Brutus

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Llevaba dos meses en aquella rutinaria vida. No era tan difícil como esperaba. Ya se había acostumbrado a fiestas y banquetes de vez en cuando. También había forjado una buena relación con los más pequeños de la casa que insistían tanto en jugar con él. En cuanto a sus estudios, le iban de maravilla. Casi todo era perfecto.

Los viernes y fines de semana que no tenía ocupados, podía salir con sus amigos una vez hubiese cumplido sus tareas. —¿No quieres venir?— Preguntó Alexander curioso dejándole el pijama a John en la cama.

—¿Dónde?— Dijo desconcertado.

—Me voy con mis amigos al antro. ¿No te apetece salir de aquí un rato? Esta semana ha sido tranquila— aseguró y John negó despreciando su oferta. Eso le mosqueó un poco a Alexander que siempre conseguía lo que quería. —¿Puedes creer que me ha dicho descaradamente que no?— Le dijo a Francis que conducía para recoger al resto de amigos.

—Eso suena muy típico— respondió tranquilamente y oyó la notificación en su teléfono. —¿Puedes leerla?

—Sí— dijo rebuscando para encontrar el móvil. —Eliza dice que no viene.

—¿Por qué?

—No sé, no lo dice— dijo Alexander. —Le pregunto— tecleó el mensaje y dejó el teléfono esperando una respuesta. —¿Crees que conseguiré que John salga de fiesta algún día?

—¿Por qué quieres conseguir eso?— Dijo desconcertado el de ojos verdes.

—Porque... Su vida es muy aburrida. Su agenda lo es... Y ¿quién se acuesta a las diez de la noche un viernes?

—No vas a conseguir hacerlo salir. Su padre lo tiene muy protegido. John a veces es un poco imbécil. Así está mejor— afirmó el joven parando en casa de Lafayette que subió rápido al coche. —¿Ha contestado Elizabeth?

—Sí— dijo Alexander mirando el teléfono. —Lo acaba de dejar con su novio porque se ha alistado al ejército y se marcha mañana— leyó el mensaje y Lafayette resopló.

—Madre mía...— murmuró el francés. —Eso es... Horrible. ¿Deberíamos ir a su casa?

—Puede— dijo Francis cambiando el rumbo del camino.

Estuvieron entreteniendo a Eliza varias horas, luego, fueron al antro y a eso de las cuatro de la mañana regresaron a sus respectivas casas. Alexander entró con silencio y subió las escaleras con cuidado. —¿Aún estás despierto?— Susurró asomándose a la habitación de John, se veía algo de resplandor.

—Supongo— murmuró dejando el libro de lado.

—¿Qué estás leyendo?— Dijo entrando para ver el título del libro. —Es muy bueno. ¿No puedes dormir?

—Si pudiese ya lo hubiese hecho.

—¿Quieres un té?— Preguntó y de nuevo John negó. —Bueno, pues te contaré que hemos hecho hoy— el rubio rodó los ojos y escuchó las palabras de Alexander. — A la próxima tienes que venir. Íbamos a ir al antro pero hemos ido a casa de Eliza porque su novio la ha dejado...

—¿Eliza? ¿Schuyler?

—Sí, ¿la conoces?— Dijo emocionado y John asintió. —Después, hemos ido a un antro repleto de chicas bonitas. Ah, y dos hombres se han peleado en la entrada y ha ido Francis a separarlos y les dijo que-

—¿Conoces a Francis?— Preguntó John algo sobrio y miró a Alexander que asintió algo avergonzado de haber metido la pata.

—Sí, ya te dije.

—¿Qué te ha dicho de mí?

—Nada— afirmó Alexander algo nervioso. —Lo siento, no deberías saber nada de él. Está en esa lista de tu padre y no quiero perder mi trabajo aquí, ¿sí?— Dijo con una pequeña sonrisa intentando remediar su error.  —¿Por qué no puedes dormir?

—Me ha dado por pensar cosas. Tengo un mal presentimiento— afirmó apartando las sábanas de su cuerpo y se dispuso a levantarse. —Quisiera salir un rato al jardín.

—Hazlo— dijo Alexander convencido y John negó.

—Mi padre solo me permite salir hasta las ocho de la tarde— aseguró mirando por la ventana.  —Dormiré en nada. Puedes irte.

Alexander se marchó y en nada estuvo dormido. A penas le sirvió la noche de algo pues a las seis de la mañana todos estaban despiertos por un estruendo en los pasillos. El pelirrojo se levantó cansado y juraba tener unas ojeras que le arrastraban por el suelo. Tardó un rato buscando sus gafas y cuando por fin se asomó, vió a John bajar las escaleras y a su padre detrás gritándole alguna cosa.

—¡Jack! ¡Haz el favor y vuelve!

Ambos hombres bajaron y también la hermana de John, Nelly, que había bajado con ellos. Salieron al jardín y después hacia el establo. Hamilton había salido descalzo, no pensaba que irían hasta allí. Para su suerte, todo era césped y nada molestaba demasiado.

Había un camión y algunos hombres por la cuadra colocándole unas riendas a Brutus. —¡¿Por qué os lo lleváis?!— gritó John acercándose a su caballo.

—Está enfermo, Jack. Es hora de que se marche— dijo Henry. —Ni siquiera lo montas.

—Pero yo lo quiero— aseguró acariciando la crin del animal. —Yo lo cuido. Haré lo que haga falta.

—Son veterinarios, déjalos trabajar. Ese caballo se va ya de aquí, ya te conseguiré otro— aseguró el mayor de los Laurens.

—Papa, pobre Brutus— dijo Nelly. —Jack no quiere que Brutus se vaya.

—Brutus lleva aquí quince años, ayer me llamaron para decirme que está enfermo. No tiene arreglo— afirmó el hombre.

—Entonces déjalo aquí, lo que aguante— dijo John y Henry cruzó los brazos. —Yo le cuidaré. De momento aún parece estar bien, ayer mismo salimos a pasear.

—Hoy es su último día. Ya está todo listo. No quería que estuvieses aquí delante, pero... Eres un cabezota.

—¡No puedes hacer eso!— afirmó abrazando al animal y después los hombres lo subieron al camión para ponerle una inyección.

—Puede enfermar al resto de caballos. Es un peligro para la finca y para ti. Te puede pegar cualquier cosa— aseguró Henry tomando a John del brazo. —Vámonos. Nelly, tú también

Le hizo entrar adentro dentro de la casa por mucho que pataleó y lloró desesperadamente para convencer a su padre de aquello. —Sube a tu cuarto— John se veía muy molesto cuando se fue a su habitación, Alexander fue detrás intentando hacer su trabajo como ayudante de cámara.

Al parecer, lo más difícil era ayudarle a sobrellevar la parte emocional de su vida. Alexander nunca se había enfrentado aún a eso, solo organizaba cosas y eso parecía mucho más sencillo. No sabía que decirle. —Lo siento— susurró viendo a John sentado sobre la cama. —Yo tampoco quiero que Brutus se vaya...— susurró cerrando la puerta y se sentó a su lado. —Sé que crees que puedes cuidarlo. Tal vez ha llegado el momento de que cuides a otro caballo o un gato tal vez. Hay muchos que necesitan cuidados y mucho amor. No ayudo, ¿verdad?— Dijo viendo la fría y triste expresión de John que le miró y levantó los hombros.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora