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Olivia.

—Gordo, no te duermas. —pedí, en un murmuro, dejando una caricia cautelosa en su rostro. Apenas le dio el último bocado a su plato, le agarraron ganas de su siesta y ya lo tenía como un nene acostado sobre mi hombro. Aposté en mis adentros que no aguantaba más de 3 minutos en esa posición sin quedar rendido del sueño.

—'Toy re cansado. —bufó, recomponiéndose en el lugar, mientras refregaba su rostro con ambas manos.

—Hay un monton de gente en la puerta, yo sabía que era malísima idea acompañarte. —me quejé, más preocupada que molesta. Con solo oír los gritos agudos y las voces de las personas que se encontraban en la puerta del restaurante, se me aceleraba el pecho.

Como excelentísima estrategia, lo que hicimos para la entrada, fue que yo entre primero y a los larguísimos minutos entre él con su seguridad. Como era de esperarse, la gente se volvió loca cuando lo vio y ya vinieron a la puerta para verlo, lo cual hizo que enseguida el restaurante tenga que cerrar sus persianas para que no pueda ingresar nadie. Ahora, sabiendo que solo quedábamos nosotros, no sé cómo carajos iba a salir yo sin que me vean con él.

—Te pones capucha y salís, amor, no pasa nada. —negó, bastante tranquilo, mientras le mostraba su pulgar al mozo para que le traiga la cuenta.

A los segundos ya estaba sacando algunos billetes de 1.000 de la billetera, y no voy a negar que me sorprendió bastante la cantidad de propina que estaba dejando debajo del plato.

—Invita la casa, andá tranquilo. —comentó el dueño del lugar, apareciendo en nuestra mesa con una sonrisa.

—Gracias, pa. Riquísimo todo. —halagó un Mateo tan sonriente que los ojos se le achinaban, y con las trencitas que le estuve haciendo desde tempranito parecía un nene chiquito. Mi amor.

—¿Te puedo molestar con un videito para mis hijas? Te aman, se saben todas tus canciones. —pidió el mayor, que no pisaba más de 50 años. Él sin mucho problema enseguida se levantó de la silla para aceptar gustoso el pedido, e intercambió algunas palabras más mientras yo planeaba cómo carajos iba a salir.

—Oli, ¿Me grabas? —pidió, sacándome de mi ensoñación, ya que el hombre mucho no entendía sobre tecnología. Aceptando su pedido, tomé el celular con permiso del dueño, y me puse a grabarlo de la cintura para arriba en ángulo vertical.

Si no confieso que me quedé idiotizada mirándolo desde la pantalla del celular estaría mintiendo. Tiene ese algo que te lleva a colgarte durante horas mientras lo escuchas hablar. Al fin comprendí por qué se altera tanto su gente cuando lo ven en persona.

—Muchas gracias, pueden volver cuando gusten. —sonrió el adulto apenas le devolvimos el celular, y me alteré al sentir que ya estaba subiendo las persianas para que podamos retirarnos. El restaurante no estaba colaborando mucho con mi ansiedad.

—Mateo, ¿Qué hago? —me alteré apenas escuché los gritos, causándole una leve carcajada.

Él a velocidad de la luz me puso la capucha de la campera como para que no se me vea demasiado la cara, y me tomó de la cintura con una de sus manos para que no me aleje demasiado de su camino. Bufé.

—No son boludos, se me ve la cara igual y...

—Basta, gorda, no pasa nada. —interrumpió, calmándome con una caricia en mi cuello. Yo suspiré en cuanto la persiana por fin terminó de alzarse, y enseguida bajé la cabeza para tratar de que no se me vea un solo pelo.

Me alteraba el triple que él se vea tan despreocupado con el tema como si hace tan solo días no hubiese llorado por el lío que nos generó el hecho de mostrarnos en público. Aún así, dejé de prestarle todo tipo de atención en cuanto se abrió la puerta del restaurante y caminé a velocidad de la luz con la cabeza a gacha con tal de que nadie me reconozca.

serendipia; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora