01; reencuentro (in)esperado.

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Mateo.

—No lo puedo creer, gato. Te extrañamos por acá, hijo de puta. —se alegró mi amigo, abrazándome por milésima vez en el día. Yo solté una carcajada, y le di una calada al porro que llevaba en la mano.

—Yo también, amigo. Ya me estaba olvidando de algunas caripelas. —suspiré, elevando mis pies en las alturas del puente.

—Menos de una, ¿no? —rió burlón, arrebatándome el porro para consumirlo él.

Yo suspiré, triste, y bufé.

—¿Sabés algo de ella? —me animé a preguntar, girando mi cabeza para mirarlo. Él asintió con su cabeza, y soltó el humo del porro en dirección al cielo.

—Se mudó a capital. Viene seguido para el barrio pero igual hace bocha no nos juntamos, está muy en la suya. —contó Taiel y yo suspiré, extrañándola mucho más que antes.

Por alguna razón me dio una pequeña puntada en el pecho en cuanto volví a saber algo de ella, y las ganas de correr a su puerta para comentarle que había vuelto eran más fuertes que yo.

—¿Por qué no vas, bobo? Yo sé donde es, te acom...

—No me debe querer ni ver, amigo. Ni a palo. —negué, recibiendo de nuevo el porro para darle la última pitada. Luego, frustrado, lo tiré y refregué mi rostro con ambas manos.—Me bloqueó de todos lados, imaginate.

Taiel abrió sus ojos sorprendido, y con una mueca me dio a entender que estaba hasta las pelotas. Definitivamente.

Y...bueno, algo podía entenderla. Me fui del barrio cuando empecé a pegarme un poco y no la dudé 2 veces en cuanto se me presentó esa oportunidad; mi viejo me puso los pies sobre la tierra y me hizo tomarme las cosas más en serio, entonces me propuso irme a vivir con él para trabajar los dos a la par con tal de que maneje él gran parte de mi carrera.

El miedo que me daba la reacción de Olivia me llevó a irme sin despedirla, sin avisarle sobre mi mudanza, sin dejarle ni siquiera un mensaje. Se enteró cuando vino a buscarme a casa y mamá le contó que ya no vivía más con ella. No podía soportar una mala reacción de su parte; ni de enojo, ni de tristeza. Me estaba separando de la persona que me crié desde pendejo, de un día para el otro, y sabía que podía ser la despedida más dolorosa de todas.

Cuatro años después decidí volver; con mi viejo aún a la par pero dando ese paso de mudarme por primera vez solo. Ya sabiendo la movida de mi carrera y sin necesidad de que papá me esté encima todo el tiempo.

—Vos también sos un boludo, ¿Qué mierda se te pasó por la cabeza cuando ni siquiera se te dio por avisarle que te ibas? —recordó, y yo lo fulminé con la mirada. No era momento de bardearme por eso; bastante tenía con todo lo que me castigué yo por haber dejado a mi hermana de toda la vida.

Una llamada entrante lo salvó a Taiel de que no lo cague a trompadas, y enseguida me alejé al leer el contacto de mamá en la pantalla.

Hola, mami.

Hijo, hola. ¿Ya te instalaste?¿Cómo va todo? —interrogó, yo sonreí.

Sí, los pibes acá me estuvieron ayudando con eso. Ahora me vine a los puentes a boludear con Taiel un rato. —conté, y luego de preocuparse por si comí bien, finalmente intercambiamos las últimas palabras hasta cortar la llamada. Solo llamaba por pura preocupación.

—Escuchame, me hablaron los pibes; están en la vereda del Lauta. Te andan extrañando. —informó mi amigo, dándome a entender a donde quería llegar.

Yo suspiré, nostálgico, y reprimí una sonrisa de niño.

Se nos hacía costumbre de pendejos caerle en manada a Lautaro en la casa y quedarnos en la vereda ranchando con la compañía de un vino y muchísimo porro como para levantar la juntada.

serendipia; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora