Viejos amigos

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—Eliza— dijo Alexander tocándole por la espalda en la universidad y ella se dió la vuelta. —¿Podrías darme el número de la chica esta?

—¿Para qué? Sé que aún estás enfadado, no le digas nada a ella— murmuró la de ojos oscuros.

—No es para eso. No me importa. Es algo más urgente. Sólo déjamelo— rogó Alexander. —De verdad, lo siento por haberme molestado, pero entiéndeme. Ahora no tiene nada que ver.

—¿Cómo se te ocurre irte a América sin avisar? Ni siquiera me contestas ningún mensaje, te marchas... Estoy harta de todos los malditos hombres. Me dejáis tirada y os vais a vuestros asuntos sin pensar en nadie.

—Sabes que fui por trabajo— dijo Alexander. —Lo lamento de verdad, no quería hablarte mal. Ya le hablé mal a John y era mejor si cerraba la boca, ¿sí?

—No sé que haces que últimamente todo lo haces mal, Alexander— dijo enfadada. —Me marcho. Tengo clase— dijo tomando su mochila y se fue. No tenía idea sobre cómo conseguir contacto con aquella chica. Pensó en ir por la tarde al teatro y con suerte estaría allí.

Tampoco quería preguntarle a John, sería muy sospechoso. Por aquello mismo, le llevó tres tardes conseguir ver a la chica de cabello rizado. —¡Hola!— Dijo Alexander emocionado por haberla encontrado por fin.

—Oh... Hola— murmuró ella un poco avergonzada. Digamos que no conocía a Alexander por momentos especialmente agradables. —¿Necesitas algo?

—Bueno, sí. Quiero que vayas a ver a John— eso le sorprendió a la joven y bastante. —No le digas nada... ¿Te vendría bien que quedásemos para hablar el sábado? Es un poquito urgente.— Aseguró. —Viene Francis también— dijo para que no fuese tan extraño. Obviamente ella no iba a ser tan idiota de quedar con un desconocido. Aún no le había preguntado a Francis, pero estaba seguro que diría que sí.

Efectivamente ambos dijeron que sí. El sábado por la mañana quedaron en un café para almorzar. Prefirió esa hora porque ya había paseado por el jardín con John y, de hecho, volvía a estar durmiendo. Era se lo poco que hacía por las mañanas. Tal vez debía agendar algunas actividades nuevas para que su día fuese más productivo.

—¿Y eso que quieres que lo veamos ahora?— Preguntó Franics. —La otra vez no te veías muy contento.

—Su padre ha quitado esas normas— afirmó Alexander.

—Qué raro— murmuró Francis.

—Sí... Sobre eso quería hablar con vosotros. No sabes el tiempo que la he estado buscando porque Elizabeth no me daba su número— dijo viendo a Martha. —Ella se pensaba que iba a decirle otra cosa.

—¿Y por qué no me lo has pedido?— Dijo Francis.

—No se me ocurrió— dijo dándose una palma en la frente.

—¿Conoces a Eliza?— Dijo Martha viendo a Alexander.

—Es su novia— contestó Francis.

—Bueno, ahora no estamos muy por la labor— confesó Alexander.

—Lo siento...— dijo Martha. Sin duda esa muchacha no se estaba ganando la amistad de Alexander. Primero John, luego Eliza... ¿A caso el siguiente sería Francis? Aunque, pensándolo bien, era bastante encantadora.

—Da igual, no hemos venido a hablar de eso— dijo el pelirrojo. —Resulta que el padre de John me ha dicho que John está enfermo.

—¿Sí? Qué novedad— dijo Martha. —Creo que todos hemos visto su pierna, eh.

—No, no de eso— dijo Alexander. —Es serio, Martha— murmuró el pelirrojo. —Me ha dicho que tiene un tumor cerebral y que no parece que vaya a recuperarse.

—¿Qué? ¿Desde cuándo?— Dijo Francis muy sorprendido.

—No lo sé, a mí me suena un poco extraño. Ese chico tiene muchas cosas— dijo. —¿No es suficiente con la pierna?— Preguntó el pelirrojo.

—¿Pero se encuentra bien?— Dijo Martha preocupada.

—Como siempre— afirmó Alexander. —Pero os tengo que pedir que no le digáis nada. Su padre quiere que no se entere.

—Será lo mejor— respondió Martha. —Él está muy paranoico con la muerte de su pobre madre.

—¿Conociste a su madre?

—Sí, fue mi profesora de canto— aseguró la joven. —Pobre John, espero que se recupere y que no se de cuenta.

—Yo también— dijo Alexander. —La verdad es que estoy un poco saturado con este tema... Necesito buscar nuevas actividades para John, pero no se me ocurre nada.

—¿Por qué no le buscas un maestro de dibujo?— preguntó Kinloch. —Él se pasa la vida haciendo dibujos.

—También le gusta estar en el jardín— afirmó Alexander, pero eso es algo que hace casi todos los días. Necesito algo distinto que disfrute.

—Tráelo con nosotros de fiesta— dijo Francis. —A él le iba mucho todo eso.

—No creo que sea apropiado. Conociéndonos va a terminar bebiendo y no quiero que le pase nada antes de hora— aseguró Alexander.

—Cómprale algún libro nuevo. Seguro que le gusta— afirmó Martha. —Él es feliz con una enciclopedia con dibujitos.

—¿John? ¿Una enciclopedia? Es el hombre más mujeriego y parrandero que conozco. Imposible— dijo Francis. —John es literalmente el rey de las fiestas.

—Pues no sé a qué John has conocido. Sin duda es muy tranquilo. No le gustan todos esos ruidos— refutó Martha.

Alexander pensaba que John simplemente debía haber cambiado. Ya no era quien Francis conoció. Había crecido y era un hombre algo distinto. —¿Debería presentarle a Gabri?— Preguntó Francis. —Tampoco quiero hacerle sufrir si sigue enamorado de mí, pero siento que Gabriel y él serán muy buenos amigos.

—No lo sé...— murmuró Alexander.

—Visítalo solo— aseguró Martha. —Habla con él, aclara las cosas y si no le gustas puedes  presentarle a Gabriel. Seguro funciona.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora