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Va más allá de comer o no comer. Nada que ver con las modelos, las influencers, las balanzas o las repisas. En mi caso, nada que ver con estar delgada y más con el hecho de que me desprecio a mí misma.

No tiene que ver con que me hicieron un comentario desgradable a los ocho o que mi profesor de gimnasia haya comentado que estoy "un poco pesadita" para mi edad, pero sí tiene todo que ver con disciplina, sacrificio, con la concentración de esos monjes que caminan descalzos sobre el fuego.

No es la comida, es la purgación, la limpieza, la purificación. El no quedarse con todas esas cosas malas mezclándose en tu estómago e hinchándote cual pez globo sino escupirlas sobre lozas blancas. Es la sensación de empezar de nuevo una vez que lo haces, sin importar cuanta mierda hayas tragado.

O quizás, que hambrienta, con la garganta adolorida, con acidez y con mareo no puedes pensar en otra cosa. No hay espacio para personas ni otro tipo de daños.

Es todo eso y se está poniendo peor.

¿Estás bien? Miranda pregunta del otro lado de la mesa. Los ojos de mi padre resplanceden con preocupación. ¿Qué tan mal debo lucir? Trato de llenarme la boca de comida.

¿Qué ha pasado? Mi padre interviene. Por el tono de voz, tiene cierto miedo de que preguntar eso lo va a arrastrar a nuestros problemas de relación.

Miranda me mira y yo la miro de vuelta mientras nos tiramos mentalmente la pelotita de ¿se lo dices tú o se lo digo yo? ¿Qué hay que decir de todas maneras? Un suspiro cansado sale desde el fondo de mis pulmones. Y me desinflo.

Antes de hablar, primero me obligo a tragar.

Victoria está aquí.

¿Cómo?

Victoria...

Sí escuché, pero hasta donde sabía ella no tenía idea de que ya no vivíamos en Guayaquil.

Entonces tú no se lo dijiste, digo en un hilo de voz.

Oli, no he hablado con tu madre hace años. Si ella viniera a buscarnos, no creo que le hablaría. Ella lo sabe, por eso de venir viene por ti, no por mí.

¿Me estás llamando débil? ¿Es eso? Hago el plato a un lado y suena más fuerte de lo que esperaba. Mi padre se mantiene calmado pese al rechinar de los platos.

No, para nada. Solo digo, es tu madre. Yo no le sirvo de mucho.

¿Disculpa? Veo la comida. Cuando pienso en Victoria, me da la impresión de que toda la comida luce igual, como si fuera un puñado de gusanos.

Olivia, creo que me estás mal entendiendo a propósito.

Quizás, porque mis oídos están nubados.

Miranda nos mira el uno al otro sin saber que decir, la ansiedad hace que sus dedos se mueven por su collar, arriba y abajo halando de las perlas. Un movimiento más, y podrían romperse.

Si ustedes gustan, yo podría marcharme.

No, Miranda, está bien. Igual yo tengo cosas que hacer hoy. Deja que lave los platos y luego me marcho a la agencia.

Y así lo hace, nadie habla mientras el fría los restos de comida de la vasija. Yo sigo con mi plato de gusanos sin terminar. Aguantando la respiración y sintiendo el corazón más fuerte de lo normal. Cuando se marcha, el remordimiento tome sus manos en mis hombros.

Nunca hablan de ella, ¿no?

No hay nada que hablar.

No has comido nada el día de hoy.

Soñé que rompíamos espejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora