Sueños

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—Alex, ¿te importa irte?— Preguntó John acostado a su lado. —No me encuentro muy bien.

—¿Necesitas algo?— Preguntó el pelirrojo desconcertado.

—Estar solo— añadió y Alexander asintió y se marchó. Había estado todo el día esperando verlo. En clase solo podía pensar en él y sus bonitos ojos azules.

—¿Te duele algo?

—Lo de siempre. Solo estoy algo bajo de ánimos hoy— dijo. —Hace un día malo y un poco de frío.

—Es verdad, lleva todo el día nublado— contestó Alexander. —Te dejo entonces.

Ese día fue sencillo aunque algo solitario. Al día siguiente, Alexander se saltó algunas de sus clases para acompañar a John a su terapia. Era una de las primeras, por lo que era importante su compañía.

Aquello implicó algunos cambios en su vida, no muy notorios, pero si un poco molestos. A priori, el drama más grande de John fue cambiar su corte de cabello. Debía pasar horas sentado así que finalmente aprovechó por estudiar y tratar de llevar su vida con normalidad.

Ahora Alexander y él tenían sus propios objetivos. Alexander sería un buen abogado y John un buen diseñador. Casi nadie podría pensar como eran sus vidas hacia unos meses. Objetivamente, John y Alexander pasaban los días como dos jóvenes normales, sin reglas impuestas tontas ni excentridades muy grandes.

Se acostumbraron a hablar todas las noches sobre como había ido su día. Incluso John solía salir de vez en cuando más a la ciudad. —¿Qué ha pasado últimamente?— Preguntó Francis. —Le veo mucho mejor.

—Está contento. Supongo que tiene un poco de esperanza— dijo Alexander. —Está con muy buen humor. ¿Seguro que no quieres venir un rato de visita?

—Lo pensaré y hablaré con Martha. Sabes que él es un poco inestable.

—Sí, por eso hay que aprovechar cuando está bien, ¿no?

Finalmente Alexander convenció a Francis y con él a Martha. —Te he echado de menos— aseguró la chica dándole un abrazo.

—Yo también— afirmó con una sonrisa. —Podríamos salir juntos a algún lugar.

—¿Quieres salir de casa?— Preguntó Francis y John asintió. —Es un poco raro en ti.

—No puedo quedarme toda la vida aquí— añadió. —Podríamos pasear por la ciudad. ¿Por qué no avisas a Gabri?

Todo mejoraba por momentos, Alexander trataba de que no hubiese nada que perturbase su felicidad. —Tú y yo tenemos que bailar algún día— dijo John, sentado en el sofá, mirando a Alexander que preparaba varias cosas en la mesa para una noche de cine.

—¿Bailar? Tú no bailas, Jack.

—Por eso— contestó y Alexander se sentó a su lado. —Yo bailaba hace tiempo.

—¿Sí? Me cuentas pocas cosas de ti. Bueno, de lo que te gustaba hacer.

—Sí, mi vida es un poco triste desde entonces.

—¿Triste?

—Diferente— corrigió. —Me encantaría ir a la playa a jugar bádminton y correr, hacer el idiota... He aprendido a valorar eso.

—Bueno, cuando te vuelvas a operar haremos más cosas— aseguró Alexander. —Debes estar impaciente por ese día.

—Sí, pero ahora estoy bien con mi vida. Te tengo aquí y nunca me dejas solo. Tengo esperanzas piedras en muchas cosas.

—Lo sé. Yo también— aseguró el pelirrojo. —He preparado una cosa espectacular para este fin de semana.

Así transcurrieron algunos meses. Todo era increíble, John tenía ya su primera pasarela y Alexander sus exámenes finales. Ambos destacaron buenamente en lo suyo y Henry les hizo una pequeña visita para felicitarlos.

Con la tontería, Alexander ya llevaba allí bastante tiempo, tenía la mitad de su carrera completada y en poco sería abogado. —Dos años llevo aquí, John, ¿te das cuenta? Ha pasado rápido el tiempo. Me acuerdo cómo si fuese ayer del primer verano y de lo engreído que eras.

—Odié cuando viniste a perturbarme mi silencio— aseguró John. —Peri te perdono. Aunque eras muy pesado con tus preguntas.

—En el fondo querías escucharme— dijo Alexander y John subió los hombros.

—Puede ser— dijo. —Era entretenido tenerte como programa de radio. Piensa que no tenía otra cosa.

—Es verdad— afirmó Alexander. —Tu padre me caía un poco mal. Te había prohibido muchas cosas.

—Ambos estábamos mal. Supongo que has cambiado algo desde que has venido— aseguró John. —De todos modos, me espanta la idea de tener móvil.

—No es tan malo.

—Estais cegados, no apreciaís lo bueno de la vida.

—¿Tú le ves ahora cosas buenas? ¿El señor negativo?

—Tú me has enseñado cosas buenas—  añadió. —Necesitaba un pequeño empujón y ahora todo es mucho más fácil.

Aquello duró un tiempo breve. El doctor le dijo que debía esperar más. Fue un pequeño bache del que pronto se levantaron. Solo había perdido algunos kilos, Alexander se preocupaba por eso. La terapia le había quitado el apetito, pero ambos estaban poniendo de su parte. —Te queda poco— dijo Alexander sentado en la silla. —Tienes que terminarte el plato.

—Lo sé, pero me sentará mal— murmuró el rubio.

—Eso lo dices porque no tienes ganas. Cuando tengas algunos kilos más te podrán operar.

—Lo sé— aseguró. Supuestamente a finales de año terminarían la terapia y los resultados serían positivos. Suficiente como para hacer vida normal.

Solo tuvo que lanzar tres colecciones para hacerse hueco en la industria de la moda. Tal vez el nombre de su padre le había dado el primer empujón, pero se sintió orgulloso de no ser solo el "hijo de". —Todo un famoso te estás haciendo— dijo Martha.

—Habló la cantante— dijo Francis tirado en la butaca.

—Martha, ¿verdad que volverás a desfilar para mí el año que viene?— Preguntó John y Martha asintió encantada.

—Si Alexander no se pone celoso.

—¿Yo? Que va— dijo el pelirrojo. —Modela lo que quieras. A mí me mira todo el día, todos los días.

—Ah— dijo Martha recordando algo. —Betsy dice que aún no la has llamado para hablar con ella.

—Joder— dijo Alexander.

—¿Qué pasa?— Preguntó John.

—Nuestro último encuentro fue un poco... Peliagudo. Está molesta conmigo— dijo Alexander.

—Debes hablar con ella, es una buena chica— dijo Gabriel.

—Es una víbora— murmuró Francis. —Venenosa, con colmillos que se te clavan.

—Frank, no hables mal de la gente— le regañó Martha. —Creo que aún le gustas.

—Ella me hizo quedar en ridículo delante de toda la universidad. Todo el mundo tiene el vídeo, Martha— dijo Alexander. —Me da igual que el beso fue de broma en una fiesta, he quedado como un payaso.

—No es cierto— dijo John. —La gente no tiene eso presente. Tienes muchos otros atributos.

—Ala, Jack, la boca— regañó Francis.

—¡Venga ya! Sabes que no me refería a eso. Eres un cerdo— aseguró John.

—¿Que otro atributo sino?— Preguntó el de ojos verdes.

—Me refería a la inteligencia, la personalidad... No es mi culpa que no pienses con la cabeza.

—Ya...— dijo Gabriel. —No me sorprende.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora