Primeras palabras

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Ya había pasado una semana y media. La sociabilidad de Alexander le había hecho conseguir dos amigos más en la universidad: Lafayette y Elizabeth. Ellos eran agradables y estudiaban la misma carrera. Eran un fantástico grupo de amigos en el cual Francis estaba incluido.

Jugaban a las cartas en sus horas libres y chismesban sobre muchas cosas. Aunque Lafayette estaba ocupado con su prometida y Elizabeth con su novio. A Alexander se le hubiese hecho extraño si una chica tan guapa no tuviese novio, pero allí estaba, con un chico alto de ojos azules, cabello oscuro, nariz bonita y polaco, y un nombre que Alexander no sabía pronunciar ni escribir.

Hicieron un grupo de WhatsApp en el cual, Alexander no podía entrar si no tenía su teléfono consigo y no sabía cuándo iba a ser eso. Se iba a sentir todo un hombre de época llamando por teléfono fijo.

Francis y Alexander caminaron hacia las casas ya que no estaban muy alejadas. Normalmente Francis tenía chófer, pero a veces prefería andar. —John me dijo que tuvo un accidente.

—Debes haberle dado la lata mucho— supuso Francis. —¿Qué quieres saber?

—¿Qué tipo de accidente?

—Se tiró por una ventana— aseguró el de ojos verdes y Alexander se sorprendió. No imaginaba algo así y cuestionó el por qué. —Alex, por sus movidas y sus cosas. Es John, no te sorprenderá.

—Es un hombre extraño— admitió el pecoso y Francis levantó los hombros.

—Extraño y muy guapo, ¿a qué sí?— Aseguró convencido. —De todos modos, te vas a acostumbrar pronto a sus cosas y te volverá loco— bromeó y no le hizo nada de gracia a Alexander que estuvo pensativo toda la tarde. Aún no había cruzado muchas palabras con él, pero estaba dispuesto a hacerlo.

Paseó con él por los jardines. A John no le molestó, de hecho, le gustaba la compañía, pero quería su calma. Miraba algunas flores y anotaba cosas en su libreta, después se agachaba y trasteaba con ellas. Alexander tardó un rato en descubrir que estaba haciendo. —¿Te gusta la jardinería? Yo una vez intenté hacer un injerto y maté cinco plantas.

John se dió la vuelta viendo a Hamilton como si acabase de admitir un delito y volvió a sus tareas con las flores. —Y también maté un cactus... Pero no es problema y regué demasiado un pino del parque cuando era pequeño. ¿Nunca has matado ninguna planta?

—No— respondió John y cuando terminó con las plantas fue a ver a su caballo. Lo cepillo y le hizo una hermosa trenza en la crin.

—¿Cómo se llama?— Dijo viendo al caballo e intentando acariciarlo.

—Brutus.

—Interesante nombre. Yo nunca he tenido un caballo, es muy alto este, ¿no? Seguro es un caballo de esos caros. No sé mucho de caballos pero parece majo— dijo viendo cómo John le daba terrones de azúcar. —A mí también me gustan los terrones de azúcar en el té, ¿cuántos te echas? Conocí un chico que decía que se ponía siete. Venga, háblame de ti, ¿qué te gusta hacer?

—Montar a caballo— dijo tomando la rienda del caballo para sacarlo un rato a andar. —Dibujar.

—Eso es mazo guay— afirmó Alexander. —Podrías enseñarme algún dibujo.

—No.

—Oh, vale. No te enseñaré mis libros— aseguró Alexander y así pasaron algunas horas hasta el momento de volver a las habitaciones.

Comprobaba la agenda por milésima vez mientras esperaba que Laurens terminase de ducharse. Volvió a revisar los nombres de las personas que no debían hablar con John, por si acaso. Debería ir memorizándolos.

El rubio salió de su baño y vió a Alexander mirando aquel libro. El pelirrojo levantó la mirada y observó a John. —¿Qué han hecho para no poder verte?

—Depende— dijo algo tajante sentándose al lado de Alexander que señalaba nombres.

—Él— dijo poniendo el dedo en un hombre al azar.

—Un ayudante. Hizo mal su trabajo. Mi padre lo despidió— afirmó tranquilo y Alexander sintió un nudo en la garganta. Temía hacer mal su trabajo.

—¿Y este? ¿Quién es?

—Un profesor— confesó John. Al final, Alexander conseguía estirarle de la lengua.

—¿Qué hizo? ¿Te suspendió un examen?— Preguntó con cierta gracia.

—No. Mi padre lo despidió. Se enteró que era gay— aseguró John y Alexander señaló en nombre de Kinloch esperando que le contase algo que ya sabía. —Nada.

—¿Nada? ¿Y por qué está aquí?

—Nada. No sé quién es— negó tomando el libro de Alexander y cerrándolo. —Iré ya a dormir.

—¿Seguro? Lo he conocido en la universidad— afirmó el pelirrojo y notó como la mirada de John caía sobre él. —Es muy agradable.

—Es un vecino. Asuntos de mi padre, ¿sí? Vete.

Tal vez Hamilton no debió haber sacado el tema, pero él era así: curioso por naturaleza. Estaba contento de haber hablado con Laurens. Su silencio siempre era increíble, no hablaba en todo el día, como si le cobrasen cada vez.

Cuando regresó de la universidad al día siguiente, le sorprendió verlo de buena mañana acariciando a su caballo. Parecía feliz y estaba peinándole como de costumbre. Se acercó con cuidado y se escondió en una de las esquinas a ver qué es lo que tanto hablaba con su caballo. —¿Quién es el corcel más hermoso de todo el continente?— Dijo acariciando su peluda mejilla y fue a peinarle el flequillo. —¿Te imaginas que hubiese ido yo a Oxford? ¿O a Harvard? ¿Quién te cuidaría? Seguro que no te hablarían tanto. Debes estar cansado de escucharme, ¿a qué sí?— Dijo dándole un terrón de azúcar. —Mi ayudante tampoco cierra la boca.

Alexander se tensó cuando escuchó su nombre. —Pero al menos me cuenta algo fuera de la monotonía de mi vida— pudo dar un pequeño suspiro de alivio y siguió viéndole. —Debería irme ya o me van a regañar— dijo John a Brutus que le miraba sin entender absolutamente nada.

Alexander entendió que era hora de marcharse de allí y así lo hizo. Me tranquilizó ver que al menos a John le gustaba tenerlo como podcast diario. Después de medio día, John fue a descansar como era costumbre y Alexander se quedó en su habitación perdido en sus pensamientos. De hecho, casi se le pasaba la hora de dejarle a John la ropa.

—¿Y que haces tantas horas aquí en casa?— Preguntó Alexander con curiosidad y John levantó los hombros—¿Qué estudias por las mañanas?

—Música, lenguas, matemáticas y leyes— aseguró pasando un poco de Alexander que estaba feliz de haber conseguido que le hablase cada que preguntaba algo.

—¿Y no quieres ir a la universidad? ¿Por qué tengo yo tu plaza?— Preguntó curioso y John miró al suelo.

—Mi padre no me deja— no explicó nada más, pero si se veía su ilusión por ir allí. Alexander quería llegar al fondo que aquel asunto y lo haría preguntándole a Francis.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora