• 38: mejor.

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Despertó despacio, y la tarea de abrir sus ojos fue demasiado difícil.

Había llorado toda la noche, y estaba segura de que tantas lágrimas eran por culpa de sus hormonas.
Probablemente, si no estuviera embarazada, se levantaría e iría a buscar a ese Teniente para poder golpearlo por ser un maldito idiota.

Sintió un peso junto a ella y supo que Emily había cumplido la promesa que le había hecho la noche anterior y no la había dejado sola.
La miró por unos segundos y se levantó para poder ir al baño.

Se miró en el espejo y suspiró. Sus ojos hinchados demostraban el caos que era en ese momento.

No podía creer nada de lo que estaba pasando.
Se sentía como si no conociera al hombre del que estaba enamorada, el hombre que había sido su novio por dos años.
Simon no era así.

No sabía si sentir un poco de paz, porque muy en su interior guardaba esperanza de que volviese, o si enloquecer por su ausencia.
De lo que si estaba segura era el hecho de que debía ser difícil para él, pero no podía comprenderlo cuando no hablaba con ella.

Se lavó la cara con agua helada hasta que sintió que era suficiente, y entonces salió del baño momentáneamente.

— Emm. — la llamó, viendo cómo la delgada chica se removía en su cama. — Es hora de que te levantes.

Emily abrió los ojos y miró con cansancio a la mujer lavándose los dientes en el baño.
Se levantó despacio y caminó al baño, deteniéndose junto a la puerta.
Se apoyó en el marco y la miró con pena.

— ¿Cómo estás? — preguntó bajito, demasiado preocupada por ella.

— Bien, Emm. Tengo tanta hambre que me comería una res completa. — murmuró y la otra rió un poquito.

— Es normal, solo intenta no comer mucho o tendrás más náuseas. ¿No has sufrido vómitos?

La mujer negó. — Hasta ahora no me ha dado más que algunas náuseas y mareos, por eso no lo noté. Pensé que era por la rapidez de la misión.

— Entonces te aseguro que tus síntomas no serán muy fuertes.

La Sargento asintió.

— Eso espero... Iré a la cocina, te espero allí. — murmuró y la pelinegra asintió.

No tardó mucho en llegar y fue directo a la mesa en la que todos se sentaban, acercándose en especial a la bandeja de pan que estaba en el centro.
Price la miró divertido desde su silla, siendo el único en su mesa. En realidad, siempre desayunaba solo porque se despertaba muy temprano.

— Buen día, veo que te despertaste con hambre.

La mujer asintió, sin decir más palabras mientras comía aquel bollo de pan.

— ¿Sabes dónde está Simon? — preguntó el hombre distraido y ella tragó duro. — Necesito que me de las llaves del depósito.

— No está. Se fue. — murmuró y él la miró.

— ¿Sabes cuándo volverá? — preguntó y ella rió sarcásticamente.

— En nueve meses tal vez. — bromeó con sus mejillas abultadas.

Price frunció sus cejas sin entender, hasta que las piezas se conectaron en su cabeza lentamente.

— Oh... ¿Estás...? — preguntó bajito y ella asintió. — Ven aquí, cariño... — murmuró abriendo sus brazos para ella, y por supuesto que ella no se negó, no cuando necesitaba tanto cariño.

La colonia fuerte de Price se coló por sus fosas nasales y supo que quería ser abrazada por él un poco más seguido, solo por el hecho de que sus brazos eran increíblemente cálidos.

Please | GhostDonde viven las historias. Descúbrelo ahora