo que volver hasta operarme?

—Eso no lo sé, Jack— contestó sobrio y no dijo más. Tampoco parecía estar de muy buen humor, a Alexander se le hizo sospechoso su comportamiento. A pesar de aquello, John ignoraba aquello y no parecía estar preocupado, solo tenía ganas de regresar a su habitación a descansar.

Alexander iba muy contento hacia su cuarto a enchufar el teléfono cuando alguien le tomó del brazo. —Ven— dijo Henry casi arrastrando al pelirrojo a su despacho. La verdad es que se dió un buen susto.

El hombre cerró la puerta tras de él, encargándose de que nadie más escuchara aquello. —¿Te has dado cuenta?— Preguntó y Alexander pensó que Henry había escuchado sus cientos de conspiraciones imaginarias.

—¿De qué?

—De que John no está bien.

—Pero el doctor dice que sí lo está— Dijo Alexander.

—El doctor no dice eso— aseguró viendo al pelirrojo. —No quiero que Jack se entere de lo que el doctor dice o se pondrá extremadamente triste— dijo Henry apoyándose en la mesa. —Ha empeorado mucho desde la última visita.

—Pero él se ve bien— aseguró Alexander algo dudoso de las palabras de Henry.

—Tiene un tumor cerebral importante, por eso sigue perdiendo el equilibrio— afirmó el hombre. —Los doctores dicen que sin tratamiento no aguantará mucho más.

—¿Y qué esperamos para dárselo?— Dijo Alexander.

—Tienes que encargarte de que se lo tome aunque no quiera. John no es mucho de rechistar, pero se dará cuenta de sus efectos. No le digas para que es.

—¿Y si me pregunta?

—No lo hará— afirmó el hombre. —No quiero que se entere de nada.

—Pero... No es justo. Él debería saberlo y...— dijo Alexander.

—Conozco a mi hijo, es mejor que no lo sepa. No sabes cuánto me duele que esté pasando esto ahora mismo— aseguró el hombre algo entristecido. —Permítele que se lo pase bien, que viva lo que quiera vivir...

—¿No tiene esperanzas?— Dijo el pelirrojo. Sin duda algo debía suceder como para que Henry se pusiese tan permisivo.

—Pocas. Pronto os enviaré a Londres de nuevo— afirmó el hombre. —Me entristece verlo sabiendo que está así. Seguirás con tus estudios y cuando tengas un rato libre lo llevarás a... Lo que sea que mi hijo quiera hacer.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora