.

6 3 0
                                    

Verme es un ejercicio extraño. Hablo de verme, ojos abiertos al punto de casi salirse de las cuencas; una especie de experimento en el que debo observar con cuidado para entender. No puedo ver mis cabellos sin ver las sombras de árboles torcidos a mi alrededor y sentir el vértigo en el aire y no quiero ver nada más. No puedo concentrarme en mis irises sin encontrar entre el verde y el café pequeñas manchas de sangre y destellos de cámaras. No puedo ver mis pecas sin los tachones y el humo que proviene de mis partituras. No puedo ver mis rodillas una contra la otra sin el sonido que hacen las cabezas al rebotar contra la madera.

Y mientras más intento verme, más se achica Olivia. Y ella que no veo estas batallas de voluntades frente al espejo, como ella recoge sus brazos, no me toca, no me busca los labios, y apenas se queda en el marco. Soy una sombra que vive en su casa. Y tal vez sea mientras Victoria pasa por nuestro hogar abriendo ventanas y haciendo caer sillas. Tal vez sea otra cosa, ¿yo qué sé? Yo ya había pedido perdón por todas mis culpas.

¿O no?

Me gustaría quedarme contigo para siempre, le digo mientras la veo arreglándose con dedos temblorosos. Espero una declaración de amor pero en su lugar, ella asiente.

Gracias, susurra mientras se pone sus tenis. Abre la puerta. Mi madre me llama. Contesto, no sin antes dar un amplio suspiro.

¿Se puede saber qué tanto haces allá? ¿Quién paga por tu estadía allí? Eh, pendeja. Contéstame.

Gruño.

No lo sé, mamá. Viviendo. ¿Qué más puedo hacer?

¿Por qué me hablas así? Yo no sé por qué eres tan mala. Solo te hago preguntas para tu bienestar.

Mi madre sigue dando su soliloquio, una amalgama de frases sueltas que repite cada vez que puede. Apenas les cambia el orden. Mientras, los cabellos negros de Olivia desaparecen en el pasillo y se siente como una despedida. Un gran dolor que ya está aquí.

Soñé que rompíamos espejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora