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Y quiero disfrutarlo. Intento disfrutarlo. Explorar el cuerpo de Olivia se siente como sumergirse en el pasado. Su boca aún sabe a tragos y a culpabilidad, poco importa. Era la misma urgencia que sentía a los quince, la de que si no la tocaba, el mundo se iba a desintegrar. Capa tras capa de ropa, a cortinas cerradas, nada puede tocarnos.

Excepto yo, yo y mi mente mientras Olivia está entre mis piernas, recuerda. Éramos dos niñas compartiendo una cama. Las extremidades entrelazadas, los labios pegados. Un cuerpo de dos cabezas, un monstruo que ocupa todas las sábanas. Se lo había dado todo. Lo había visto todo. Justo como ahora, solo había pasado dos veces. Las manos aferradas a los cojines. Luego llegaría mi madre, se cerniría sobre nosotras como la noche. No sé si es un sueño, o una memoria.

¿Qué pasa?

Nada, solo sigue.

Me hace caso, aunque no luce muy convencida.

No hay ruido que ahogue las lágrimas de mi madre. ¿Cómo pudiste hacerme esto? Yo que te eduqué bien. Me estás rompiendo el corazón. Esas son las palabras que usó. Son las palabras que se han grabado en mi cabeza.

Mamá, por favor, yo la amo. Ella me ama a mí. ¿Qué tiene de malo eso? ¿Por qué me miras así? Así, como si los ojos te estuvieran saliendo del cráneo.

Los cuerpos cambian de orden. Ahora yo estoy encima de ella. Estoy un poco oxidada.

Pero no lo entiende, la furia la desdobla. Mi espina recuerda el momento exacto en el que sacó el crucifijo de la pared y lo batió por encima de nosotras.

Ella no buscaba herirme a mí, buscaba algo peor. No importa qué tanto llorara. sudor frío pegándome a las sábanas, el pedazo de madera chocó contra la cabeza de Olivia quien está demasiado asustada como para moverse. Hizo un ruido atronador. Una vez que salen las primeras gotas, algo feroz se prende en mi madre, un apetito que desconocía. Quería reventar el cráneo de mi novia y yo no hacía más que llorar.

¿Estás bien?

Sí, Olivia. Nadie quiere más esto que yo, te lo prometo.

Pero te está costando.

Todo me cuesta, pero quiero hacerlo.

Creo que deberíamos dejarlo así.

No.

No te preocupes, nos quedaremos aquí, la una sosteniendo a la otra.

Lo siento.

No lo sientas.

La sangre cayó por encima de sus cabellos negros cual erupción volcánica. Sobre el piso. Sobre la cama. Llorando, arrastrándose como una babosa, logré separar a mi madre de Olivia. No quería llevarla al hospital, pero no le deje opción porque iba a marcar a emergencias con mis dedos pegajosos.

Al salir de la habitación, mis pies pisaron su sangre. El olor metálico me acompañaría de camino al hospital, en pijama, haciendo malabares para que Olivia no cerrara los ojos. Mi padre no hace preguntas. Cree en la versión de mi madre: que Olivia tuvo mala suerte y se cayó de las escaleras.

Al dejarla en la sala de urgencias, supe muy bien que no la volvería a ver. Sería imposible hacerlo. Ya a las seis de la mañana, rumbo a casa, mi madre confirmaría mis peores temores: que todo era mi culpa porque se había sentado a leer con paciencia cada composición que dejaba tirada en el piso, páginas y páginas que la hicieron soltar lágrimas. Acerca de ella, de cómo me sentía, de nuestros encuentros, cada pensamiento indebido que le revolvía el estómago. Ahora, esas hojas eran cenizas. Quería asegurarse que no volviera a escribir sobre ella, que ni me atreviera a pensarla, que sabría si lo hacía porque podía ver a través de mí.

Luego nos llegaría la demanda. El padre de Olivia quería que se hiciera justicia. Lealtad familiar aparte, en el fondo siempre estaba deseando que ganaran la demanda, sin importar que aquello arruine a mi madre. Y así fue, vino junto a un sacrificio.

No podía hablarle. Ella suplicaba que le dijera algo y los abogados de mi mamá me lo hacían imposible. Yo me lo hacía imposible. Había vuelto a mi asedio, a no hablar, a solo escribir canciones que censuraba y rayaba una y otra vez hasta que se rompieran las hojas.

Creo que deberías volver a Guayaquil. Tomar fotos, recordar cosas, visitar a tu viejo yo.

Lo pensaré, pero sabes que no es mi fuerte mirar atrás.

Soñé que rompíamos espejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora