La verdadera historia I

70 14 57
                                    

—Buenos días, John— dijo Alexander despertándolo de su habitual siesta mañanera. —He pensado en actividades que podríamos hacer por las mañanas para que sean un poco más productivas. Eso o me acompañas a la universidad si te apetece más.

—¿Derecho? ¿No puede ser biología?— Preguntó John y Alexander negó.

—No tengo pinta de biólogo.

—Tampoco de abogado— murmuró el rubio a modo de broma. Le estaba pillando el gusto a picar a Alexander.

—Bueno... Hoy tienes visita— afirmó el pecoso. —Viene a comer, así que habrá que arreglarse.

Buscó un buen atuendo para John: cómodo y elegante a la vez. Estuvo un buen rato entretenido peinándose e incluso ya conversaba de cosas menos importantes con Alexander. Se podía decir que desde que Alexander se portaba diferente eran más amigos. —¿No crees que esta chaqueta sería más bonita si tuviese aquí unos detalles en gris?— Preguntó John y Alexander le dió la razón.

—¿Por qué no diseñas una? Crea una chaqueta perfecta y ya— dijo Alexander. —Quién sabe, tal vez te haces un diseñador famoso.

—Eso me hubiese gustado cuando era pequeño.

—¿Y ahora no?— Preguntó el pelirrojo curioso y John levantó los hombros.

—Mi vida no tiene mucho sentido desde hace algunos años. No tengo ningún objetivo más que pasar los días de la forma más amena posible— murmuró levantándose con un poco de ayuda de Alexander y en nada ya se encontraban bajo esperando a su visita.

—¡Francis!— Dijo viendo al otro hombre que fue rápido a recibirle con un abrazo. —Ten cuidado, que me tiras— murmuró sujetándose del hombre.

—Estoy tan contento. Vamos a pasar un día estupendo. Tienes tantas cosas que contarme.

—Sí, deberíamos ponernos al día.

—Yo diría que has crecido y todo, ¿no?— Bromeó el de ojos verdes.

La verdad es que tuvieron una conversación agradable los tres. Fue divertido, John estaba bastante más hablador que de costumbre. —¿Ya no estás en las carmelitas?

—No— aseguró John. —Ya no.

—No sabes cómo me alegra escuchar eso. Tu padre estaba tan molesto— dijo Francis. —Estabas un poco raro.

—Lo sé— dijo John.

—Por un momento pensé que me abandonarías para ser monje.

—¡Si hombre!— dijo John. —Lo que me faltaba. ¿Y tú? ¿Qué haces ahora?

—Sigo saliendo los jueves de fiesta a los mismos sitios... Eh... Estudio lo suficiente como para contentar a mis padres y poco más— dijo Francis. —Mi vida sigue parecida. Veo que la tuya no. ¿Cuánto hace que no sales de fiesta?

—Años— afirmó John. —Ya me he olvidado hasta de cómo son. Seré como un viejo si vuelvo a ir.

—No conocerás ninguna canción y empezarás a decir: "en mi época bailábamos bla, bla, bla"— se burló Francis. —Alexander debería ponerte al día.

—¿Yo? Mejor no. No soy la mejor influencia en una fiesta— aseguró el pelirrojo.

—Alex bebe más que tú— le dijo Francis al de ojos azules. —Es el borracho del grupo.

—No te pases. Vosotros tampoco sois buena influencia— murmuró el pecoso.

—Ey, ey... La porreta es Eliza— dijo el de ojos verdes. —A contra de lo que parece, yo soy el que menos cosas raras se fuma.

—Ya no lo hago— aseguró John. —Vivo más tranquilo.

—Wow... Sí que te ha limpiado tu padre, eh— dijo Francis. —Debería ser director de alcohólicos anónimos en vez de candidato a presidente... También me ha dicho Martha que se acabó lo mujeriego, ¿no?

—Claro, no salgo de aquí en todo el día— murmuró el rubio y en ese momento Alexander empezó a temer en que tan buena influencia podría ser dejar a Francis y a John juntos.

—Alex, no imaginas lo divertido que eran aquellos tiempos— dijo Kinloch. —Todas nos iban detrás y a veces era muy gracioso.

—Yo ya no estoy para que me vayan detrás— dijo John.

—¿Está mal si te pregunto que pasó?— dijo Francis refiriéndose, evidentemente, a la pierna de John. El más alto suspiró y levantó los hombros.

—Me "caí" por la ventana que había antes en mi habitación— aseguró John.

—¿Cómo?— Preguntó Francis y Alexander analizó la frase: "que había". Más tarde, preguntándole a John, descubrió que tras su accidente cambiaron la mayoría de las ventanas de la casa. Al parecer antes eran una especie de ventana/balcón donde uno podía apoyarse a observar los jardines.

—Pues... Cuando mi padre te echó de casa me enfadé— respondió John. —Discutimos un poco en el salón y él estaba molesto conmigo porque me iba algunos días con las carmelitas al palmar y por no haberle dicho lo tuyo. Me dijo que me estaba alejando mucho de la familia y que no pensaba en ellos. Subí a mi cuarto a por mis cosas y estaba dispuesto a marcharme al Palmar. Mi padre me siguió, se pudo en la puerta me dijo que no me iba a ningún lado.

Toda aquella información era nueva para Alexander. Era importante, estaba descubriendo una parte real de la historia. —Yo le dije que sería capaz de escaparme por la ventana si no me dejaba salir. No pensaba hacerlo, solo lo dije sin pensar... Mi padre se acercó para intentar detenerme y no sé en qué momento me tiré o salté. No pensaba hacerlo, de verdad. Fue un accidente, me caí.

—Oh, Jack— dijo Francis. —Lo siento tanto.

—Mi padre se siente responsable de esto cada día por mí culpa— dijo John. —No quiero que vuelva a decepcionarse de mí.

—Has cambiado por él— afirmó Francis. —También tuvo parte de culpa. Él no debía haberse metido entre nosotros. Sí tenía razón para estar molesto con lo de la comuna religiosa, pero...

—No, tiene razón. Debí haberle contado lo tuyo también. Debí haberle escuchado. Él solo quería ayudarme, no dejaba de meter la pata.

—Todos metemos la pata de vez en cuando— respondió Alexander. —Deberíamos dejar de arrepentirnos por cosas del pasado.

—Yo ahora le hago caso. No quiero volver a equivocarme. Sólo quiere lo mejor para mí— respondió John.

—Eso está bien. Si necesitas algo puedes contar conmigo— dijo Francis. —Yo quería también preguntarte sobre qué pasa con nosotros. Supongo que Alexander tal vez te ha dicho algo.

—Yo, por extraño que suene, he tenido la boca cerrada— afirmó el pelirrojo y John sonrió. Efectivamente aquello era extraño.

—No soy la misma persona que conociste— afirmó John.

—Yo soy el mismo idiota de siempre— aseguró Francis.

—Creo que...— dijo pensando como no dañar los sentimientos del otro —John de ahora necesita encontrar algo diferente que no le recuerde al pasado.

—Sí... Tienes razón— dijo Francis. —Yo también estoy buscando algo diferente.

—Oh, que bueno saberlo— aseguró John algo aliviado.

—Estoy ahora probando algo con un chico. Creo que os llevaríais bien, es muy artístico. Está estudiando arquitectura— afirmó Francis.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora