El jersey verde

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Alexander hizo lo mejor que pudo. No le contó a John lo que últimamente estaba sintiendo, no quería hacerle daño. Iba a verlo como siempre, seguían siendo cercanos a pesar de los sentimientos de Alexander.

—Él está todos los días aquí y me acompaña en silencio— dijo John viendo a Francis. Él también se pasaba por allí de vez en cuando. —Es muy dulce. Me ama— aseguró. —Hace falta mucha fuerza para soportarme así. Yo me hubiese ido. Hiciste bien cuando te fuiste, aunque al principio no lo entendí.

—Tampocó debí haberte dejado tan abruptamente. Nunca hablé contigo de lo que sentía— aseguró John. —Lo siento. Me parece horrible que estés pasando por esto otra vez.

—Sabes que no estoy enfadado contigo.

—Podríamos haber seguido siendo amigos. Como ahora. Cuidarte no es horrible, solo, sin ofender, no creo que nuestra relación lo hubiese soportado.

—Yo también fui horrible contigo— aseguró John. —Me sentía el rey del mundo y que todos hacían lo que yo dijese. La vida me ha dado golpes de realidad cuando lo necesitaba.

—¿Sí? Menos mal que ahora tienes a Alexander y, al menos se sabe lo de tener responsabilidad afectiva— aseguró Francis. —Desde que estoy con Gabriel que soy más cuidadoso. Creo que nosotros dos somos muy irresponsables para estar juntos.

—Oh, sí. Siempre necesitamos alguien que pare nuestras locuras.

—Hacer tonterías a veces era divertido. ¿Recuerdas cuando tú padre se enfadaba?

—La liábamos mucho en las fiestas.

—Demasiado.

Francis hablaba a su lado con emoción y eso contentaba a John. Estuvo gran parte de la tarde mientras que Alexander estaba estudiando en casa. —¿Crees que Alexander y yo estamos distantes?

—¿Qué? ¿Por qué dices eso?— Preguntó Francis sorprendido. —Hace un minuto jurabas que te ama.

—Desde que estoy aquí solo me ha abrazado una vez, ni me besa. Sé que no es el mejor momento, pero yo sigo siendo el mismo, ¿no?

—Por supuesto— dijo el de ojos verdes. —¿Entonces te he abrazado yo más que tú novio? Si quieres le doy un toque de atención.

—No hace falta.

—No le diré que me has dicho algo. Seré discreto— aseguró Francis con una sonrisa. Entonces, John me dió un beso algo avergonzado, no era la mejor decisión que podía tomar. Ya era agua pasada, pero Francis no rechistó. —Estoy para lo que necesites. Mañana Gabriel quiere venir a verte si es posible.

Francis se marchó después de un rato y John estuvo actuando algo extraño. Se sentía culpable por haberle dado aquel beso a Francis, aunque no había sido la gran cosa para ninguno de ambos.

Más tarde, Francis fue a hablar con Alexander. Iba a regañarlo sutilmente por dejar a John algo de lado. Sí, podía regalarle flores, pero hay cosas que no llenaba.

Aparcó el coche y bajo, vio un coche que se marchaba, intentó ver si le sonaba, pero como era de noche no vio muy bien. De todos modos, provó suerte y llamó a la puerta. Le abrieron y le permitieron entrar. Fue en búsqueda de Alexander sin avisar y lo encontró en la habitación de John tumbado en la cama. —Hola...

—¿Frank? ¿Qué haces aquí?

—Querís hablar contigo. Últimamente veo a John un poco bajo de ánimos— dijo sentándose en la silla del escritorio y Alexander asintió.

—Lo está.

—No me ha dicho nada, pero, creo que deberíamos intentar organizar algo especial—dijo. Vale, Francis no tenía unas grandes habilidades comunicativas, pero lo intentaba. Tampoco se le da muy bien ser discreto. —Está algo faltó de cariño, ¿no?

—¿Tú crees?— Dijo Alexander. —Me pidió estar solo.

—Oh... No sé. Creo que debe ir por días. Está tarde estaba contento. Ha comido dos cucharadas de puré— era la primera vez que tragaba algo en cuatro meses.

—Sí, cuando está de buen humor me pide abrazos— dijo.

—Deberías darle alguno más sin que te lo pida. Los está deseando. Ya sabes que no me gusta pedir las cosas.

—Frank, sonará cruel pero ahora mismo no quiero hacerlo. Cuando le abracé fue raro, puedo notar sus huesos. Está débil y...

—Por eso te necesita.

—Creo que he decidido tomar tu ejemplo. Quiero pasar página pero sin irme. Puedo ser aún un amigo.

—¿Qué estás diciendo?

—Sí. Esto es muy duro para mí— afirmó Alexander. —Este mes me he estado viendo con Elizabeth y creo que es una decisión que quiero tomar.

—Sabes que me hará daño.

—No tengo que decirle. No lo sabrá.

—Escucha, creo que estoy viviendo lo mismo dos veces. No va a salir bien, te lo digo por experiencia. Si quieres dejarlo, déjalo, pero no le pongas los cuernos de forma tan cruel.

—No quiero hacerle daño. No se enterará. No si no le dices.

—Mira, no quiero saber nada de esto. Me marcho— aseguró Francis levantándose.

Alexander suspiró. Nadie parecía entenderle. Quería a John, pero no lo suficientemente para estar seguro de querer desperdiciar su vida entera cuidando de él.

A la mañana siguiente fue a verlo. Estaba desayunando un poco con el logopeda. Tuvo que esperar media hora viendo cómo John se ahogaba o tragaba mal para acabar comiendo dos cucharadas pequeñas de yogur en todo ese tiempo. Él estaba contento con su avance. También el fisioterapeuta le hacía hacer unos ejercicios todos los días y tenía un poco de movilidad en su mano, que no fuerza suficiente para tomar los objetos. Ahora pasaba gran parte del día sentado leyendo o pintando con su otra mano. 

Alexander le observaba entretenido. La verdad es que se veía estropeado, pero estaba feliz. Abrió uno de los armarios de la habitación del hospital para dejar su chaqueta y vio un jersey verde que le trajo a John. De inmediato Alexander hizo una pequeña sonrisa y John le miró.—¿Qué pasa?

—He encontrado tu jersey— aseguró dejándoselo sobre la cama. —Quiero volver a usar mi ropa.

—Si sigues mejorando pronto saldrás de aquí.

—Eso me han dicho— aseguró con una sonrisa.

Alexander se acercó y le ayudó a ponerse ese jersey. Era suave y muy bonito. Ahora le venía grande, pero le alegraba el color de la cara. John sonrió el resto de la mañana y después, estuvieron viendo una película.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora