consecuencias

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—Dios mío...— dijo Francis echándose las manos a la cabeza. —¿Qué has hecho que?— Preguntó mirándolo de arriba a bajo.

—Sí... Ya, no estoy muy orgulloso de eso— afirmó el pelirrojo. —Podría haberse ido con otro hombre desconocido y... tal vez hubiese sido peor.

—Dios, no, Alexander. No intentes suavizarlo. Estaba borracho— dijo el más alto de los dos. —¿Tú crees que ese comportamiento es típico de John? Antes tal vez, pero... no sé. Deberías haber sido responsable.

—¿Yo? ¿De que él beba y quiera acostarse conmigo?— Pregunto Alexander. —Yo también bebí.

—Pero él no se acuerda de nada según tú. Estaría más perjudicado.

—No se le notaba. Te lo juro— afirmó el pecoso. —Me confunde este hombre. ¿Y si me está mintiendo? Tal vez si lo recuerda.

—Alexander, la vida no es una conspiración. Ni su padre intenta matarlo ni John te mentiría con algo así— afirmó el de ojos verdes. —John no es de esos. Puede ser lo ligón y mujeriego que quieras pero tiene límites. Tal vez has gustado con sus sentimientos, si no él no se hubiese empeñado tanto contigo. Eso o iba muy borracho.

—Nunca he jugado con sus sentimientos. Mi trabajo es tratarle bien y ser su amigo. Nada más— afirmó Alexander. —Sé que tal vez debí parar lo que pasó pero... No lo hice. ¿Qué hago ahora?

—No sé... Es que estoy un poco preocupado por él.

—Como todos, Francis— dijo Alexander.

—¿Entonces te ha gustado? ¿A pesar de que él esté así?

—¿Así como?— Preguntó el pelirrojo un poco confuso y Francis suspiró.

—Cerca de morirse, ebrio, cojo...

—¿A caso no deberíamos quererlo a pesar de eso?

—Yo... Si te soy sincero, cuando me enteré de su accidente decidí que ya no quería estar con él. Ya lo di todo por perdido.

—¿Por qué? Los amigos deben estar en los momentos duros— contestó el pecoso. —Más aún los novios.

—Porque sabía que iba a tener problemas de autoestima y ya nada sería igual. Siempre le ha importado tanto su físico, era tan atlético que... No quise sufrir eso con él.

—No veo que tenga la autoestima muy destrozada. No entiendo el porqué. Sigue haciendo su vida con normalidad dentro de lo que cabe.

Aunque Francis si se veía un poco molesto por aquello, John no lo hacía en lo absoluto. Continuaba su vida con normalidad mientras Alexander se martillaba la cabeza con sus sentimientos. Estaba admitiendo que John era alguien importante para él. Lo único que no le tentó aquella noche es saber que no estaba en sus mejores condiciones mentales, pero si no hubiese sido así Alexander no se hubiese limitado tanto. Aunque no quisiera admitirlo le había gustado, tal vez por despecho y por sentirse vacío al haber perdido a Elizabeth.

Lo veía dormido, con la cabeza apoyada en su regazo mientras veían una película. No le había estado haciendo mucho caso a la película, había estado pensando. Le gustaba cumplir los deseos de John. A veces eran tan sencillos como salir a pasear.

También estaba arrepentido de haberle dicho aquella noche que es un arrogante y egoísta. Tal vez fueron las primeras impresiones que tuvo, pero en el fondo no lo era.

—¿Sabes montar?— Preguntó John acercándose a los caballos junto con Alexander. Nunca había cabalgado y le sorprendía la facilidad con la que John lo hacía.

—No. Ni siquiera entiendo como puedes montar y no puedes andar.

—Solo soy torpe— aseguró John con una pequeña sonrisa dándole una rienda a Alexander. —Sube. Vamos a pasear. Eduardo es un chico bueno— dijo viendo al caballo. —No es lo mismo que Brutus, pero también le quiero. Verás que no te tira. Yo me quedo a Triana. Es un poco salvaje.

—Mientras no te caigas...— murmuró Alexander.

Siendo sinceros, los primeros quince minutos de paseo fueron muy difíciles para Alexander. Aunque le cogió el gusto pronto hasta que empezó a dolerle el trasero más que en toda su vida. Acabaron agotados tras el paseo, o mejor dicho, las carreras de caballos que se pegaba John. Porque el pobre Alexander tenía que ir persiguiéndolo con su gran experiencia en equitación de media hora.

—¿Podremos salir el martes de nuevo a montar?— Preguntó el rubio acomodándose en la cama tras su baño, la cena y todo lo que debía hacer antes de acostarse.

—Sí. Saldremos a montar si quieres.

—Hoy estoy especialmente cansado— murmuró cerrando los ojos.

—Sí, has estado cabalgando como si fueses piloto de Fórmula uno. Mejor duerme— respondió Alexander.

—¿Qué es la fórmula uno?

—Mañana te enseñaré. Buenas noches— se despidió de Alexander y todo siguió surgiendo con naturalidad, se fue a dormir, y de nuevo regresaba la rutina. Ya se había despertado de nuevo y fue a despertar a John. —Buenos días— dijo acercándose al armario a tomar la ropa del día mientras John se levantaba.

Sin embargo, se percató que no se había despertado aún y ya había seleccionado la ropa del día. —John— dijo acercándose a tocarlo. Su respiración era profunda y estaba algo frío. Lo despertó con cuidado y lo intentó ayudar a incorporarse. No se levantó de la cama en todo el día, tampoco desayunó. Decía tener dolor de cabeza.

Alexander se preocupó tanto que no fue a la universidad. Se quedó con él para tratar de darle algo de comida. Solo estaba siendo un mal día. —Me duele la pierna— murmuró el rubio y Alexander decidió que ya era hora de que viniese un médico.

Después del médico tuvieron la visita de Francis. Supuso que algo no iría bien en cuanto Alexander no fue a la universidad.

Entre los dos animaron un poco a John. Según el doctor, solo estaba un poco resfriado. Pronto  se le iba a pasar. Además, pasó una tarde agradable rodeado de los dos chicos y por desgracia, el martes no se sentía lo suficiente bien como para ir a montar.

También llamaron al fisioterapeuta a ver si podía calmar un poco los dolores de su pierna. Hacía tiempo que no pasaba aquello. Alexander tuvo que estar pendiente de él toda la noche, se le juntó su "resfriado" con algunos tirones musculares nocturnos.

A veces se quejaba del dolor, aunque estaba medicado como para haber caído dormido de inmediato.  Le colocaron algunos sueros y tuvo que permanecer casi una semana en cama hasta poder volver a andar agarrado de Alexander. —Quiero operarme ya, para que no duela...— murmuró John y Alexander asintió. Aquello iba a ser difícil, nadie quería anestesiarlo a causa del tumor. Dijeron que era de considerables dimensiones, que podría coagular la sangre y ningún doctor quería acabar con la vida del hijo del posible presidente de Estados Unidos.

El Ayudante De Cámara PERFECTO | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora