30; una propuesta fallida.

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Maratón 1/3

Olivia.

Me recogí el pelo con una improvisada colita alta, y me mojé un poco la cara con agua bien fría para bajar la hinchazón. Odio despertarme con la cara hinchada como sapo todas las putas mañanas.

Me sirvieron bastante esas 15 horitas de sueño y aunque me fui bastante al choto, no voy a negar que fue hermoso haberme despertado sin ni siquiera saber en donde mierda me encontraba ubicada.

Aún no había salido del baño desde que me levanté, pero ya me había organizado bastante el día y no tenía otro plan que no sea pasármela en la playa tomando sol, como para no volver a encerrarme todo el día tratando de descifrar ese puto misterio que tanto me estaba quemando la cabeza. Quizá le estaba dando más atención de la que debería.

Con el toallón colgado sobre el hombro y las ojotas que, por accidente, le robé a Mateo de su habitación, me dirigí al living con el resto a prepararme una botella de agua bien fresca para llevarme antes de que me dé un golpe de calor.

—¡Reapareció la bella durmiente! —exclamó Taiel. Tanto él, como Ignacio y Lautaro, estaban acomodados en el sillón mirando una película que no supe reconocer.

El humo del porro ya estaba inundando mis fosas nasales desde tempranito, y esto me hizo desaparecer a la cocina enseguida.

—Frenen con el porro o van a terminar secos, hijos de puta. —acoté desde la cocina, ya que no había mucha distancia entre una sala y la otra. Escuché sus risas al instante.

Isaías, para sorpresa de todos, se encontraba haciendo unas milanesas fritas mientras peleaba solo con el aceite hirviendo. Estaba tan concentrado en que no le salpique la ropa, que ni siquiera notó mi presencia.

—Mi estómago está muy preocupado en este momento. —comenté, observando la escena, mientras pasaba el agua de la botella de 2 litros que había en la heladera, a mi botellita de 500.

—Conchuda, yo soy alto cocinero. —se indignó, haciéndome reír.—¿Te vas a la playa? —preguntó, elevando sus cejas con la vista en mi toallón. Asentí con mi cabeza, y volví a guardar la botella en la heladera.—¿No querés comer algo antes? No ingerís alimento desde ayer al mediodía, vas a desaparecer.

Bueno, quizás no solo se me había pasado lo de la merienda, sino también de comer. Realmente, estaba a full mi cabeza y mucho no colaboraba que mi estómago salga afectado y se acostumbre a estos saltos repentinos de comida. Por suerte me levanté mucho más calmada; el sahumerio hizo lo suyo.

—¿Le falta mucho a eso? —indagué, aunque era demasiado aceite para mi gusto. Ya tenía que retomar de vuelta mi dieta.

—No, Oli. Aparte son sanguches de milanesa, no esperes más de mí. —respondió antes de apagar la hornalla, y se me escapó una risa.

—Alto cocinero...—comenté por lo bajo, mientras me sentaba en la isla de la cocina, recordando sus palabras anteriores.

Él me dedico un hermosísimo fuck you con su dedo, y se encargó de ponerse a cortar los tomates y la lechuga en una tablita para hacerla completa.

—¿Mateo dónde anda?¿Tenés idea? —pregunté, chusma, ya que se me hacía raro no verlo enchufado a la tele con el resto y más si tenían porro de por medio. Tampoco se me dio por mandarle mensaje después del cruce rarísimo que tuvimos la última vez que lo vi.

—Tenía ensayo. Ya debe estar por volver, se fue hace bastante. —contestó, yo le di un sorbo a mi botella de agua fría, y dejé a un lado mi toallón.—Eu, me olvidé. Los felicito, wacha, era hora que dejen de dar tanta vuelta. —sonrió, alegre, dándome un golpe sin fuerza en la rodilla como si fuese un pibe más. Fue tan inesperado su comentario, que el segundo sorbo pasó por el orificio incorrecto y me hizo toser un poco. Mi ceño se frunció.

serendipia; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora