• 34: cita.

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Regresar a la base había sido bueno.
Había extrañado entrenar y también había extrañado el molestar a los cadetes en sus entrenamientos.

Lo que no extrañaba era la falta de tiempo y el poder ver poco a Simon.
Ambos se encontraban por la noche en la habitación de alguno y dormían toda la noche como un par de osos.

Tanto Simon como ella habían descubierto que las pesadillas y el insomnio desaparecían cuando estaban juntos.
Cualquier preocupación enorme se volvía diminuta cuando conectaban con la mirada del otro.

Por eso abrió la puerta del campo de tiro y lo vio allí, cruzado de brazos mientras supervisaba un grupo de soldados.

Se acercó y se detuvo junto a él, mirando el trabajo de los soldados.

— Buenos días, Teniente.

— Buenos días, Sargento. — murmuró él, fin dejar de mirar al frente.

Ella guardó silencio, permaneciendo junto a él.

Ambos habían tomado la desición de ser discretos con aquello que tenían en la base, siendo una excepción su grupo de trabajo.
Price, Garrick, Soap y Laswell lo sabían, sumándose también Emily e Ivonne.

El teniente enmascarado se removió un poco antes de hablar.

— ¿Está usted lista para nuestra cita? — murmuró por lo bajo y la mujer sonrió.
Era adorable.

— Afirmativo, teniente.

— Pasaré a las dos mil cien horas.

La mujer quiso reír un poco pero se contuvo.

— Deja de hablar así... ¿Sabes que nadie nos escucha, verd-?

Ambos se tensaron cuando escucharon unos pasos a sus espaldas y la Sargento giró rápidamente, sonriendo al ver de quién se trataba.

— Hola, Emm. — saludó, estirando su mano para despeinar los cabellos oscuros de la muchacha.

— Hola, Sargento. — murmuró sonriente, subiendo la mirada para ver al hombre. — Buen día, Teniente. Le traigo sus estudios de sangre.

Simon tomó lo que la muchacha le extendía, abriendo la carpeta para ojearla.

Era obligación para todos en aquella base realizarse exámenes de sangre para saber que no había enfermedad de ningún tipo y no utilizaban ninguna sustancia ilícita.

— Está todo correcto. — murmuró la muchacha. — En los suyos también, Sargento. Tal vez le falta comer un poco de carne.

La mujer asintió tomó la carpeta pero no la abrió, volviendo su mirada hacia los soldados, notando entonces la mirada de una muchacha sobre ellas.

— ¿Emily?

— ¿Si? — preguntó curiosa.

— ¿Por qué Ivonne nos mira tanto?

Los ojos de la pelinegra se abrieron en grande y abrió la boca para hablar, pero la cerró con rapidez.

— N-No... No lo sé... — susurró con sus mejillas rosadas, apretando las carpetas entre sus brazos. — Tengo que seguir repartiendo esto.

La Sargento rió cuando la médica salió disparada de aquel gran galpón y se giró al teniente.

— Ya me voy, tengo que ir a la ciudad. — le avisó, y luego de controlar que nadie los estaba viendo se acercó a él y susurró cerca de su oído. — Te amo.

— También te amo... — susurró embobado él, girando su cabeza para mirar a la mujer marcharse.

Estaba nervioso como la mierda.

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