Capítulo 3.

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Tengo un sueño extraño... Estoy en una casa que no conozco, y veo a muchas personas alarmadas, yendo de un lado al otro, mientras se preparan para salir.

—Papá, ¿A dónde vas? Ya es de noche, me prometiste que iríamos a buscar a Santa... —le dije a mi propio padre, yendo detrás de él viéndolo prepararse para salir.

—Mi precioso Nicholas, el hijo de la familia Gold desapareció, tenemos que encontrarlo —me respondió mi padre.

—Entonces quiero ir contigo...

—No puedes, nadie más puede salir de la casa —dijo mi padre, algo severo—. Escucha, volveré pronto y buscaremos a Santa juntos por toda la noche. Ahora quédate aquí con tus hermanos, y espérame tomando algo caliente, voy a volver muy pronto mi amor...

Yo solo pude fruncir el ceño, mirando fuera de la ventana, observando como la nieve comenzaba a caer con más fuerza en aquella tormenta.

—Pero yo sé dónde se escondió Theo... Puedo olerlo... —dije en un susurro, viendo a mí padre irse con los demás alfas en medio de la nieve.

***

Abrí los ojos exaltado... No era extraño soñar con esa vida, mis padres y mis hermanos, cuando éramos felices en la mansión. Pero era la primera vez que tenía ese sueño, ¿Fue en navidad? ¿Dónde estaba?

A veces creo que imagino cosas... Recuerdos de cosas que nunca ocurrieron.

—¿Nick? —pregunta la suave voz de Theo a mi lado— ¿Nick despertaste?

No me había dado cuenta de que estaba en sus brazos, nuevamente en aquella cama, siendo sostenido por él y apoyado en su pecho.

—Tengo sed... —digo tímidamente, mirando su pecho musculoso y desnudo, que olía realmente bien...

—Voy a traerte agua tibia.

Veo como Theo se pone de pie de la cama de un salto, y corriendo a otro lado de la habitación, toma un vaso de agua, con el cual regresa a mi lado con rapidez. Con su ayuda me siento en la cama, recibiendo de sus propias manos aquel vaso de agua tibia, que sabe a gloria en mis labios, hace tanto tiempo que no había bebido agua tan limpia...

—Con calma, bebe con más lentitud —me pide él, dándome otro trago de agua.

Cuando termino el vaso, Theo me acuesta nuevamente en la cama, mientras un paño húmedo cae por mi rostro, el cual él recoge para volver a acomodar en mi frente.

—Frio... —me quejo en un susurro.

—Tienes mucha fiebre, tenemos que bajarla de alguna manera, tienes que aguantarlo un poco, ¿De acuerdo?

—¿Cuánto tiempo pasó?

—Tres días desde la última vez que despertaste, casi una semana desde que te recogí en la calle —me explica Theo con suavidad—. Por un momento creí que iba a perderte... A ambos...

Entonces recuerdo a mi cachorro, y mis manos bajan rápidamente a mi abdomen, donde puedo sentirlo todavía en mi interior. Esto me alivia, ya que mi cachorro está bien, es lo único que me importaba.

Pero no puedo evitar sorprenderme cuando también siento la mano de Theo sobre mi abdomen, entrelazando sus dedos con los míos, mirándome a los ojos con dulzura.

—Está bien, el doctor viene a verlos a los dos todo el tiempo, nuestro cachorro está bien —dice Theo de forma tranquilizadora.

—¿Nuestro cachorro? Pero él no es tuyo, es de... De... —mi voz se corta por la pena, ya que admitir que es un alfa que no conozco y me forzó en mi celo es doloroso.

Mi tesoro de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora