02; heridas abiertas.

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Olivia.

Unté la manteca en las tostadas para acomodarlas en el plato y volqué el agua caliente de la pava en una taza para preparar un mate cocido.

Preparé mi desayuno; una taza de avena con banana, y un jugo de naranja para fingir comenzar una mañana fitness. Ya el cuerpo me lo pide antes de que llegue el verano.

—Buen día, hija. —saludó papá y yo sonreí débil, esperándolo en la mesa. Él se sentó en su lugar, y sonrió al ver su desayuno listo.—Gracias, mi amor.

—¿Hoy salís tarde, no? —pregunté y suspiré un poco apenada al recibir su respuesta; asintió con su cabeza.

—¿Vas a estar bien vos? —indagó, dejando una caricia en mi mejilla. Yo asentí con mi cabeza, un poco mentirosa.

Estaba segura que mis ojos ya se habían cristalizado.

—Sé que día es hoy, no me olvidé. —recordó, dándole un sorbo a su mate cocido. Tragué en seco.—Y no sabes cuanto me duele no poder estar hoy con vos, pero sabes que....

—¿A vos no te afecta? —me animé a preguntar, y él frenó su oración para mirarme sin ninguna expresión en el rostro.

—Más de lo que te imaginas, hija. —confesó, y su voz se quebró un poquito. Entonces ahí noté cuanto venía fingiendo su buen ánimo.—Pero no me queda otra que seguir; necesito laburar para que ni a vos ni a tu hermana les falte nada, por mucho duelo que me encantaría hacer. —murmuró, ya sin muchos ánimos. Posé mi mano sobre la suya, y dejé un beso en su sien que lo hizo sonreír débil.

—No te preocupes por mí, voy a estar bien acá. —sonreí débil, tratando de transmitirle la mayor tranquilidad.

Pero fingir que nada sucedía y que todo está bien mientras se me desgarra el corazón por la muerte de mamá, era mucho más doloroso de lo que imaginaba.

Papá se despidió con un beso en mi frente en cuanto le llegó la hora de salir, y por fin me saqué la absurda careta del rostro para darme el espacio que necesitaba de llorar ese vacío que tanto me estaba doliendo.

Dicen que el tiempo lo cura todo, pero desde hace 14 meses que no hay un puto día que la imágen de mamá no vuelva para hundirme en un pozo del cual se me está haciendo imposible salir.

La veo cuando me siento a desayunar, como si ella estuviese preparándome esa chocolatada riquísima y ese budín de chocolate que solo ella podía hacer con tanto sabor. La veo cuando me acuesto, como si aún me siguiera acompañando para dormir sabiendo el terror que me da desde chiquita la oscuridad. La veo cuando escribo, cuando plasmo todo lo que siento en un papel, porque no hay una sola letra que no sea dedicada a ella.

La veo conmigo todo el tiempo, hasta que caigo a realidad y recuerdo que ese pasado jamás va a volver. Hasta que caigo que mamá jamás va a volver.

Dejé las tazas sobre la mesa y aunque odio dejarle mugre a María–mucama del hogar y parte de la familia–no tenía los ánimos suficientes para hacer otra cosa que no sea tirarme en mi cama y dormir hasta que el día se termine.

Sequé mis lagrimales para darle un descanso a mi llanto, y antes de ir a mi habitación pasé por la de mi hermana; suspiré algo aliviada al verla dormir tranquila en su cama, entonces sin preocupación me dirigí a la mía que se encontraba al lado.

serendipia; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora