• 35: ¿Hijos?

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Dos años de relación era mucho.
En especial cuando era una relación que había aparecido de imprevisto, totalmente inesperada para ambos.

En la base seguía siendo secreto que eran novios, incluso luego de esos largos años.
O eso era lo que ellos creían.

Nadie lo afirmaba, pero entre todos estaba aquel rumor de que entre la Sargento y el Teniente había algo.
Miradas discretas de vez en cuando, sonrisas por parte de la mujer, mejillas abultadas debajo del pasamontañas del Teniente, e incluso encuentros en la cocina.

Justo como en ese momento.

— Mhm... Simon... — suspiró la muchacha cuando sintió unos fuertes brazos envolverse al rededor de su cintura.
Se giró con suavidad y retrocedió suaves pasos hasta que chocó con la mesada de la cocina.
Su taza de té se tambaleó de un lado a otro cuando él la subió sobre la superficie. — Amor...

— Te extrañé... ¿Por qué no me dijiste que llegaste? — murmuró un poco enojado en el cuello de la mujer, que rió encantada antes de acariciar la nuca del teniente.

— Tal vez porque acabo de llegar, precioso... — susurró y escuchó un suave quejido salir de los labios del hombre de Treinta y ocho años. Seguía siendo como un cachorro.

— ¿Y como te fué? — susurró, separandose para inspeccionar a la mujer.

— Todo salió bien, por eso llegamos una semana antes. ¿Me extrañaste?

— Sí... — murmuró, pegándose a ella. — Como no tienes idea... Siempre que no estás mí corazón quiere ir contigo, mí cuerpo te desea... Eres como una droga para mí, y cuando no te tengo siento que algo me falta...

La mujer sonrió, tomando las mejillas del hombre hasta poder levantar ligeramente su pasamontañas. Liberó sus labios y los tomó con hambre, besándolo con todas las ganas que había guardado en ese tiempo en el que no se habían visto.
Sus lenguas chocaron y el calor de sus bocas los envolvió.

La temperatura en la cocina pronto subió, y las manos del teniente intentaron colarse debajo de la camiseta de la mujer.
Pero entonces la puerta se abrió.

— Oh... — murmuró Emily, girando mientras ambos se acomodaban sus ropas. — Lo siento.

— ¿Que quieres? — murmuró enojado Simon y Emily se mordió el labio.

— Price me pidió cómo favor que los buscara. Dijo que esta noche hay reunión en el bar de siempre. Él invita. — dijo nerviosa, conectando su mirada con la Sargento que le sonrió.

— Bien, gracias, Emm. Dile que iremos. — avisó y la pelinegra asintió antes de salir.

Simon se cruzó de brazos. — ¿"Iremos"?

— Sí. — murmuró, tomando su taza.

— Yo no quiero ir. Quiero que nos quedemos en mí casa está noche.

— Tenemos que ir, amor. Luego vamos a tu casa.

Simon suspiró, abrazandola por la espalda.

— Bien... — suspiró, pegándose disimuladamente a su novia.
Ella rodó los ojos con una enorme sonrisa en sus labios cuando sintió la entrepierna de su novio pegarse a la curva de su trasero.

— Estamos en la cocina, Simon. Además acabo de llegar de una misión de dos semanas. Mínimo deja darme una ducha.

Simon soltó una risa antes de soltarla.

— Mugrosa. — se burló, mirando su reloj. Estiró su mano y le dió una suave nalgada. — Tengo que irme, preciosa. ¿Nos vamos en la noche?

— Claro.

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