29; entre caos y desastre.

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Olivia.

La habitación de mamá estaba teniendo un nivel de desorden caótico desde que me puse las pilas por descifrar lo que trataba de decirme aquella mujer. Aún quedaban algunas boludeces de ella entre algunos cajones, entonces no desaproveché la oportunidad y me puse a buscar en cada uno de ellos la respuesta a mis dudas.

Ya llevaba la cuenta perdida de cuántas horas estuve allí entre todo ese desorden, y lo único que encontraba eran papeleríos que nada tenían que ver conmigo y alguna que otra foto que, obviamente, me guardé en el bolsillo.

El dolor de cabeza se me hacía más insoportable mientras más intentaba descubrir lo que estaba sucediendo, y no tener un solo indicio me frustraba peor.

Exhausta me senté en el medio del piso y con bronca dejé que salgan algunas lágrimas que tanta frustración me traían. Me sentía una inútil tratando de unir piezas que ni siquiera encontraba, y más tratando de resolver algo que ni si quiera sabía que era. Quizá la presencia de aquella mujer me estaba enloqueciendo.

—Oli, ¿Puedo pasar? —oí la voz de mi mejor amigo, golpeando reiteradas veces la puerta.

—Pasá.

Con cuidado de no pisar nada de todo lo que había desparramado por el piso, Lautaro fue acercándose hacia mí con el ceño fruncido, mientras miraba todo el desorden con detenimiento. No exagero si digo que la imagen que se veía desde afuera, era como si hubiesen tirado una bomba.

—¿Qué pasó acá?¿Hubo un terremoto? —bromeó, entre algunas risas. Estas las frenó cuando no mostré ningún gesto de diversión, y notó que las cosas no estaban del todo bien.

Suspiré, y me saqué los lagrimales.

—Estoy...con un tema ¿Qué precisabas? —pregunté, rascando mi ceño con poco humor.

Lautaro me miró con un poco de pena, y mi ceño se frunció. Como supuso que tanto en el orden como en lo emocional, iba a necesitar de su ayuda, se sentó a mi lado como indio y respondió a mi pregunta.

—Volvió Mateo, estaba medio raro. Lo único que hizo fue saludar y encerrarse en la pieza, supongo que algo pasó entre ustedes y te venía a preguntar que onda. —indagó, chusma, y automáticamente tapé mi rostro con ambas manos al recordarlo.

La merienda.

Entre puteadas inentendibles para los oídos de mi mejor amigo, y muchísima culpa, él se quedó perplejo en el lugar sin saber demasiado que estaba sucediendo.

—Me invitó a merendar. Me pidió que no me olvide. —suspiré, sintiendo mis ojos cristalinos de vuelta. Creo que toda la situación me estaba superando.

—Estas muy enquilombada, Oli, ¿Qué onda? —preguntó, marcando el ceño—Hace como 3 horas volvimos nosotros y vos seguís encerrada acá.

Yo solté todo el aire contenido en mis pulmones, y apoyando mi espalda sobre el borde de la cama, dejé que descanse mi cabeza.

Desde el rabillo de mi ojo busqué a Lautaro, y él me miraba expectante a recibir una respuesta. Estaba preocupado en serio.

—¿Viste la señora que vino hoy? —recordé, él asintió—Me conocía. No vino a comprar la casa, sino a...ayudarme a abrir los ojos, no sé, te juro que me estoy quemando la cabeza. —bufé, cansada física y mentalmente. Esta última más fuerte que nunca.

Lautaro permanecía con su ceño fruncido como si cada vez entendiera menos la situación, y no lo juzgo; sinceramente ni yo sabia que mierda estaba pasando, no podía pretender que el sí lo haga.

serendipia; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora