Una segunda oportunidad

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Aviso: estoy horriblemente enfadada. He escrito este capítulo y como Wattpad me odia, me ha tirado la cuenta momentáneamente y me ha eliminado el capítulo. No me acuerdo de todo lo que cojones había escrito en este capítulo. Por eso se ha retrasado más de lo normal. Cómo podéis observar, he debido que cambiarme el nombre de MdmDuSol a Mdm_du_Sol por mi querido Wattpad. No creo que vaya a escribir mucho más por aquí, si alguien sabe de otra red social para escribir donde podáis leer y comentar con facilidad avisadme porfi. Dicho esto, vamos a intentar replicar mi capitulo, eso sí, las cosas no salen igual dos veces. Lo siento por el retraso. Voy a intentar contactar con Wattpad. Vaya, el nombre del capítulo le va a pelo con la única diferencia que en vez de segunda oportunidad que le doy a Wattpad es la milésima. ¿Preferís que os pase los puros libros por PDF? ¿Qué os comparta un Drive o que cojones? No puedo más con esta nefasta aplicación. Lo malo es que si dejo de escribir aquí no hay fandom en muchos otros sitios... Encima mi vecino lleva poniendo musicas en árabe dos horas a media noche. Me voy a dar dos tiros, que asco de día.

Bien, vamos allá. *Se aclara la garganta*

Era de buena mañana cuando Alexander entró a la habitación de John y encendió las luces. —Venga, arriba. Tienes médico en quince minutos—  aseguró Alexander y John se frotó los ojos.

—¿Qué hora es?

—Si no te quedases despierto hasta tan tarde con mujeres no tendrías sueño— afirmó tomando ropa para John. —No desayunes, que creo que quieren hacerte una analítica.

—¿Y después podemos ir a la ópera?— Preguntó John levantándose y Alexander negó.

—No, hoy he quedado con Elizabeth— dijo y en menos de lo que pensaron ya había llegado la doctora. Muy amablemente, echó a Hamilton de la sala. Alexander pensó que tal vez se trataba de una psicóloga o algo así, lo típico de preguntas personales. Pasado el rato, le dejó entrar de nuevo y, su conclusión fue algo distinta. Debió haber estado revisando de nuevo la pierna de John.

Por primera vez Alexander vio una cicatriz que la recorría desde la pantorrilla hasta medio muslo, pasaba por la rodilla y era de las más grandes que había visto en su vida. No comentó absolutamente nada, fue a desayunar con John y el resto del día no fue la gran cosa hasta que salió con Elizabeth. Disfrutó de un par de cosas bastante humanas y normales. Tampoco nada del otro mundo. Sin embargo, al día siguiente, para contentar a John tuvo que llevarlo a su tan querida ópera.

Aquella vez sí que estaba la joven de cabello rizado. John tenía los ojos fijados en ella, de hecho, brillaban y la miraban con entusiasmo. Ella de vez en cuando le hacía sonrisas cómplices y John parecía altamente entretenido. Mientras tanto, Alexander se sumergía en su gran aburrimiento, ni siquiera las funciones eran distintas. Siempre eran las mismas con diferente elenco.

Cuando se dió cuenta en mitad de todos sus pensamientos se dió cuenta que John dibujaba algo en la libreta. Estaba dispuesto a curiosear cuando se escucharon unos fuertes ruidos dentro del teatro. Poco pasó para deducir que debía ser un tiroteo. "Ni que estuviésemos en Estados Unidos" pensó Alexander.

John dejó caer al suelo su libreta por el susto y Alexander estaba práctica agarrado a él como un koala hasta que pensó que sería mejor idea agacharse y esconderse en el palco. Sintió que la respiración de John era algo agitada y, en poco tiempo llegó un hombre de seguridad allí para indicarles por donde podían salir. Privilegios de ser un rico con un palco en el teatro más prestigioso del lugar.

Alexander por un momento olvidó que John no se podía levantar, que tenía que ayudarlo. Tal vez fue el motivo por el que olvidaron tomar el cuaderno de dibujo de John y estuvo lamentándose el resto de semana.

—Venga, compra otro. Dibuja en otro sitio. Solo es un armatoste de papeles— dijo Alexander y John dejó la mirada perdida en el suelo. De verdad se veía decaído. —¿Por qué no llamas a la rubita a ver si lo encuentra en los ensayos o si alguien lo ha visto?

Aquello le pareció una gran idea a John que iba camino al teléfono de la casa, se dio la vuelta y le dijo a Alexander:

—La rubita tiene nombre— dijo medio molesto.

—¿Ah, sí? No me lo esperaba. ¿Cómo se llama? ¿María? ¿Cecilia?

—Martha— afirmó John y de la nada empezó a sonar el teléfono que Alexander contestó.

Era Henry. Se había enterado de lo sucedido. Alexander esperaba el regaño, pero en verdad el hombre solo estaba preocupado de que su hijo estuviese bien. Quiso hablar con él, estuvieron un rato largo hablando, Alexnader no sabía muy bien de que a ratos pero desde luego su padre se llevó un gran susto. Decidió devolverle a Alexander su teléfono móvil, por si acaso, para estar más en contacto.

Aquellos días John estuvo aburrido. Sin cuaderno de dibujo ni ópera. Desde que llegó el pelirrojo su vida se había convertido en una mierda aún más grande. Brutus se fue, la ópera se acabó y ahora había perdido el cuaderno de dibujo.

Hacía tiempo que no iba al jardín, su padre le dijo que, sin él en casa no debía salir solo. Todo era un: ¿y si te caes como te levantas? ¿Y quien te ayuda si te agachas demás?

Por aquel motivo John se puso extremadamente feliz cuando Alexander le propuso salir al jardín.

—Últimamente estás un poco antipático, ¿no?—Preguntó Alexander observando a John intentando ver un documental aburrido.

—Sí. No tengo nada mejor que hacer.

—Vayamos al jardín.

En el jardín John estuvo un rato con sus flores y, más tarde surgieron conversaciones algo más profundas. Al parecer se estaban dando una segunda oportunidad. —¿Y tú de dónde has salido?— Preguntó John.

—Mis padres me adoptaron cuando tenía trece años. He venido a Londres para conocer mundo.

—Ah. Odio Londres. Es horrible.

—¿Qué? Si es maravilloso— dijo Alexander. —Tu casa es enorme.

—Este lugar no se siente como mi casa. Si mi padre gana las elecciones volveré a América— dijo esperanzado.

—¿Sí? ¿Entonces qué haces que estás aquí?

—Le gustaba a mi madre. Nos mudamos hace nueve años. Mi padre no quiere marcharse, le trae recuerdos.

—¿No vive tu padre muy atado al pasado?

John suspiró antes de contestarle y negó con la cabeza. —Como todos en esta casa. Cada uno supera las cosas en un tiempo. Sólo quiero volver a casa.

—¿Qué había allí que aquí no? Esto parece un palacio.

El de ojos azules pensó antes de contestar y le miró. —Tranquilidad, espacio personal, mis vacas...

—¿Vacas? Dios mío. ¿Echas de menos un rancho?— Preguntó Alexander riéndose a carcajadas. —No te ves muy... Ranchero.

—No era solo un rancho. Era un lugar precioso— afirmó. —No se veían los límites de la parcela, solía recoger flores con mi madre y me encantaban las vacas.

—Bueno, tal vez no son tan desagradables las vacas... Igual, no creo que sea lo mismo que hace nueve años. Ya no eres el mismo— recordó Alexander y John asintió.

—Yo vuelvo a ser el mismo. Sólo quiero ir a casa. Ya he tenido suficiente aquí.

—He visto que tenías una cicatriz muy grande, ¿es por la caída?— Dijo con curiosidad y John le respondió como nunca antes lo había hecho.

—Sí. Bueno, por la operación— explicó. —Me tuvieron que poner una prótesis en el fémur, otra en la rodilla y tornillos en el tobillo. Me rompí toda la pierna.

—Literalmente toda la pierna. Auch.

—No dolió tanto. Fue peor aguantar las siguientes semanas. Pronto van a cambiarme la del fémur.

—¿Qué? Pensaba que duraba años.

—Pero he crecido— dijo John. —Mi padre quiere que me opere con un amigo suyo cirujano en Carolina del Sur.

—Eso es horrible.

—Bueno, todo pasa porque tiene que pasar— dijo John las típicas palabras de su padre. —Vamos dentro, hace frío.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora