48; ¿final anunciado?

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Olivia.

Me terminé de arreglar un poco la ropa frente al espejo, y me ajusté la colita que me había hecho recientemente para tratar de emprolijar un poco mi aspecto en cuanto me toque salir al exterior.

Entre la acción que acababa de darme el morocho y la cara larguísima que me daba todo lo que me estaba pasando por la cabeza, mi aspecto estaba por debajo de cero y ni siquiera me estaba animando a mirarme al espejo. Hoy estaba siendo mi peor enemigo.

Dejando la puerta abierta, provoqué que Mateo se termine mandando como si el baño se encontrara en completa ausencia, y mientras yo seguía acomodándome las tiras de la remera frente al espejo, él se miraba las trenzas en el reflejo para chequear que todas se encuentren en su mejor estado.

Volverlo a mirar después de que se me haya bajado todo el nivel de calentura con todo lo que acababa de hacerme en ese puto sillón, me llevó a recordar ese mensaje de mierda y mis ganas de mantenerme de pie en el mismo espacio que él iban en declive.

—¿Ya estamos, mami? —preguntó, posando sus manos sobre mi cintura. Dejó un duradero beso en mi cuello, de espaldas, y sintiendo mi piel erizarse por su contacto, asentí con la cabeza.

Mis ganas de que me caiga un balazo del cielo eran mucho más fuertes que las de tener que enfrentarme a un hospital del orto. Llevaba más de 25 minutos encerrada en ese baño, y todavía no me sentía psicológicamente preparada para hacerlo.

No quería verme enojada ni mucho menos generar algún tipo de discusión sabiendo a lo que tenía que enfrentarme en pocos minutos. Por eso traté de disimular mi cara larga y mi molestia lo máximo posible para poder aclararlo cuando me saque este tema de encima. Por primera vez en la vida decidí no fingir demencia con mi salud y priorizarla ante cualquier escándalo que se pueda llegar a generar.

En resumen, si me iban a diagnosticar algo que ponía en riesgo mi hospedaje en la tierra lo último que quería era ponerme a discutir. Mi último deseo sería robar un banco o comer un sinfín de comida chatarra sin culpa. No soy extremista, pero había que verle el lado positivo a mi último tramo de vida.

Si me muero pronto, me voy a encargar de pincharle todos los forros que intente usar con otra trola. Estaba todo calculado.

—¿Qué? —preguntó, marcando el ceño. Sacudí un poco mi cabeza en cuanto el tono grueso de su voz me sacó de mi ensoñación, y abrí mis ojos de par en par en cuanto noté su divertida mirada.

—¿Dije algo?

—Sí, algo de "trola" y "forro". —repitió, sin aguantarse la risa nasal. Yo rodé mis ojos, y me di la vuelta para cambiar de posición. Apoyé mi espalda en el lavamanos, y me agarré de sus bordes para rascar el mármol. Que no se note mi ansiedad.

—Que si me muero y te metes con alguna trola te meo la jeta desde el cielo, forro. —reiteré, tirando cierto palito para la cantidad de pensamientos que se me pasaron la cabeza recordando los mensajes con Isaías. Él soltó una carcajada pese a que mi semblante no mostraba ningún gesto de diversión, y me tomó de nuevo de la cintura para dejar un beso sonoro en la zona de mi cuello. Tragué una bola dura de saliva, y controlé mis hormonas.

—¿Mirá si después de comerme tremendo modelito me van a dar ganas de buscarme otra wacha? —planteó, en tono egocéntrico, provocando que tenga que morderme el labio para retenerme la risa. No estaba en condiciones para reírme de sus chistes.

—No dije otra wacha, dije una trola. —aclaré, entre dientes. Él metió sus manos por debajo de mi remera, en la parte de mi espalda, y continuó con esas caricias. No podía concentrarme mucho en la conversación, ni en mantener mi molestia durante mucho tiempo.

serendipia; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora