Se acerca una nueva etapa

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Más o menos la vida de Alexander trascurrió con normalidad un buen tiempo. Solía salir con Elizabeth cada que se frustraba por el comportamiento de John. Además, recaía en él una gran responsabilidad cuando Henry decidió que debía marcharse a Estados Unidos para iniciar una campaña política. —No me apetece, la verdad, tener a un chismoso observándome todo el día— aseguró John viendo a su padre. —¿A caso necesito un niñato niñero?

—Cuida lo que dices, Jack— murmuró Henry. —Si regreso y me entero de que has hecho lo que sea me vas a terminar de desquiciar. Ves a acostarte.

Su padre lo mandó de vuelta a su habitación, donde le esperaba Alexander. No le emocionaba la idea de tener uqe compartir más de su tiempo con él y, no porque le cayese mal, solamente quería disfrutar un poco sin compartir su espacio. —¿No te interesa viajar con tu padre? Suena tan entretenido— Preguntó Alexander emocionado. —Solo imagínalo.

—No me interesa la política— respondió tan tajante como siempre.

—Eres raro. ¿Cómo no te interesa algo que te influye directamente?— Preguntó el pelirrojo y John se sentó en su cama.  —Vale, supongo que no te interesa nada.

—¿Conoces a Elizabeth?

—¿A caso eso sí te interesa?— Cuestionó Hamilton. —Casualmente las mujeres si te interesan, que irónico.

—No lo decía por eso— dijo el rubio. —Te vi ayer regresar en su coche. La última vez que la vi fue el año pasado.

—Ella es una chica muy agradable conmigo— aseguró Alexander. —Creo que estamos empezando algo, así que no te hagas muchas ilusiones.

—No iba a hacer eso— respondió John. —Voy a acostarme ya, buenas noches.

—¿Te has tomado tus pastillas y tus cosas?— Preguntó Alexander y el rubio asintió mirando el atuendo de Alexander.

—¿Vas a salir esta noche?— Cuestionó algo serio.

—Sí, ¿voy guapo?— Bromeó el pelirrojo. —Van a ir todos mis amigos a una fiesta.

—¿Y Francis? ¿Él también?

—Creo que según tu padre no puedo hablarte de él— afirmó el pecoso viendo al mayor.

—Solo respóndeme— dijo viendo al pelirrojo que asintió. —¿Qué hay de él?

—Está feliz estudiando, el otro día le hizo un bollo a su coche, creo que está saliendo con un chico de por aquí y...

—¿Con quién?

—Rayos, John, ¿por qué te interesa tanto? Con Gabriel— Dijo Alexander y John suspiró.

Cuando vio a Francis le habló sobre la curiosidad de John. Nunca lo había escuchado hablar o preguntar algo con ese interés. —Ya te he dicho, está loco por mí.

—Tú provocas esquizofrenia, que no es lo mismo— dijo Elizabeth. —Tal vez deberías haberle dado alguna explicación sobre algo.

—¿Sobre qué?

—Nunca le dijiste que querías cortar con él— dijo Elizabeth.

—Es evidente que han cortado, Eliza— respondió Alexander. —John lo tiene claro. Creo que no necesita que le saque más el tema.

—¿Ahora que su padre se va que hará?— Preguntó Kinlcoh sirviendo algunos chupitos para sus amigos.

—Lo mismo, supongo. Creo que se va a quedar aquí. El otro día conseguí entretenerlo con un documental y fue suficiente. No creo que me traiga muchos problemas— aseguró Alexander. —Solo que desde que no está Brutus me da lástima.

—¿Te da lástima?— Preguntó Elizabeth.

—Un poco. Lo escuché hablar un buen rato con el caballo y en los eventos sociales no es que sea muy hablador— dijo Alexander. —Ahora no habla con nadie.

—Bueno, lo comprobaremos pronto— dijo Elizabeth. —Su padre le ha dicho al mío que planea hacer una fiesta antes de marcharse a América.

—Desde luego supongo que yo no estoy invitado— murmuró Kinloch. —¿Alguien ha visto a Lafayette? Estaba aquí hace un segundo.

Aquel comentario hizo recordar al resto la ausencia del francés y, el resto de la noche fueron tres borrachos buscando a otro borracho que... se había ido a dormir a su casa. Alexander regresó con Kinloch a pie, pues más o menos vivían se puede decir en el mismo vecindario. Acompañaron a Elizabeth a casa y, cuando Alexander llegó dispuesto a descansar juraba que eran pasadas las cuatro de la mañana.

Iba bastante somnoliento, pero no lo suficiente como para darse cuenta de que las luces del pasillo estaban encendidas. —¿Ya has llegado?— Preguntó Henry y Alexander sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La habitación de John tenía la puerta abierta y una mujer salió de ella.  —Deberías descansar. Mañana no hace falta que madrugues. No tendrás que prepararle las cosas a John.

—Oh...— dijo sorprendido. —¿A qué se debe eso?

La mirada de Alexander se dirigió a la mujer que volvía a entrar a la habitación con algunas cosas en las manos. —Está un poco enfermo. Tenía algunos dolores.

—¿Pero está bien? ¿Puedo entrar?

—Mejor mañana, Alexander—  dijo Henry.

Esperó impaciente el resto de la noche. Pensó en asomarse cuando nadie le veía, pero habían algunas enfermeras y una doctora que podrían verle. Después del desayuno vio la oportunidad de hacerle una visita.

Cómo era costumbre a aquellas horas estaba dormido, la única diferencia es que no tenía que prepararle nada de ropa para aquel día. Se quedó un rato viendo por los ventanales de la habitación hasta que una enfermera pidió permiso para entrar. Alexander la vio acercarse a la cama y sin despertarlo le pinchó algún medicamento.

—¿Estás despierto?— Preguntó la mujer viendo al rubio.

—Hm... Sí— contestó abriendo los ojos.

—Sigue descansando. Le diré a tu padre que te has despertado— la enfermera salió de la habitación y Alexander se acercó sigilosamente a John.

—¿Estás bien?— Preguntó el pelirrojo con curiosidad. —¿Qué te pasa?

—Lo de siempre— contestó mirando al techo. —¿Puedes cerrar la ventana?— Preguntó y Alexander lo hizo de inmediato.

—¿Tienes frío?

—Poco— murmuró. —¿Puedes irte? Quiero estar solo. No he dormido en toda la noche.

—Yo tampoco he dormido— afirmó Alexander y justamente por la puerta entró Henry. 

—Buenos días— dijo el hombre. —Qué bueno que tengas compañía. ¿Cómo estás?— Preguntó también acercándose a tomar la mano de John.

—Ahora bien.

—Estás helado, ¿tienes fiebre o algo?— Dijo Henry tocando su frente.

—No, anoche se dejaron la ventana abierta— murmuró John.

—¿Quién fue?— Preguntó el mayor de los hombres de brazos cruzados.

—Alguna, pero no importa— respondió quitándole peso. La verdad es que se sentía culpable de señalar a cualquiera de aquellas chicas con el dedo. Sabe que su padre sería capaz de echarla por un error tan simple.

—Terminaré sabiéndolo, Jack— aseguró y después miró a Alexander. —Necesito hablar contigo fuera.

El pelirrojo sintió su cuerpo temblar por unos instantes y cuando vio a Henry salir lo hizo tras él. Cerró la puerta bien cuando salió y le dirigió unas nuevas órdenes. —Antes de irme necesito que firmes algunas cosas— finalmente después de un trayecto llegaron hasta el despacho. —Un papel para autorizar cambios en los medicamentos cuando yo no esté y uno para dejarte una cuenta con dinero para sus cosas. Tendrás que cuidarlo un poco cuando se encuentre mal, pero no hagas el papel de las enfermeras. Entreténlo y hazle compañía, será suficiente.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora