47; un paso al declive.

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Olivia.

No me pregunten cuantos minutos Mateo llevaba perdido en la pantalla de su celular, ni mucho menos cuantos llevaba yo tildada en su torso al descubierto.

Mientras él tecleaba su celular con concentración, mi dedo índice hacía garabatos en su abdomen. Me encontraba sentada encima de su regazo, solo con mi tanga y una remera suya que me tapaba hasta los muslos. Con el calor que estaba haciendo en la habitación, la remera en cualquier momento también iba a ser desechada.

Me corrí un poco de su regazo tratando de no moverme mucho para no provocar accidentes y atiné a levantarme en búsqueda del control para el aire acondicionado, pero fue en velocidad de la luz como soltó su celular y me tomó de la cintura para impedir que me levante.

—No, quedate acá. —pidió, tomándome de los muslos. Yo por acto inconsciente desvié un segundo mi vista hacia su pantalla, y noté que estaba en algún chat abierto de WhatsApp. No pasé el límite de revisar de quién se trataba.

—Voy a prender el aire, hace mucho calor. —expliqué, bufando.

—Sacate esa remera, te da más calor. —mandó, marcando el ceño. Yo solté una risa por la nariz, y le mostré un montoncito con mi mano.

—¿Por qué no puedo prender el aire?

—Porque no quiero que te levantes. Estoy cómodo. —justificó, apretando más mis muslos como si quisiese hacer fricción contra lo que había abajo.

—No queres que me levante pero no me estás dando ni 5 de pelota. —reproché, cruzándome de brazos. Demostrando mi aburrimiento me puse a mirarme mis uñas despintadas, y escuché una risa irónica escaparse de su boca.

—Estoy hablando algo importante, mami. Termino y soy todo tuyo. —prometió, volviendo a tomar su celular como si me estuviese tomando el pelo. Yo solté un suspiro con frustración y continué con lo mío; haciendo garabatos con mi dedo índice fui apreciando los lunares sigilosos de su abdomen, e inspeccioné cada rincón de su torso como si no lo conociera de memoria.

No sé si era la movida de los shows, pero no me costó mucho darme cuenta de que había bajado de peso y eso provocó que su abdomen se marque mucho más que antes. Esto, obviamente, también gracias a la cantidad de horas que entrena por día.

¿Cómo un hombre me podía mover todo con la simpleza de ver su cuerpo?

Sin contenerme demasiado, a la par que mi dedo se movía sobre su abdomen, comencé a dejar algunos besos inocentes repartidos en aquella zona. Así, fui besando con mucha cautela cada uno de esos lunares que tanto estaban llamando mi atención.

Por alguna razón, sentí como su celular volvió a caer sobre el colchón, y su garganta se aclaró con intensidad.

—¿Me podés cumplir el capricho? —bufó, y en esa pequeña oración noté como se le había cortado la respiración.

Yo fruncí el ceño con un poco de confusión, y busqué su mirada para explicarme.

—Quiero que te quedes en tanga y corpiño. —pidió, casi en forma de exigencia. Yo me contuve a sonreír al imaginar por qué me lo estaba pidiendo, y sin aguantarme demasiado las ganas, me moví un poco sobre su regazo para volver a mi postura y levanté los bordes de la remera hasta hacerla volar por cualquier parte de la habitación.

Sentí como sus ojos no tardaron en tildarse en mi torso, y fue de manera inconsciente como sus dientes mordieron con fuerza su labio inferior. A la par, sus manos me tomaron de la cintura, y empezó a acariciar el contorno de mi cuerpo con deseo.

—Toda tuya, truenin, dejá de mirar como un bobo. —murmuré, acercándome a escasos centímetros de su rostro, a la par que lo tomaba de la cadena para comenzar a jugar con ella. Mi espalda quedó arqueada en el momento en que bajé para poder hablarle de cerca, y fue en ese instante que sentí un fuerte cachetazo en el lado izquierdo de mi culo que me sacó un bajo gemido imprevisto.

serendipia; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora